277. MI INSPIRACIÓN
- Pajas Bravas
- 5 feb 2020
- 4 Min. de lectura
Cuando llegue la inspiración… que me encuentre trabajando.
Y esto no sucede hace tanto tiempo. Pobre. Tan desubicada por momentos. Tres de la mañana. Un desvelo. ¿Quién quiere encender la luz para tomar nota de lo que la inspiración susurra?
- Perdoname gordo, ya apago. Busco el celu y me mando un audio porque no quiero olvidarme de lo que me está dictando la hija bien de su madre de mi inspiración, que se ve que es china, o japonesa, o pakistaní, o vietnamita, porque la muy desgraciada tiene ojos rasgados seguro y horarios de “merda”…
Hace tiempo que muero de ganas de sentarme junto a ella a discutir algunos temitas relacionados a balances y vejeces y determinaciones. Qué sé yo… hay tanto que debatir.
Una madre contra el desorden. Son dos cuestiones fundamentales que me atraviesan. “Contra” y “desorden”.
Contra: Oposición o enfrentamiento. Indica que algo avanza en dirección contraria.
Desorden: Buehhh… voy a sacarle punta al teclado.
Desorden de los hijos. No solo de los calzones y/o pañales. ¿Cuánto cuesta cargar las botellas con agua y meterlas en la heladera? Francamente, creo que fue la tarea más difícil de lo que va del año. A mi living hay que mirarlo de la cintura para arriba y omitir los bolsos, zapatillas, y adminículos varios que, según ellos, decoran la entrada. “Mamááááááá… ¿sabés donde está mi camisa / botines / llaves / el control de la play / la tijera de la cocina / la madurez?”. Nunca un: “Mamá, ¿tenés idea dónde está mi libro “Cómo vivir mejor” de Caludio María Dominguez / la carpeta de bilogía / la calculadora / la Biblia…”. Lo qué jamás pierden estos seres a los que les debo incondicionalidad por ser yo la que los diseñó por dentro y fuera (licencia poética que Dios me permite utilizar cuando me sube el fastidio en sangre)… decía, lo que nunca jamás en sus vidas pierden estos seres de luz son sus celulares, los cargadores y los auriculares. El día que la vida dependa de los aparatitos estos, mis hijos se volverán inmortales.
Desorden cronológico. Uno de diecisiete que maneja, vota y me hace upa. Y otro que no habla, no controla esfínteres y pide upa. El desorden de la imagen: Mi hijo haciéndome upa mientras yo le hago upa a mi hijo. Desordenado por donde se lo mire. Peor aún. Otra imagen demencial. Me pasa que si el bebito duerme, Alfonsín estaría contento. “La casa está en orden… y en silencio”. No vuela una mosca, porque hasta las moscas saben que si las escucho son carne de cañón. Ahooooooora, y esto que estoy por contar sucedió y está basado en hechos reales… El grande y su festejante en el living, un silencio espeluznante y yo cargada con una pila de ropa planchada que tenía que repartir por los cuartos. ¿Qué hago? ¿¿Quéééé hagoooo?? Empecé a toser. Un ataque de asma en la cocina. Nada. Puse Pearl Jam en mi celular, al máximo de sus posibilidades y tarareé la canción. Tenía que entrar al living. Era cuestión de vida o muerte repartir la ropa. Nada. Ni un sonido. Agarré el pote de mayonesa y barbacoa de la alacena y los lancé contra el piso. Nada. Los levanté de nuevo y volví a tirarlos, pero esta vez aplaudí. Una auto-arenga que me hice: “Grossa, sos grossa!” quería creerme. Pero nada. Ni un sonido. Le propiné un golpe a la puerta del horno. Inventé una conversación por teléfono con alguien de telecentro, muy enojada. Volví a revolear la barbacoa. Tosí. Y nada. Quise gritar un Haka pero ya sentía que estaba perdiendo el juicio. “Me cache en die’… yo entro y que sea lo que Dios quiera!”. Nada. Y Nadie. No había un alma. Se habían ido. La imagen del desorden: por un lado, el lanzamiento de condimentos y gritos a un telemarketer imaginario producto del silencio del grande, y por el otro, el silencio sepulcral producto del posible sonido del bebito.
El desorden de mis hormonas. Esto es un capítulo aparte. La oposición que mi cabeza batallante contra la realidad. Los cuarenta y su crisis. ¡Qué maravilla del diseño humano! Y agrandado y agudizado por la condición de mujer y argentina. ¡Qué lujete! Ya voy a escribir sobre esto.
Bueno, les decía. Mi inspiración asiática nunca apareció en los momentos en los que me encontraba trabajando. Es que me fui a Córdoba con todos mis hijos y seis de sus amigos. Era Margarita Barrientos revolviendo la cacerola. Y después llegó el marido con “las nenas” (dícese de las bicicletas). No voy a generalizar, por eso digo que MI verano no es compatible con el ocio.
Pero lo disfruto. Es esa condición de mártir que devuelve bienestar. Como ir a depilarte o al dentista: “Ya estáááá… lo hice! Qué placerrr!”.
Por eso, ya que la muy turra de mi inspiración vive por algún sitio cerca de Nepal y se dio a la fuga, quería venir y dar la cara para que sepan que estoy de vuelta. Que tengo un par de materias de secundaria que resolver, una vtv que afrontar, un pediatra, unos uniformes, unas listas de materiales, y demases cosas que iré dejando de manera inconsciente para el último día antes del inicio de clases, pero acá estoy. Por lo menos yo vine a dar el presente… la turra esa, no sé. Me abandonó. Ella y toda la comida de la heladera. La abrís, y se desplazan esos “rodamundos” (que no es mi marido en bicicleta), sino esos pastos del far west que anuncian el páramo gastronómico. Puedo ver a las termitas untando el humus sobre galletitas oreos y rallándole el último pedacito de reggianito con tal de no sentarse a estudiar. Todos los años me propongo esto y nunca lo logro… pero debería llenar la heladera de brócoli, coliflor y repollitos de brucelas, meterlos en diferentes tuppers con salsas de tuco y pesto, un par de Rocklets y frutas abrillantadas para darles color, un toque de desodorante Axe (para atraerlos)… así se les hincha la barriga y sienten saciedad.
Acá estoy legión. Disculpen la desaparición. Fue 100% culpa de la asiática. Me toma el pelo, se me ríe en la cara, lo sé. Parece que trabaja para la competencia…
¡Buen 2020 para todos! Sepan que extrañé mucho este rincón y a mis terapeutas. Creo que este es el año del libro. Lo siento en el duodeno.

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