270. ABAJO
- Pajas Bravas
- 8 abr 2019
- 5 Min. de lectura
Permanecía inquieta encerrada en su ser, prisionera de su cabeza, rehén de sus propios pensamientos.
Cansada de deambular en círculos por la casa como felino en cautiverio, caminó hacia la puerta del baño y se detuvo frente a ella. Con la mano reposando sobre el picaporte, admiró el arte de la madera, sus tonos y sus nudos y se dejó llevar por su belleza. Finalmente, tomó con mayor determinación la manija y jaló de ella hasta abrirla.
El baño era hermoso. Una combinación exacta de buen gusto, calidez y luminosidad. Lo primero que vio volvió a ser la madera. Una mesada encetolada que sostenía una bacha de porcelana. Eso fue lo que la abrigó. ¿Qué? La madera. Un material noble y maleable. Le recordaba mucho a él. Las vetas que él había respetado, su olor, el tabaco y el whisky. Un árbol que fue tronco, luego tablón y hoy mesada. La suavidad y la dureza de aquella textura era la remembranza de él mismo y de su temperamento.
Él había trabajado en aquel baño durante semanas. Era su hobby. Amaba la madera y todas sus bondades. Y ella admiraba su arte.
Decidió entrar y cerrar la puerta. La luz se atenuó a la mínima expresión que regalaba la timidez de una ventanita tan pequeña como una Biblia de iglesia. El sonido hizo lo suyo y se silenció por respeto a lo solemne. Y por fin su encierro fue real. Ahora podía saberse presa y sentirse encarcelada. Eso le dio paz.
Miró a su alrededor y percibió el brillo de las griferías. Él no había escatimado a la hora de comprarlas. Eran caras y elegantes. Ella recordó el peso de las cajas cuando debió bajarlas de su auto. Y ahora estaban instaladas, resplandecían y funcionaban a la perfección. Recordó entonces como reía cuando lo veía obsesionado por los detalles. Él quería que la grifería hiciera juego con los toalleros, con el porta papel higiénico, con la jabonera y con unos apliques cromados (innecesarios según ella) cuya única misión era disimular las llaves de paso de agua escondidas bajo la mesada de madera que, por estar escondidas, no se veían.
La composición era exquisita.
Ella lo veía a él en cada detalle. En la severidad del metal y en la disciplina de su brillo. En la calma y en el sosiego en la madera. En el aplomo y en la firmeza de la porcelana. En la suavidad y delicadeza de las toallas. En la transparencia de la mampara de vidrio. Su luz en el aplique. Su luz por la ventana.
Repentinamente se quedó sin fuerzas y calló abatida al piso, golpeando la cabeza contra la pared. Sin embargo, no lloró por el porrazo. Ya no le dolían los dolores físicos. De hecho, hacía tiempo que sentía cierto alivio cuando las dolencias eran auto-infringidas.
- ¿Estás bien, mamá?
La vocecita de su hijo tras la puerta la despabiló. Debió tomarse unos segundos para volver en sí y entender qué era lo que estaba sucediendo.
- Sí, amor. No te preocupes.
- ¿Qué fue ese ruido?
- Nada chiquito. Se me calló la caja de medicamentos.
Despabilada, se quedó sentada en el piso observando el baño desde esta nueva perspectiva. Se sorprendió al notar que, desde allí abajo, muy poco quedaba de él y de todo lo que había logrado con tanto cuidado. De hecho, se dio cuenta que ahí abajo había mucho de ella. Una media sucia fue lo primero que le llamó la atención. Recordó que se la había quitado hacía más de una semana, que había intentado encestar en el cesto de la ropa sucia, que no lo había logrado, y que la había olvidado para siempre. Eso le dolió. Las juntas del inodoro y del bidet estaban oscuras y eso quedaba espantoso. Ella sabía que el bidet perdía un poco de agua pero no sabía que lo mismo ocurría con el inodoro. Eso la entristeció. Un nidito de pelos enmarañados, una pelusa, una curita y el envase de un shampoo asomaban por el tachito de basura. Eso era suyo y sintió angustia. Sarro en la bañera y gotas secas en la mampara. Ese descuido también. Otro olvido. Se ahogó en angustia. Desde ahí abajo, el baño era oscuro y no olía a tabaco y whisky sino a viejo y olvidado. Las ménsulas que sostenían la mesada eran baratas y feas. Y la ventanita era aún más chica y distante. El sonido de la vocecita de su hijo era más lejano y frío. Y el dolor en la cabeza era más punzante.
- Mamá, ¿estás bien?
- Sí, gordo.
- Y, ¿por qué no salís entonces?
- Dejame un ratito sola, gordito. Andá a jugar. Necesito estar sola y mirar el baño desde acá abajo un rato más. Ya voy.
- Pero, ¿qué te pasa, mamá?
Ella se dio cuenta que la caída y posterior golpe en la cabeza no habían sido casuales. Una energía más enorme que su propia masa la aplastaba hacia abajo. Una fuerza más poderosa que la vida misma. Era la muerte. Ese peso era el peso de la muerte y la hundía, y la destruía, y la liquidaba.
- Mamááá… ¿qué te pasa?
Sentía taquicardia y un fuerte dolor de cabeza que se agudizaba aun más en la zona de la frente. Una respiración entrecortada y el sarro y el moho.
- Mamááááááá
Entonces los vio. Luego los miró. Finalmente los contempló. Brillaban en lo bajo, escondidos y ocultos bajo la mesada. Eran lo único de él que ella podía percibir desde el piso. Y ella recordó haberse mofado de él. Le habían parecido un detalle absurdo, un gasto innecesario. “¿Para qué vas a comprarlos si no se ven? No tienen sentido”, le dijo el día que los encargaba por Internet.
- Mamááááááá, me estas asustando…
Los dos apliques cromados, que disimulaban las llaves de paso de agua, resplandecían. Entonces ella decidió acercarse y tocarlos. Los giró y los quitó. Con delicadeza al principio, y con más firmeza después, sintió que debía mover las llaves que estaban contenidas en su interior.
- Mamááá, me contestás. ¿Qué te pasa?
Ella sintió como le daba paso al agua y que éste vibraba vivo en su interior. Ella sintió como brotaba como manantial.
- ¡¡¡Mamáááá!!!
Sus ojos se empaparon. Su nariz también. Agua brotó por todo su rostro en forma de gotas y sin forma como chorros. Lloró con la intensidad del primer llanto, y luego con la lástma del último. Era un mar de lágrimas que salían eyectadas desde las entrañas.
- ¡¡¡Mamáááá!!!
Había abrierto la llave de paso de agua.
- ¡¡¡Mamáááá!!!
- No pasa nada, gordo. Ya salgo.
- ¿Por qué no me contestabas?
- Porque estaba abriendo la llave de paso de agua, gordo. Ya voy.
- ¿Qué?
- Nada amor, estaba liberándola a Carola otro año más, gordito. Ya salgo.
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Otra Fecha fucking Chernobyl. No son todas iguales. No tienen todas la misma radiación destructiva. Algunas son superficiales y con un chin-chin se curan, otras son ondas y oscuras. Esta me obligó a mirar el baño desde abajo. Se impuso y me dominó por más de 24 horas. Tuve hijos y marido llamando tras la puerta. Pero necesité ver el moho, los pelos y la espantosa ménsula que sostiene tremenda mesada de madera. Porque así es mi baño y así también es mi año, siempre hermoso. Es una composición de materiales nobles, cálidos y luminosos. Es de un gusto exquisito. Solo que en estas fechas necesito mirar todo desde abajo porque, créanme, hay un abajo. Y es oscuro y feo.
Levanto mi copa de champagne rosé por vos, Carola. No hay un solo día de mi vida que no quisiera seguir sosteniendo tu cabecita. Te amo gorda loca. Gracias por acompañarme abajo y ayudarme a subir de nuevo.

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