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257. MARCOS

  • Pajas Bravas
  • 12 abr 2018
  • 4 Min. de lectura

El jueves pasado, después de varias horas de contracciones irregulares, decidí llamarlo a mi marido. Sabía que las probabilidades de que me volvieran a bochar en el hospital eran altas, pero el dolor ya se había vuelto crónico. Le armé un bolso a Corcho, en medio de un llanto hormonal. Sentía que abandonaba a mis hijos, una sensación rarísima. Dejamos a Corcho en lo de mi hermana, y los dos mayores quedaron en casa, solos. El viaje hasta el Austral se hizo largo y en silencio. Por algún motivo que no puedo explicar, estaba aterrada. A la partera ya la conocía, ella había estado presente en el primero de mis partos. Tenía tanta calma en su mirada, que me trasmitió paz. Luego de la revisión, en lugar de mandarme a casa, me dijo: “Yyyy gordita, yo prefiero que te quedes. Estas con cuatro de dilatación…” Me enchufaron al aparato del monitoreo fetal por veinte minutos. Después, la partera, mi ángel de la guarda esa noche, me ofreció pegarme un baño de inmersión. Fue casi como si me hubiera ofrecido una bocha de helado de crema americana bañada en licor Baileys. Era justo lo que más quería en el mundo. Mi marido me preparó la bañera, y el hipopótamo se encalló en el fondo, feliz. Tuve unas cuantas contracciones en el agua. Juro que eran placenteras. A los cinco minutos, mi ángel se manifestó en el baño y me dijo que ya estaba lista para recibir la peridural. No podía creer con la velocidad con la que se iban desarrollando los hechos. Estaba a minutos de conocer a Marcos. Mi Marquitos. Otro llanto. Más hormonas. En la sala de partos me pusieron la peridural y me recostaron sobre la camilla. Pedí que lo buscaran a mi marido, quien apareció vestido de “marido a punto de parir” y se quedó a mi lado. Estaba casi más emocionado que yo. Enseguida llegó el obstetra, mi obstetra, mi amigo, Héctor, al único al que le confío tremenda tarea de traer a mis bebitos al mundo. Con él, llegó Kevin Johansen de fondo. Y así, en un ambiente de mucha paz e increíble buena onda, pujé un par de veces y nació Marcos. Llegó con dos vueltas de cordón, y la expresión de quien sale a la superficie luego de varios segundos bajo el agua. Un bebote lleno de pelo, aún enlazado conmigo, unido por un cordón “más fuerte que el odio y que la muerte”, así me lo traje hacia el pecho y me lo quedé unos cuantos minutos. Disfrutando de su pequeñez, de su desnudez, de su respiración… creo que nunca voy a olvidar esos momentos que no pertenecen al plano de lo racional. Una vez que el cordón fue cortado, la neonatóloga llevo al pequeño Marcos a una sala contigua acompañada por mi marido. Yo quedé en boxes un tiempito más. Y finalmente partimos los tres hacia la habitación. Esa noche no pude dormir. Estaba desvelada. Parecía dopada. Lo miraba agradecida, le inspeccionaba cada detalle, sus espasmos, sus ojitos hinchados por el tremendo esfuerzo que demanda salir hacia la luz, los plieguecitos de las muñecas, los labios, y su naricita tan respingada como la bajada de una montaña rusa. Era más perfecto de lo que había soñado. Mi chiquito sano. Ahí comprendí tanto llanto en las horas previas al parto. En el hospital disfruté de mucha paz y tranquilidad. Tal vez demasiada. Sufrí de algún Síndrome del tipo del de Estocolmo ya que, sin estar retenida a la fuerza ni en contra de mi voluntad, me había enamorado de mi situación de cautiverio y quería quedarme unos cuantos días más. Pero antes del segundo atardecer, ya me estaban liberando. Sin demasiadas vueltas, me entregaron la historia clínica mía, la de Marcos, el pedido de la BCG, y un racimo de sonrisas por parte del personal de enfermería. Mientras lo esperaba a mi marido en la puerta del hospital, leí la papeleta. Así fue como llegué a la parte que decía que la paciente "elimina gases espontáneamente". Sentí como se me espesaba y calentaba la sangre en los cachetes. “Lo que habrá sido eso… Para que se sintiera desde enfermería… Debo haber estado fatal”, pensé. Por suerte seguí leyendo y decía que la diuresis era espontánea y la catarsis, positiva. No recordaba que me hubieran preguntado si había hecho pipí, o si había podido ir de cuerpo, con lo cual deduje que todas las historias clínicas no son otra cosa que historias cínicas, puras mentiras descaradas. Las mujeres no eliminamos gases, y mucho menos de manera espontánea. Así, con mi Marquitos en brazos como lo tengo en este momento, escribiendo con una sola mano, más específicamente con dos dedos (mis hijos dirían que con los mismos dos dedos con los que escribo con o sin Marcos a upa), quería contarles que finalmente llegó mi bebote. Hubiera querido contarles antes pero no pude encontrar el momento ideal para hacerlo. Quería que fueran parte de este momento tan feliz que estoy viviendo ya que han sido parte de estos nueve meses de metamorfosis donde pasé de reina, a foca, a pingüino, y ahora, una especie de globo que lleva seis días desinflándose. Marcos pesó casi 3.900 kg, es pelirrojo, tiene la nariz que era el furor de los cirujanos en los '80 y una perita que es comestible. Esta etapa de la vida la denomino “La Etapa del Regocijo”. ¡Gracias tías y tíos de Pajas por la compañía! ¡Las/los quiero tanto!

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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