251. LA REINA
- Pajas Bravas
- 12 oct 2017
- 4 Min. de lectura
- Bueno, bueno… relajá la panza mamá, te voy a poner un poco de gel y vamos a ver a tu bebé… El momento de la ecografía… ahhh, que momento tan cinematográfico. Uno se imagina a una madre depilada y maquillada, enfundada en un camisolín blanco impoluto, tomada de la mano de su marido peinado y vestido como el muchacho de Trivago, emocionados los dos hasta las lágrimas viendo porprimera vez a su bebé y sintiendo latir un corazoncito que acaba de estrenar la perfecta maquinaria del bombeo de vida. O puedo ser simplemente yo. Y me pueden pedir que me recueste sobre una camilla helada, que desabroche el botón del pantalón y que tironeé la prenda hacia abajo. Y, mientras jalo del pantalón, justifico la ausencia del padre. Es que es el quinto hijo y todo se vuelve un tanto más laxo… así como no pareciera haber vestigios de abdominales, tampoco quedan rastros de recato en las aseveraciones. - Bueno mamá, te presento a tu bebé... - Ay, que divino. ¡Qué clarito se lo ve!… pensar que al mayor lo veía en una tele 14 pulgadas y no se entendía nada… - Bueno, como podes ver mamá, los ventrículos se están desarrollando a la perfección… - Ahhh, siiiii… lo veo perfecto. Qué grande se ve el corazón, ¿no? - Los ventrículos del cerebro… - Ahhh, siiii, claro... me parecía. - Esa es la pancita. Esa es una piernita… - Ay noooo, ¿¿ESE ES EL PITO?? No me digas que es varón… - Nooo. Es el cordón. - Ahhh, ya me parecía que no podía ser taaaaan grande… jaja… ¿te imaginas? (Y acá es donde siempre piso gasoil y patino. Es el gen “macanudo” de mi madre, ya hablé de este gen en varias oportunidades, siempre charleta, siempre simpático…) - Ahí se puede ver el sexo, ¿querés saberlo mamá? - Ehhhh, no. Te pido que me lo escribas en un papel así lo leemos esta noche en familia. Se los prometí a los chicos porque… (y de nuevo el gen) - ¿Qué te gustaría que fuera? - Yyyy, ¿la verdad?... Sano. - ¿Te da igual mamá? - Seeeee… bahhhh, igual, igual, no… pero qué sé yo… Confesarle a esta persona extraña, a este "dementor blanco" una confidencia tan íntima y tan banal como sería la preferencia por un hijo sobre otro, me parecía inapropiado. Sobre todo porque habíamos estado analizando al bebito detalladamente teniendo en cuenta la enfermedad de Carola. Por tal motivo, retuve al gen por casi tres eternos segundos antes de escupir… - ... prefiero una mujer. Así fue como me dio un papelito doblado en cuatro y me retiré a casa con la información quemándome el bolsillo del jean. - Hola gordo, ¿qué haces?... todo bien la ecografía… sí, todo perfecto. Ya se le están desarrollando los ventrículos… nooooooo gordo, del cerebro…. Ahhh, y tengo el sexo del bebé en el bolsillo del pantalón… No, no lo miré… Dale, perfecto. Lo abrimos esta noche con los chicos. ¡¡Te mando un beso!! Esa noche salimos a cenar. Fuimos a un restaurante de un amigo cerca de casa. Pedimos la bebida y cuando la trajeron, saqué el papelito del bolsillo. - Chicos, acá dice si el bebé es mujer o varón. - Noooo…¡¡¡abrilo!!! Ya habíamos hecho una encuesta tiempo atrás y la preferencia por una mujer era unánime. Hasta Corcho quería una hermana. Con esto en mente, abrimos el papelito: “Tubérculo Marculino” Les voy a confesar que tardé un poco más de lo normal en entender el manuscrito. La palabra “tubérculo” entorpecía mi discernimiento. Luego caí en picada. Hubo reacciones de las más diversas. Hubo risotadas, hubo cabezas gachas, hubo golpe en la mesa, y yo. A mí me dedicaron el Haka los All Blacks, me llenaron las rodillas de barro, me tiraron un canasto lleno de medias y botines sucios, me abrieron decenas de historias clínicas por lesiones, me lanzaron cientos de tubos vacíos de Axe, me ataron a un sillón y me obligaron a ver las temporadas completas de los Power Rangers Tormenta Ninja y Fuerza Salvaje, me persiguió durante tres horas una heladera vacía que me gritaba “Ma, tengo hambre y NUNCA hay nada para comer”. Tuve tantas sensaciones corporales como características tenga la crónica de la existencia del varón. En un respetuoso silencio, todos nos pusimos de pie para despedir solemnemente a la quimera idea del improbable ideal de una delicada niña rosa en la casa. - Bueno chicos, ¿ya saben qué es lo que van a pedir? La comida y la noticia se masticaron y se tragaron. Y ambas se digirieron. Lo lindo y absolutamente reconfortante fue v
er como las imágenes se fueron suavizando. De la testosterona y lucha libre, pude ver el abrazo apretado y el amor incondicional y cuasi venerado de los varones hacia las madres, los brazos fuertes y fornidos y miles de bolsas pesadas de supermercado, las pocas y escuetas pero absolutamente justas y equilibradas palabras, la sencillez y la practicidad masculina, la mirada cómplice de mis pequeños compinches, mis futuros remiseros, mis protectores, mis gestores de ANSES, mis varones, mis barones. Yo y mis cinco hombres de la casa. La reina, como alguien dijo por ahí…

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