275. LA DÉCADA
- Pajas Bravas
- 3 sept 2019
- 4 Min. de lectura
- Perdoname Corcho, no te quise gritar así.
- Y, ¿por qué me gritaste entonces?
- Porque estoy sensible.
- ¿Sensible?
- Triste.
- ¿Por?
- Porque es el cumpleaños de Carola. Mi chiquita cumpliría 10 años. Y eso me pone triste.
- ¿Quisieras estar muerta para estar con ella?
- ¿¿Ehhh?? Nooooo, Corcho. ¿Cómo me preguntas eso? ¿Estás loco? ¿Cómo hago para vivir sin vos?
- Estarías muerta, mamá.
- Claro. Lo que te digo es que ni loca quiero morirme. Quiero estar acá con vos, con los chicos, con papá…
- ¿Te gustaría que estuviéramos todos muertos?
- Noooo, Corcho. Tampoco…
- Así estarías con todos…
- Estoy con todos, amor. Estoy con Uds acá, en vivo y en directo. Y a Carola la llevo adentro mío…
- ¿Entonces por qué estas triste?
Qué buena pregunta me escupió Corcho anoche. La respuesta es: “Ni idea”.
No tengo la menor idea.
Son solo fechas. Son solo edades. Son tiempos, plazos y/o vencimientos. No son nada, pero son el total del todo. Es culpa de los Mayas y sus calendarios. De la luna y sus mareas. Ylvis atribuiría la responsabilidad a Stonehenge, y Robert Thayer diría que es la relación entre las variables: energía y tensión.
Yo digo que es la muerte. El amor en estado de ausencia. El no-abrazo. Sueños e idealizaciones guillotinados.
Las Fechas Chernobyl son mi ciclo menstrual. Soy un sí que significa no. Un grito ahogado en una sonrisa que provoca una lágrima ácida que se endulza al correr por la mejilla y se sala al rozar el labio. Y el beso que no provoca sonido, ni gusto, ni tacto. Soy binaria: un uno y un cero. Nada más. El ceño fruncido en un semblante alegre. Sólida y gaseosa. Estable y volátil. Soy el blanco y el negro. El frío que quema y el calor que congela. El silencio aterrador de la soledad y el bramido. Y no tengo fuerzas para mantener el esqueleto erguido. Me pesan los hombros y las pestañas. Así son mis Fechas Chernobyl.
¿Por qué estoy triste? Esto es cíclico. Ya lo escribí nueve veces. Ni Game of Thrones tuvo nueve temporadas. Un año por cada mes de embarazo, que simbólico.
Y sin embrago, no pasa… ¡Carajo! No pasa.
Es que mi reinita cumpliría diez años.
Y de golpe el diez es importante. Aunque no debería, pero créanme que lo es. Sospecho que es por culpa del sistema decimal y del hemisferio en donde nos tocó nacer, bahh, qué sé yo. El diez como base de todo y de ahí para arriba o para abajo. Por eso, de manera inconsciente, involuntaria, refleja y espasmódica, su importancia es un golpe seco en el alma.
¿Cómo lo sé? Porque me atraviesa. Voy al cementerio con la lona, la almohada y Spotify, y le charlo de lo mismo, siempre. En presente, por supuesto. Los temas musicales no varían, son los mismos: “En mi recuerdo”, “Nos veremos otra vez”, “Never got over those blue eyes”, y Mark Knopfler en screenplaying. Anécdotas muy puntuales, muy nuestras. La pelea con la que casi me mato con la enfermera sobre Callao, frenando el tránsito vehicular por completo en hora pico… Y el policía que intervino. Aquella vez que nadamos en la pileta de Santa Catalina. La vez que le pasé la sonda nasogástrica a mi cuñado para que me diga qué se siente. O la vez que pegué el grito lleno de bronca contra la maldita T4 que le taponeaba el cañito. Ahora lo pienso y me río. La hamaca violeta. Y ese baño. Buehh, cosas muy puntuales.
Es que Carola parecía muy frágil. Hoy día sigue pareciéndolo. Ella representa la delicadeza de lo quebrantable. Y su vida fue un suspiro si lo miro a la distancia. Pero los Himalayas también lo son desde el espacio. Y el surco que dejó su partida radioactiva es más enorme que toda yo. Con lo cual, tan frágil no era. Tan delicada tampoco. Y tan quebrantable, menos. Porque no pasó inadvertida, al contrario. Mírenme. Sigo agradecida tras su paso por mi vida, la sigo penando y sigo honrándola con el correr de las diez unidades de año que componen su década.
¿Por qué estoy triste? Porque te extraño Carolita. Extraño mucho tu cuerpito. Tus ojos. Tus sonidos. Tu calor. Extraño mucho aquellas conexiones que no eran de este plano. Y extraño todo lo que no pudimos ser. Extraño a la hija que amé, que amo y que seguiré amando a lo largo de las unidades, decenas y centenas de medidas de longitud y peso, terrenal y celestial.
Corcho me ofrecía redención con la muerte. “¿Querés morirte para estar con ella?”, me dijo. Y yo voy a explicarle que al puchero de osobuco lo disfruto por completo y, que al caracú, lo voy a soplar al final. Le voy a explicar que pienso llegar a la estación de servicio con la reserva. Que recién estoy terminando de comer el plato principal, que falta mojar el pancito en la salsa, falta el postre, el café y el limoncello.
A Corcho le voy a decir que acaba de comenzar el intervalo de esta película que es mi vida, falta la garrapiñada, la segunda mitad (o desenlace) y todos los créditos. Falta un montón. Y yo quiero agradecer en primer lugar al Director, con quién me llevo a las patadas por momentos, pero que me dio la posibilidad de protagonizar mi propia historia: Gracias Dios. También quisiera agradecer al director de fotografía, de escenografía e iluminación, a los guionistas, a los sonidistas, y a todos los que tuvieron algo que ver en la edición y montaje de “yo”. Y por supuesto, a los actores. A todos. Desde los protagonistas, los de reparto, los secundarios y los rellenos.
Y a mi actriz principal, Carola. Gracias a ella yo soy la mejor versión de mí misma a la que podría aspirar. Gracias a ella, desciendo como lo hago hoy envuelta en luto para volver a ascender desde los muertos y ver el mundo con colores y fragancias que son regalos celestiales. Gracias a ella, conocí al amor más puro. Gracias a ella, me vuelvo vulnerable pero férrea. Y gracias a ella, hoy abrazo la vida con más fuerza.
¡Feliz cumple, Carola!

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