280. DESBORDADAS EN CUARENTENA
- Pajas Bravas
- 10 may 2020
- 5 Min. de lectura
Ayer preparaba el mate y las tostadas cuando una mirada exhausta me hizo perder el hilo de lo que hacía. Esos ojos hablaban. Pedían auxilio. Una pausa. Un freno a su realidad. Una perra acabada y cinco cachorros en auge de exigencias. Había terminado de barrer el piso y tuve un segundo de vacilación: “Si la dejo pasar a Alaska me llena la casa de pelos”. La volví a contemplar por la ventana. La duda se aclaró de inmediato. Esa pobre madre estaba sobrepasada. “Pasá Alaskita, vení bombona, acostate acá y dejá a esos monstruos que se arreglen un poco solos”.
Una madre en cuarentena debe ponerse siempre en los zapatos de otra madre en cuarentena. Si no nos entendemos entre nosotras, estamos muertas.
La gente común (yo) en situaciones comunes (como la vida antes de la cuarentena, por ejemplo), necesita héroes y paladines. Un René Favaloro o una Margarita Barrientos, una Peque Pareto, el estruendo del eterno silencio de los 44 submarinistas, los veteranos y caídos de Malvinas, un grupo de uruguayos perdidos en los Andes, maestros de escuelas fronterizas, médicos sin fronteras… mi QUERIDÍSIMO Patrick Walmsley. Levantan la vara y estimulan.
En cuarentena, no.
No me hablen de héroes. No quiero saber de proezas ni hazañas. Antes que gestas, prefiero que me hablen de actos de cobardía y pusilanimidad. Prefiero la que me dice: “hoy les hice salchichas y lo acompañé con una torrecita de mostaza porque no tenia ni un tomate” que las catedráticas anti-harina que tienen en sus casas gallinas orgánicas ponedoras y limoneros sin fumigar. De hecho, jamás tuve en la alacena de mi cocina harina de almendras, ni de algarroba, ni de coco, ni de quinoa. ¡¿Qué si como harinas de trigo procesadas?! Ja. Sí. “Hola, ¿qué tal? ¿Me das tres paquetes de harina, por favor? ¡¿Cómo cuál?! Ehhhhh, la común… que sé yo. La blanca. La de Monsanto con residuos de glifosato. Eeeeesa. Pará, dame un paquete más… ahora sí. Gracias¨. Las sirvo de entrada, plato principal, condimento para ensaladas y postre. Inclusive unas cuatro cucharaditas soperas en el Nesquik va como piña, los llena y duermen dos horitas más. Les confieso, no le entramos directo del paquete porque es de difícil deglución, pero creo que es solo cuestión de tiempo. Acá, la premisa es respetar y no criticar ni discriminar. Algunos prefieren la comida del perro, y no decimos nada.
Quiero rodearme de mujeres desbordadas como yo, histéricas y dementes. Obsesivas de la limpieza un lunes cualquiera, y la que sacude el mantel en el piso el martes. La que quiere disfrutar de sus hijos el miércoles, y la que los anota en lista de adopción el jueves. Ni hablar… la que se maquilla los viernes y abre un vino tinto y la que se queda sábados y domingos enteros en pijamas, pantuflas y las tetas colgando como telón de ombligo (y el infaltable rodete de Gaudio que a Juana Viale le queda increíble pero a mí me agranda la cabeza en forma de huevo, envejece y marca las lineas de expresión, y me junta los ojos aportando una mirada bobina, vacía y completamente estúpida a un peinado que puede ser canchero o no. En mi caso, es un NO rotundo).
Veamos… si lo que andan necesitando es ese aliento de vida tan característico, hay unos 270 escritos anteriores que pueden ayudar. En cautiverio, sale lo más áspero y arisco de esta Paja Brava. Y sino, llamen y hablen con los “walkers” que viven en mi casa. (ACLARO: Los llamo “walkers” porque se relacionan y actúan como zombies. Deambulan por la casa aletargados y sin sentido hasta que me escuchan. Ahí se activan y me corren por los pasillos crujiendo los dientes y babeando. Algunas veces creo que tienen la intención de espolvorearme en harinas procesadas y comerse mis sesos. Creo no, estoy casi segura. Todos menos Marcos. Él seguiría chocho con la comida de Alaska).
Soy el antihéroe de todos los blogs arengueros. El Quijote que lucha contra ciertos ideales demasiado elevados de quienes quieren vender videos frescos y salud en cuarentena y libra una lucha a la cual no fui llamada y que no me atañe… pero lucho igual. Mis dedos siempre creen que fueron convocados a opinar y teclean aún cuando no les concierne.
No a todos les pega igual la cuarentena.
Ya les conté de mis horas diarias sentada en la tabla del inodoro mirando la pastina de los azulejos. Tarea que se ha vuelto rutinaria. Los chicos lo saben, y lo respetan. Ya ni siquiera me hablan a través de la puerta, cosa que me daba una rabia tremenda. ¿Y si realmente estaba con el calzón a media asta? ¿Tengo que andar explicando adónde está el repuesto de mayonesa sentada en la indignidad?
Y ni hablar de la socarronería que tengo que aguantar a la hora de hablar de mi entrenamiento. Resulta que entreno por Instagram junto a un equipo de juveniles de un club de rugby. Claro, tal vez están pensando que debería hacer yoga para adultos, o cursos de música clásica para gerontes. Pero encontré lo que me gusta. Y siento que me cambió el cuerpo. Ahora hago “estocadas”, “sentadillas”, “burpees”, y levanto pesas (botellas de Poet de lavanda). El edredón que recubre mis abdominales sigue ahí, pero ahora hay dureza debajo del la mullida capa de epidermis.
Todo iba genial, y no faltaba tanto para parecerme a Cinthia Fernández y romper nueces con las nalgas, hasta anteayer que levanté una botella de Poet de más y el músculo se fatigó. Sentí un dolor punzante en el antebrazo, y ahora no puedo seguir con mi entrenamiento. Ni eso puedo. Nunca voy a ser Cinthia a este ritmo.
Anoche quise hacer lasagnas. “Vamos a ponerle pilas a esta cuarentena”. Prendí la música, me hice una caipirinha, y movía las caderas sensualmente mientras buscaba los ingredientes. (¿puedo detenerme un segundo en la caipirinha? ¿Qué hace que alguien quiera tomar una caipirinha en otoño con medio limón achatado en el fondo y dos chorros de jugo de limón Minerva? La cuarentena. El cautiverio nos hace hacer cosas que no están bien. Esto es ilícito. Deberían multar a la que le tira Minerva al trago. Se pierde el juicio en reclusión perpetua). Bueno, ya con la carne lista por un lado y la espinaca con la ricota por otro, noté que no tenía la pasta para hacerlas. Antes de desalinear las chakras, Plan B. Decidí hacer panqueques y usarlos como masa. Pero con mi brazo derecho estropeado por la lesión de rugby, girar los panqueques en el aire con la mano izquierda se convirtió en una tarea titánica. La falta de fuerza y de destreza de mi estúpido brazo izquierdo doblaban los panqueques a la mitad, fabricando libritos con tapas cocidas y el interior crudo. Una desgracia tras otra. La levantada de temperatura fue exponencial. Llegué a revolear uno con tanta intensidad, hablo de la intensidad provocada por la ira, que el librito se deshojó en el piso materializando mi furia. Antes de reventar en mil pedazos, miré por la ventana y fue ahí que me contempló.
“Ahí la vi. Estaba a punto de explotar. Tenía claros problemas de coordinación. Me dio pena, estaba desbordada. Sus ojos hablaban. Pedían auxilio. Una pausa. Un freno a su realidad. Era una mujer acabada tirando panqueques por la cocina. Hablo de varios panqueques. Gritaba improperios y volvía a lanzarlos. ¿Por qué sigue lanzándolos? Yo tenía a todos mis cachorros dormidos y tuve un minuto de vacilación: “Si la dejo salir a Valy, me los va a despertar”. La volví a contemplar. La duda se aclaró en un instante. Esa madre estaba sobrepasada. Le abrí la puerta y la dejé salir. “Vení Valy, tirate acá al lado mío y dejá de hacer papelones. Que esos “walkers” se sirvan harinas, o que coman mi comida esta noche”.

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