266. EN LOS PIES DE OTROS
- Pajas Bravas
- 27 nov 2018
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Me levanté corriendo. Corriendo en velocidad. Es que Agulla pega un saltito repentino e intercepta la pelota en un contragolpe de los rivales. Nadie la vio venir. El estadio entero estalla en vítores. Horacio toma la pelota con fuerza, mete un hand off y corre. Avanza un par de metros hasta que un francés intenta tacklearlo tomándolo de las piernas y logra desestabilizarlo. Mira hacia los costados y, unos segundos antes de caer desplomado en el piso, hace un pase extraordinario que recibe Manuel Contepomi. Manu acomoda la pelota y sale eyectado hacia el in goal contrario. Corre como un enajenado, corre por su vida, corre como un Puma. Y yo vengo en velocidad. Porque veo que el francés es más rápido y lo va a tacklear. Y sé que necesita un apoyo. Y no lo veo a Nani Corleto por ningún lado. Entonces corro al máximo de mis posibilidades. Corro salvajemente. Corro como un puma que acaba de ser madre y arrastra el peso de cuarenta noviembres. Y lo alcanzo a Manu. Soy su salvación. Él me mira y me tira el pase de su vida. Tomo la pelota con mi brazo derecho y acelero sabiendo que el país entero sostiene la respiración. Corro con todo mi cuerpo. Sé que puedo llegar. Sé que puedo meter el try. Pero me alcanzan los quince jugadores franceses, me tacklean unánimemente y yo quedo tendida en el piso en un estado de semi-inconsciencia. Me levanté por el ruido. Es absolutamente ensordecedor. Un sonido envolvente que casi me mata de un infarto. El espacio es amplio pero está abarrotado de jóvenes. Vestidos en colores oscuros y brillos, todos saltan al ritmo de los bajos del sonido. Levantan los brazos y gritan. Todos sonríen. El efecto de la luz que centella y el humo produce excitación en los cuerpos danzantes. A mí me marea. Yo no puedo terminar de entender qué es lo que ocurre. Con el encendido y apagado de la luz láser se me troquela el entendimiento y me paraliza. No comprendo el éxtasis de la multitud. Intento hablar con un joven a mi lado y, a pesar de estar consciente y accionar mis labios para efectivamente lanzar el mensaje al aire, no escucho mi voz. Él parece comprender y me responde con muecas pero no entiendo lo que dice. Salvo este muchacho, nadie parece notar mi presencia. Decido unirme a un pogo para ser parte de la masa, pero a los tres saltos me mareo y caigo desplomada en la pista del boliche. Me levanté por el ruido de los instrumentos quirúrgicos sobre la bandejita de metal. Llevo puesto un barbijo, una cofia y un ambo verde agua. La luz es artificial y el olor es metálico. Un cuerpo inerte recostado sobre una camilla con el cuero cabelludo rasurado y cubierto con iodo me despabila. Un asistente se me acerca y me dice que ya tiene a mi disposición un conductor Gigli, dos manilares, una sierra, tres cánulas de succión, dos pinzas hipófisis, una bayoneta, diez ganchos de nervio, dos cánulas ventriculares y me pregunta si preciso espátulas cerebrales. Yo no puedo pestañear, tengo un pasmo atravesado. Miro mis manos y noto que llevo puestos los guantes y sostengo un bisturí. Miro una vez más al muchacho tumbado insensible sobre la camilla y me desmayo. Caigo desplomada sobre el piso desinfectado del quirófano. Me levanté manejando una retroexcavadora al costado de la ruta y, antes de chocar contra el concreto de un futuro cruce ferroviario, me desvanezco. Me levanté al frente del G20 y me pasan el micrófono. Todos los líderes de la más alta esfera mundial y yo. Sé que no tengo nada que decir. Nada. Me desmayo de los nervios. Me levanté frente a una computadora encendida. Estoy en mi habitación y todo me resulta familiar. Todo, salvo las amenazas que escucho a la distancia. Son muchos ex seguidores de Facebook que me señalan con los dedos. Me intimidan. Me desafían a que me modernice. Ellos gritan groserías, palabrotas respecto a mi edad, impertinencias. Dicen que me actualice, que avance. Son ásperos y ofensivos. Dicen que soy de la prehistoria. Que soy una quedada. Me gritan “geronte” y me lanzan papiros. Dicen que publique los escritos en Instagram, que Facebook ya fue. Eso es lo que dicen. Empapada en sudor, miro la pantalla de la computadora. Escribo “Instagram” en google y le doy al “enter”. Se me nubla la vista. Quiero ponerme a escribir pero me pide una foto. Subo la foto y me pide que le meta filtros a morir. Quiero ponerme a escribir pero no me deja explayarme. Con muchísimo esfuerzo escribo todo lo que me permite, hasta donde me deja, respetando los signos de exclamación, los de puntuación, los párrafos, los diálogos y publico. Miro todo mi escrito y me largo a llorar. Todo apelmazado. Un texto compacto, apretado. Todo atiborrado. No se entiende nada. Decido salir a enfrentar a los ex seguidores de Facebook y decirles lo que pienso acerca de Instagram, pero me tiran con tablas jeroglíficas. Me desmayo y caigo desplomada en el arcaico piso de la premodernidad. _________________________ Mi más profunda admiración por los botines de los Pumas, las plataformas de los bailarines de música electrónica, las crocs de los neurocirujanos, las botas de trabajo de los retroexcavadorianos, los stilettos de las líderes del mundo y el calzado de los instagramers. A mí no me queda bien ninguno. Me provocan desmayos instantáneos. Solo aviso para el que quiera leer apelmazado, compacto, apretado, desabrido, incoloro y desguazado… algo parecido a lo que publico en Facebook está saliendo en Instagram (como puedo). La clave secreta para que me encuentren no la sé. Es algo como un # y después pajas y después bravas y no recuerdo si hay guión o tilde o aposición. No lo sé. Si alguna lo encuentra y me lo dice, lo agrego como comentario. A las del Facebook… no se asusten. Facebook y yo, un solo corazón. A las del Instagram… perdón. Hago lo que puedo. Al mundo... que cada cual se calce con lo que más cómodo le quede!

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