273. MI JOYITA
- Pajas Bravas
- 29 jun 2019
- 4 Min. de lectura
- Hola gordito, ¿dónde andas?
- Hola ma, salí del colegio hace un rato…
- Y, ¿por qué no venís a casa?
- Necesito estar solo. Estoy caminando por La Horqueta. Voy cuando esté mejor…
Les hablé de mi hijo, el que sufría bullying en el colegio. Les hablé de él también cuando escribí sobre “Mi eclipsado hijo del medio”. Es el mismo que se entristeció con la uva podrida. El mismo que me pide un abrazo toooodas las noches. El mismo que juega con los amigos de Corcho. Que es sensible y compasivo. Mi hijo, este del que les estoy hablando, es tierno. Y me enorgullece.
Este hijo es el que siempre saluda a la gente de maestranza del colegio con cariño. Lo sé porque me contaron. De hecho, hay una señora que no conozco llamada Sara, que le tiene mucho aprecio. Parece, así me dijeron, que todos los mediodías la busca y charlan un rato. Dentro de las características de mi hijo, la ansiedad lidera. Y parece que, mientras espera que se caliente su comida, se come primero el postre (generalmente un alfajor, o un chocolate). Parece que esta señora lo venía observando y un día le preguntó por qué lo hacía. Parece, así dicen, que mi hijo le contestó riéndose que para él, lo dulce es la comida y lo otro es simplemente relleno. Desde ese día en adelante mi hijo y Sara, entre postres, comidas y rellenos, fueron engordando su relación.
Bueno, les cuento que en este tiempo que transcurrió, fuimos a varias entrevistas a distintos colegios para cambiarlo. La idea era esperar a las vacaciones de julio, pero preferimos adelantarlo y ayer fue el último día en el colegio al que iba desde sala de dos.
Recorriendo el universo que es “cambiar a un hijo de colegio en junio” apareció mucha gente buena. Hablo de buena, buena. De la que obra desinteresadamente. De la que te ve agobiada y decide cargarte el menhir por un tiempo. A esa me refiero.
Y así conocí a Salvador, el director del nuevo colegio.
- Hola, que tal. Tengo una entrevista con Salvador…
- Si, pasé por acá. Ya la anuncio.
Al boletín de mi hijo le falta sal y le sobra pimienta. Se quemó abajo y arriba quedó crudo. Tiene demasiado clavo de olor y muy poca textura. Se volvió rancio, agrio y áspero al paladar. E hiriente, punzante y agresivo a la vista.
- Qué tal, soy Salvador. Contame, ¿por qué estás queriendo cambiar a tu hijo a mitad de año?
El director se cruzó de brazos, prendió los sentidos y escuchó. Le conté toda la verdad. Todos hechos fácticos. El bullying, el llanto, la bronca, la decepción, la angustia, entre otras cuestiones.
- Salvador, como quiero contarte toda la verdad, acá te traje el boletín de mi hijo. No voy a mentirte, no es una joyita.
Miró con detenimiento el documento que afirma que mi hijo estuvo mentalmente ausente el primer trimestre del año, y después me dedico una mirada cariñosa pero firme.
- No te equivoques Valy. Tu hijo ES una joyita. Esto no dice nada de él. Lo recubre un manto de hechos lamentables, pero dentro de esa coraza estoy convencido que hay una joyita.
Cerré los ojos un ratito. Sentí mucho abrazo en sus palabras. El abrazo de oso, tibio y peludo, que andaba necesitando.
“Mi hijo ES una joyita”. Me lo repetí varias veces. ¡¿Como puede uno dejarse confundir por mediciones arbitrarias e impersonales?!
Así fue como sentí que aquel lugar sería el nido perfecto para mi hijo y que lo acogerían como se lo merece.
Estos últimos días para mi hijo, fueron buenos. Volvía del colegio feliz. La decisión del cambio le había hecho muy bien. Pero ayer salió del colegio llorando como un recién nacido.
- Hola gordo, soy yo de nuevo. Quiero que vuelvas. Está lloviznando, te vas a empapar. Vení que te preparo un té y charlamos.
- Es que no sabes lo que pasó…
- Por eso, vení y me contas. Dale gordo, no te quiero caminando por ahí así. Venite…
Escuché la llave en la puerta y corrí a abrazarlo. Estaba flaquito y mojado. Empapado por todos lados. Si bien es más alto, más pesado y más grandote que yo, lo abracé como si fuera un cobayo.
- Llorá todo lo que tengas que llorar, amor. Las despedidas son durísimas. No te guardes nada.
- Es que no entendes…
- Explicame entonces…
- Es que no me vas a entender…
- Probame…
- Es que no lloro por el colegio o la despedida. Lloro por otra cosa…
- No tengo otra cosa que hacer que sentarme a escucharte…
- Es que hay una señora que es la que limpia. Se llama Sara…
- …
- Yo me había ido del colegio y recibí un mensaje que decía que esta señora Sara me estaba buscando para despedirse…
- …
- Y yo volví porque también quería decirle chau. Vos no la conoces, pero es taaaaan buena mamá. Todos los mediodías hablo con ella. Porque se dio cuenta que me como primero el postre y me preguntó por qué… y desde ese día hablamos todos los días…
- …
- Bueno, entonces volví al colegio a darle un beso. Cuando entré, la busqué y, cuando la encontré, me estaba esperando con una bolsita… mamá. Ayyy, te juro que no puedo parar de llorar…
- Me imagino. ¿Qué tenía la bolsita, gordito?
- Eran dos chocolates y un alfajor… y me los dio… y me dijo “tomá Jero, te preparé la comida”… No sabes lo que lloramos los dos, mamá…
Yo venía soportando el embate del agua contra los párpados. Pero esta crecida rebalsó el dique y acompañé a mi hijo en este acto sublime del derramamiento de lágrimas. Porque esto es lo que provoca Jero en las personas. Y esto no me lo contaron, esto lo sé.
Y también sé que el nuevo colegio se sacó la lotería. Porque en definitiva, se quedó con mi joyita.

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