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267. SOBREVIVIENTES DE LA LUNETA

  • Pajas Bravas
  • 5 dic 2018
  • 7 Min. de lectura

El viaje transcurría con normalidad. El día aclaraba con urgencia y el brillo que asomaba entre los árboles auguraba un día extremadamente caluroso. Aquellos macizos de concreto que crecen apelotonados en las ciudades consumiendo el oxígeno y las bondades del sol habían quedado atrás. En su lugar, espacio, distancia, dimensión, longitud, altura, tiempo y libertad se extendían a lo largo y ancho del vehículo. Desafiantes, los eucaliptos, álamos piramidales, paraísos y calandrias se mantenían firmes frente al inquebrantable soplo pampeano. A los lados, casitas, chozas, silos, cascos de estancias con dolores lumbares y esqueletos escuálidos de molinos oxidados. Y al frente, el eterno e inalcanzable espejismo del charquito adelantado. - ¿Qué haces, ma? - ¿Qué? - Que, ¿qué haces, ma? ¿Por qué estás chiquita? - ¿Yo? ¿Chiquita? Este es mi tiempo y mi lugar… no sé qué haces vos acá. - Ni idea… ¿Por qué viajan todas tus hermanas en el asiento de atrás? Somos demasiados, nos va a parar la policía… - ¿Por qué nos va a parar la policía? Siempre viajamos las cuatro juntas. ¿Cómo queres que vayamos a Córdoba sino? Bueno, vos acomódate en la luneta y no molestes… - ¿Qué es la luneta? - La parte esa de atrás, al lado del vidrio. Acostate ahí un rato y después cambiamos… - ¡¿Qué me acueste ahí?! Mamá, ¿vos estás loca? ¿Y si chocamos? - ¿Qué tiene? - Que me voy volando por el vidrio… - Ayyy no seas exagerado, mi amor… Dos horas habían transcurrido desde aquella salida rimbombante. El arte de encajar las maletas en el interior del coche era responsabilidad de mi padre y, finalizada su labor, le propinaba el golpecito final al baúl y se volteaba orgulloso, golpeando sus manos para quitarse el polvo. Al Peugeot 504 no lo llenábamos, lo embutíamos. - ¿Qué haces, ma? - ¿Ehhh? - Qué, ¿qué haces, ma? - Nada. Pienso. - Pero, ¿en qué pensas? - En nada. - ¿Qué miras entonces? - Miro por la ventana, allá, lejos. Y pienso… - ¿En qué? - En cosas… no sé. En las cosas que dejé atrás, en el colegio, en mis amigas, en la ropa… - ¿¿Eh?? - Qué sé yo, gordo… pienso. Cada tanto me distraigo con un ternero o un árbol caído, y después vuelvo a lo que hacía. - Y, ¿qué hacías? - Eso… nada. Pensar. - ¿No te pones el cinturón de seguridad? - ¿Eh? ¿Cinturón de seguridad? No hay cinturones en los asientos de atrás. - ¡¡¡¿¿NOO??!!! - No gordo. - Vos siempre me obligas a ponérmelo, Mamá… El interior del vehículo era el desorden ordenado. Bultos en los espacios para los pies con sábanas y toallas, bolsas con cassettes, un rompecabezas de 2000 piezas, el TEG, un termo y mate, galletitas Rumba y el perro. El ritmo de conversación fluctuaba. Por momentos, grandes charlas y balances, por otros, un silencio compacto. Miré a mis padres en los asientos delanteros y tiré la primera pregunta fundamental. - Ma, ¿cuánto falta? Mi niño, que dormitaba en la luneta, se despabiló con la pregunta. No lo vi, pero lo sentí. Mi madre contestó con cierta molestia. - Valy, no empecemos gordita. Recién pasaron dos horas, faltan seis… Decidí seguir con lo que hacía. Entonces, miré por la ventana y me dejé llevar por la imaginación. Una casita sin techo me dio pena y sentí abandono. ¿Qué sería de aquella familia? ¿Qué olor tendrían las paredes? ¿A puchero? ¿A humedad? ¿A soledad? - ¿Qué hacemos, ma? - ¿Ehhhh? - Que, ¿cómo seguimos el viaje? - Así. - ¿Cómo? - No te entiendo, gordo. ¿Cómo que cómo? - Claro. ¿Qué hacemos? - Pará que le preguntó a mamá cuánto falta para llegar… Ma, ¿cuánto falta para llegar? Mi madre no disimuló su fastidio al contestarme por segunda vez que seguían faltando seis horas. Volteé para mirar a mi hijo y reproduje las palabras de mi madre, haciéndolas propias. - Faltan seis horas, gordito. Inventate algo para hacer… - ¿Con qué? - ¿Cómo con qué? - No tengo celular ni Ipad, no hay tele para ver una peli, no hay nada… ¿qué queres que haga? - Bueno, juguemos a ver quién ve más autos rojos… Buscamos autos rojos, molinos, patentes con la “X” cordobesa. Canté canciones de María Elena Walsh y mi niño me preguntó qué significaba un “bazar” y le pareció cómico que la batata se “abatatara” cuando el cocinero la miró. - Ma, ¿le preguntas a tu mamá cuánto falta? Agradecí que me lo pidiera. Moría de ganas de indagar acerca de “esa” pregunta tan fundamental. - Ma, ¿cuánto falta? - Ay gordita, faltan cinco horas y cuarenta. No jorobes. - Pero tengo que hacer pis. - Vamos a parar en esa estación de servicio para cargar nafta. Vas al baño y de paso aprovechas para salir y estirar las patas. Mi niño no salía de su asombro. - ¿Qué esss esto? - Una estación de servicio. - Naaaa. - Si - Es una porquería, mamá. ¿Por qué frenamos en esta? - Son todas iguales - Es un asco, mamá. - Vení, acompañame al negocio para pedir las llaves del baño. - ¿Venden comida en el negocio ese? - Obvio… Caminamos hasta el “shop”. Paradójicamente, la puerta corrediza era todo menos corrediza. Entramos. Un mezcla de aromas nos envolvió. Creo que era café quemado y grasa de motor. El sonido de un ventilador de pie, una mosca verde y la radio AM encendida eran todo lo que se escuchaba. Los ojos de mi niño se salían de la órbita. Un señor corrió la puerta anti-corrediza. Su musculosa solía ser blanca en alguna era pasada. Los bigotes eran mullidos y sus dedos enormes. Con el cigarrillo en la boca nos preguntó qué necesitábamos. - Las llaves para el baño, por favor. Con sus enormes manos sucias nos dio la llave que venía estrangulada a un balero de madera ridículamente gigante. Mi niño no habló hasta que salimos del negocio. - Ma, ¿ese es el kiosco? - Si - Pero vendían limpia parabrisas… - Sí. Y también creo que tiene galletitas y café. - ¿Por qué hay que pedir llaves? - Porque la puerta del baño está cerrada. - ¿El de mujeres? - El baño es para mujeres o varones… - ¿Ehhh? El olor a amoníaco brindaba la información exacta de la ubicación del baño. Una puerta pequeña y arisca era el acceso a la simbolización de la inmundicia. Mi niño sintió arcadas. - ¡¡No entres ahí, mamá!! - Tengo que hacer pis, gordo. - Pero no podes entrar ahí, MAMÁ… En serio, hacé pis atrás de un árbol… - Gordo, hacé como yo… respirá por la boca y no toques NADA. Salí del baño empujando la puerta con el pie. Ahí parado estaba mi niño mirando todo impresionado, cubriéndose la nariz con la mano. - ¿Te lavaste las manos con jabón, mamá? - ¿Jabón? No ponen jabón en los baños, gordito… Además, la canilla estaba rota, asique tampoco salía agua. - ¡Qué asco! Vos siempre me decís que me lave las manos después de ir a un baño… Caminamos en silencio hasta el auto. Mis padres esperaban en su interior. Mi niño tomó el picaporte con la mano y pegó un alarido… - Ayyyy, la que te parió, picaporte de mier… Me quemé todo… - Ay gordo, ¿cómo se te ocurre agarrarlo con la mano? - ¿Qué sabía que quemaba, mamá? - Obvio que quema, gordo. Y ahora cuando entres al auto tené cuidado con el asiento que pela. No apoyes las piernas. Poné la funda de la almohada para evitar que te quemes también ahí. Entramos a la cafetera y nos morimos de calor. Todo estaba hirviendo. Era lo que odiaba de frenar. Mi padre rumbeó el Peugeot nuevamente hacia el norte y continuamos viaje con las ventanas bajas. Mi niño no subió a la luneta porque era una freidora. Nos apilamos todos en el asiento trasero. - ¡¿Mamá?! … ¡¡¿Mamá?!! … ¡¡¡MAMÁÁÁÁ!!! No fue el grito sino la sacudida de los cachetes lo que me obligó a mirarlo. Tenía el pelo sublevado, los ojos achinados y el semblante congestionado de quién anda en moto sin casco. Sus labios temblaban y se le llenaba la boca de vientos huracanados que entraban desde la ventana directo a la tráquea. - ¿¿QUÉÉÉÉ?? El tifón también entró en mi boca y el oleaje de mis mejillas repiquetearon produciendo sonidos extraños y exceso de saliva. Mi pelo volaba sin dirección, hacia arriba, hacia los costados, dentro de mis ojos. Y, con los ojos entrecerrados, la visión era panorámica. - QUE QUIERO CERRAR LA VENTANA… - ¿¿¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ??? - QUE CERREMOS LA VENTANAAAAA… - NOS MORIMOS DE CALOR SI LA CERRAMOS, GORDOOOOO… - DECILE A TU PAPÁ QUE PRENDA EL AIRE ACONDICIONADO… - ¿EL QUÉÉÉÉÉ? ¿AIRE ACONDICIONADO? JAJAJA… - NO SE PUEDE VIAJAR ASÍ, MAMÁÁÁÁ… ME VOY A IR VOLANDO POR LA VENTANA, MAMÁÁÁÁ… - QUE TEMA TENES CON SALIR VOLANDO DEL AUTO, AMOOOOORRRR… El acostumbramiento y la resiliencia son características del ser humano. Con el correr del tiempo, ni el ventarrón que entraba por las cuatro ventanas, ni su sonido ensordecedor, ni María Elena Walsh chillando de fondo, ni el calor de la cuerina, ni nada de todo aquel folklore era desaliento suficiente como para dejar de disfrutar de aquellos viajes de antaño. - Ma, le preguntás a tu mamá cuánto falta… - Dale… Mamá, ¿cuánto falta? - Valy, pasaron veinte minutos gordita… faltan más de cinco horas. ¿Por qué no te dormís? – dijo mi madre con impaciencia. - Dijo que faltan más de cinco horas. ¿No querés dormirte? - Dale… - Subite a la luneta y acostate. Esta vez no se quejó. Mi niño se recostó sobre la luneta. Improvisó una almohada con una remera y comenzó a tararear “El perro salchicha”. Llegando a Oncativo, mi padre aminoró la marcha y el viento cesó radicalmente. En aquel instante, un segundo antes de quedarse dormido, mi niño balbuceó: “No entiendo como lo hicieron… No entiendo”. - ¿Qué, gordo? ¿No entendes cómo hicieron qué? - Sobrevivir, Mamá. Sobrevivir a estos viajes. No entiendo cómo… Y sobrevivimos. Una generación entera de sobrevivientes que sobrevivió al calor, al viento en la cara, a la abarrotamiento del asiento trasero, a los baños de estaciones de servicio. A kilómetros y kilómetros de nada de nada para hacer más que mirar por la ventana. Sobrevivimos a la falta de cinturones de seguridad. ¡A la luneta! ¡¡Somos sobrevivientes de la luneta!! Simplemente sobrevivimos, gordito.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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