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249. LA MUÑECA DE TRAPO

  • Pajas Bravas
  • 26 ago 2017
  • 13 Min. de lectura

249. CUENTO CORTO: “La muñeca de trapo” La tarde en la que Nelly cerró sus ojos por última vez, estaba acostada en su habitación en compañía de sus dos hijos, uno a cada lado de la cama. Era una tardecita de otoño y todo, hasta Nelly, reflejaba las tonalidades sepia. Su rostro era el de siempre, aunque más angelical. Su mirada era inocente y sus ojos brillaban como los de una niña. Estaba hermosa. Nelly había envejecido sanamente, aunque llevaba un tiempo olvidando lo inmediato. Los médicos hablaban de una pérdida de memoria a corto plazo, y que era absolutamente normal para su edad, pero sus hijos se impacientaban con sus historias del pasado y remembranzas de su infancia. Ella supo que era tiempo de dormir. Miró con ternura a sus hijos, le acarició la mejilla a cada uno, le pidió a Horacio que se afeite el bigote y a Jorgito que baje un poco de peso y finalmente giró lentamente hacia su izquierda. Tomó una almohada pequeña entre sus brazos, la abrazó fuerte y dijo: “Shirley, vení conmigo. Acostate a mi lado así dormimos juntitas las dos”. Y así, en paz, suspiró y se durmió. ________ Nelly era la “muy mayor” de tres hermanos, como solían decirle en su casa. En realidad se trataba de un sutil pero gigantesco error semántico que cometía su madre cada vez que hacía mención a su pequeña adultez ya que ella, con sus casi seis años, era “más mayor” que sus hermanos, pero para nada “muy mayor”. Y, como sucede con frecuencia, lo que comienza siendo un inocente engaño termina postulando grandes verdades. - Nelly, vos estás muy mayor para pelear con tu hermanito por el lugar en la mesa, ¿por qué no dejas que él se siente al lado mío? - Vamos, Nelly, no llores… ya estás muy mayor para estas chiquilinadas… Dale a tu hermano esa vainilla y vos comete la rota por favor… Y así, Nelly debía comprender que ella estaba muy mayor para ser niña. Entonces, todas las mañanas se ponía el guardapolvo blanco que su madre planchaba cada tardecita, desayunaba su leche manchada con chocolate y pancito con manteca y azúcar, tomaba a cada hermanito de la mano y marchaba impecable a la escuela. Era una verdadera palomita blanca. Cursaba primer grado inferior y, si bien era de las más chicas del salón, ya sabía escribir su nombre y el de sus hermanos. Aurora, la mamá de Nelly, era costurera y atendía en el living de su casa. Se había ganado el respeto y la buena reputación de casi medio centenar de señoras que, aún cuando hubieran preferido que Aurora fuera en persona a diseñar los vestidos en sus casas, se trasladaban a su modesto departamento de la calle Olazábal en Villa Urquiza. Un enorme sofá floreado presidía el amplio living, escoltado por dos sillones haciendo juego y una mesa ratona de mármol. Contra la pared, un enorme aparador ostentaba aires de grandeza, como si hubiera sido algún personaje importante años atrás, y hoy mantenía aquella estirpe parado así como lo hacía, recto y honrado. En su primer cajón, guardaba los tesoros más valiosos de Aurora: una tijerita pequeña que solía ser de su tía, otra más grande y moderna, tres dedales con más de un millar de heridas de muerte cada uno, dieciocho agujas de coser, más de doscientos alfileres dentro de una latita de Pimentón Superior de la Vega de Murcia, un metro y, según solía contarle Nelly a sus amigas, un millón de hilos de colores tan inéditos que ni el mismísimo Dios sabía que existían. Pero el corazón de la casa no estaba en el living, sino en el pasillo. Era una antigua máquina de coser Singer a pedal que funcionaba a la perfección. Era negra y sus piezas de metal estaban bellísimamente cinceladas en dorado. Cuando no tenía clientas, Aurora se sentaba frente a su compañera de trabajo y acompañaba el ritmo del pie con movimientos pendulares de cintura y suaves caricias sobre el volante. Nelly podía quedarse horas mirando a su madre y la Singer, las dos siendo una sola, y escuchando el sonido vivo e hipnótico del tic-tic-tic-tic que reproducía la danza vivaz de aquel corazón bombeando puntadas de hilos. Una tarde de invierno, tras haber terminado de colorear la enorme bandera argentina que había hecho para el acto del 9 de julio, Nelly encontró sobre la mesa el proyecto de lo que sería una muñeca de tela. Ya tenía cabeza, torso, brazos y piernas. En su rostro, Aurora había bordado dos ojitos azules con largas pestañas negras, una boquita roja y dos círculos rosas en sus cachetes. No tenía pelo ni ropa. Sintió que se aceleraba todo dentro suyo, emocionada suponiendo que sería un regalo para ella. Salió corriendo hacia la cocina y casi sin voz dijo: - Mamá, ¿esa muñeca es para mí? - No, Nelly. Esa muñeca es para la hija de la Señora Susana que cumple años la semana que viene. - ¿Y vos se la vas a regalar? - No, mi’ja. La Señora Susana vino esta mañana para buscar su pollera y me pidió que le hiciera la muñeca. Es el regalo que ella le va a regalar a su hija… - Pero si la estás haciendo vos… - Ay mi niña… ¿cómo te explico? Es verdad que la estoy haciendo yo, pero la Señora Susana me dio plata para que yo pudiera comprar los géneros y el relleno y las lanas… - ¿Por qué no la hace ella? - Porque no sabe. Y a nosotras nos conviene que no sepa así me la pide a mí y me paga, ¿entendes? - Y yo tampoco sé hacer una muñeca… - Nelly… Nelly… dejame pensar… yo creo que me va a sobrar bastante género como para hacer dos muñecas, ¿qué te parece? - ¿Hacer dos muñecas para la hija de la Señora Susana? - Noooo… ¿Qué te parece si terminamos esta muñeca pronto y empezamos la tuya? - ¡¡EN SERIO!! ¡¿Una muñeca para mí?! - Sí, Nelly. Una muñeca para vos. Mientras termino con las trenzas de esta muñeca, ¿por qué no vas pensando en un nombre para la tuya? No tuvo que pensar el nombre, Nelly ya lo sabía. Así como una madre embarazada imagina cada detalle de su hijo desde la concepción, Nelly llevaba años pensando en su muñeca imaginaria. Era regordeta, con labios bien finitos y colorados, de pelo dorado y rizado, y se llamaba Shirley como su actriz favorita, Shirley Temple. La muñeca de la hija de la Señora Susana había quedado terminada dos días antes de lo previsto. Era preciosa. Tenía el cabello negro peinado en dos gruesísimas trenzas de lana y llevaba puesto un vestidito blanco y un saquito a medida. Nelly hubiera querido quedársela para que juegue con su Shirley, pero no fue posible. La tarde que la Señora Susana fue a retirarla, Nelly sintió un gran desconsuelo en forma de luto por aquella amiga a quien vio partir. Aurora pudo ver el duelo en sus ojos, y decidió que esa misma noche sería un gran momento para comenzar la concepción de su tan deseada Shirley. - Nelly, ¿qué te parece si…? - ¿¡¡La hacemos a Shirley!!?... ¡Siiiiiii, dale! - Dale. Vos contame cómo es… - Ella tiene los cachetes rosas y los labios rojos y tiene rulitos amarillos… - Mmmmh… ¿rulitos amarillos y se llama Shirley?... Me recuerda mucho a alguien… - Jaja… ¡siiiii, a mí también! - Bueno, empecemos por la cabeza… Esa noche se acostaron mucho más tarde que lo habitual. A Aurora le dolía mucho la cintura, pero cada vez que le proponía a Nelly suspender la tarea hasta el día siguiente, el ruego en los ojitos de su hija era tan consistente que no se animaba contradecirla. Finalmente, casi terminada a las once de la noche, Shirley descansaba en una cunita improvisada junto a la cama de Nelly. A la mañana siguiente Aurora, más cansada que lo habitual, se levantó de la cama para vestir a sus hijos y servirles el desayuno. No se sorprendió en lo más mínimo cuando entró y encontró a Nelly sentadita en su cama peinando a Shirley. - ¡¡¡Mamáááá… mirá como la peiné!!! - ¡Qué linda te quedó esa trenza, Nelly! ¡Tu muñeca es lindísima! - Shirley es la más linda de todas, Mamá… ¿Cuándo le terminamos la cara? - Esta tarde, mi’ja. Ahora a cambiarse que hay que desayunar e ir a la escuela… Aurora aprovechó esa mañana para hacer unos mandados y, al llegar a su casa con el changuito repleto de compras, se puso a ordenar la casa. Al entrar en el cuarto de su hija, la escena de Shirley desnudita, recostada sobre la cama de Nelly, con su cabecita sobre la almohada y tapada por la colcha, la llenó de ternura. La levantó con cuidado, como si se tratara de su nieta recién nacida, y decidió interrumpir la limpieza de la casa y terminar de darle vida a su creación. Lo primero que hizo fue desanudar la trenza que había hecho Nelly esa mañana. Sintió una mezcla de lástima y culpa por profanar el peinado de su hija, pero sabía que debía mejorar el cabello. Para eso, le cosió más tiritas de lana en dos tonos distintos, un amarillo opaco y un beige clarito. Decidió cortarle el pelo un poco y hacerle un flequillo. Luego le cosió dos botones negros que tenía en el primer cajón del aparador, pero eran demasiado grandes y desarmonizaban con la delicada carita. Tomó coraje y se dirigió a su ropero decidida a hacer lo que debía hacer. Sacó un tapado suyo, regalo de su queridísimo difunto marido, que guardaba con extremo cariño y, casi pidiéndole perdón, tomó su tijerita y cortó los hilos que unieron por más de dos décadas a dos botoncitos negros de ónix, que centelleaban vida. Esos eran los ojos de Shirley, no cabían dudas. Los cosió y reforzó, y Shirley la premió con un destello de agradecimiento en la mirada. Luego tomó un pedacito de lana color rosa coral y le bordó una enorme sonrisa con la que dotó a Shirley de una alegría eterna. Y finalmente, pintó dos hermosos círculos en los cachetes con un lápiz labial color salmón que imprimía una tonalidad tímida a su semblante. Ahora sí, Shirley había quedado preciosa. Era la muñeca más linda que había hecho en su vida, y era de Nelly. - Mamá, Nelly nos hizo correr todo el camino… - Es que estos dos iban muy despacio, mamá… - Nooooo… íbamos corriendo, no mientas Nélida… - Bueno, bueno, bueno… esperen un minuto, Uds tres. No se pelen. Nelly, no quiero que vuelan corriendo porque se pueden caer por el camino y lastimar, ¿me entendes? Para qué iba a seguir reprendiendo a alguien que tenía su mente en otro lado. Permitió que se fuera a su cuarto y la siguió por el pasillo para verle la cara. - ¡¡¡MAMÁ!!! ¡¡¡¡MAMÁÁÁÁÁ!!!! ¡¡¡MIRÁ LO QUE LE PASÓ A SHIRLEY!!! ¡MIRÁ QUE LINDA QUE ESTÁ! - ¡Sí, Nelly! Está lindísima. - ¡¡¿¿VOS LA HICISTE??!! - Sí, la hice con la ayuda de Shirley. Ella me iba guiando. - ¡¡¡Ay mamá, gracias!!! Es la muñeca más linda que vi en mi vida. ¡¡La voy a cuidar toda la vida!! Ahora tenemos que hacerle un vestido… Quiero uno celeste con puntillas… Nelly llevaba a Shirley a misa, a la casa de su abuela, a la casa de Anita, su íntima amiga, al supermercado, a la peluquería, a todos lados. Shirley era una amalgama entre una hija perfecta y la mejor de las amigas. - Buen día Aurora, ¿cómo anda? Disculpe que haya venido sin turno pero le quería pedir un favor. El mes pasado vine con mi hija, ¿se acuerda?… vine a que me tomara las medidas. Y justo llegaba su hija con aquella muñeca que estimo habrá hecho Ud… Bueno, mi hija quedó encantada y quería saber si me podía hacer una igual para Navidad… - Ay Señora Patricia, muchas gracias por el cumplido. Lamentablemente no podría hacer otra igual. Fíjese que hasta mutilé un sacón que era un regalo muy especial para conseguir los ojitos… - Si es por un tema de dinero, no se haga problema Aurora… Ud sabe que ese no es un tema… - No Señora Patricia, no es un tema de dinero. Es que esa muñeca es muy especial, no podría hacer una igual. Podría ofrecerle otra, con otro color de pelo tal vez… - Dejeme pensarlo Aurora, venía con la idea de conseguir esa muñeca. Dejeme pensarlo… Shirley era parte de la familia. Tenía su cepillo de dientes, su platito, su vasito, y casi tantas mudas de ropa como Nelly. Y, aunque Aurora interpretando el papel de cirujana tuvo que remendarle un brazo una tarde y la costura no quedó tan bien como la original, Nelly sentía que era la niña más afortunada del mundo. Nadie tenía una hijita tan bonita como ella. En eso, coincidían. Aurora compartía ese sentir cuando la contemplaba jugando. - Nelly, andá a dormir hija. Son las ocho y media… - Un ratito más, Mamá… Porfiiiiiii… - No chiquita, esta mañana me costó mucho despertarte. Con desgano, Nelly se levantó de la mesa donde vestía por tercera vez a Shirley. - Vamos Shirley, tenemos que lavarnos los dientes y pedirle a Jesús que nos cuide esta noche… Las dos niñas se fueron parloteando por el pasillo. Aurora miraba la escena con ternura mientras terminaba de planchar el delantalcito blanco de la escuela. Comenzaba a creer que nunca se acostumbraría a este tipo de monólogos de su hija con su juguete, y que siempre sentiría calor en el estómago. Calor como el del sol en invierno, calor tan agradable como dulce, calor por saber que estaba todo bien, que la infancia de Nelly estaba bien, que todo era perfecto. Pero esa noche, algo ocurrió. Aurora debió haber olvidado la plancha enchufada, eso dijeron los bomberos. Una mesa de planchar caliente, y al segundo siguiente, un pequeño fuego hambriento. El fuego se propagó por el living masticando el sofá floreado y los sillones haciendo juego. Y, mientras la mesa de mármol lloraba contemplando como sus compañeros eran devorados por esta especie de ánima furiosa, el humo hizo que los niños comenzaran a toser. Unos segundos más tarde, Nelly comenzó a toser también. Y más tarde, Aurora. La única que parecía no alterarse, era Shirley. Por el contrario, ella jamás dejó de sonreír. Finalmente fue Paquito quien decidió darse por vencido al intento de respirar en el mar de pequeñas partículas y monóxido de carbono, y se despertó sobresaltado. Quería llenar los pulmones de oxígeno pero su cajita torácica, en lugar de expandirse, se hundía en franco rechazo al humo. En medio de la oscuridad despertó a su hermano que tosía con intensidad, y los dos salieron del cuarto en busca de su madre. Aurora no daba crédito de lo que ocurría, y le costó mucho concentrarse. Cuando recobró la conciencia, desesperada tomó a sus hijos de los brazos y, agazapados fueron a despertar a Nelly. La niña seguía dormida, tosiendo con urgencia, completamente confundida. - NELLY… NELLY… VAMOS NELLY, ARRIBA. TENEMOS QUE SALIR DE ACÁ. - ¿Qué passssa? ¡¿Qué es todo ese humo?! - VAMOS HIJA, POR EL AMOR DE DIOSSS, TENEMOS QUE SALIR DE ACÁ… - ¡¡Mamá… Shirley!! Tengo que encontrar a Shirley… - No hay tiempo hija… - MAMÁ, TENGO QUE ENCONTRAR A SHIRLEY, NO PUEDO DEJARLA ACÁ. ¡¡SE VA A QUEMAR!! - NELLY, NO HAY TIEMPO. - NOOOOOO… MAMÁ…. NOOOOOO Y Aurora dijo lo que sabía que no tenía que decir. Pero lo dijo. - NELLY, DESPUÉS TE HAGO OTRA. Nelly fue arrastrada por el pasillo más asfixiada por el dolor y el llanto que por el fuego y el humo. Dejaba a Shirley en su cunita, sola, a oscuras, con esos ojitos centelleantes y su eterna sonrisa. Por años soñó con Shirley, devorada por las llamas del fuego, con sus rulitos dorados, y sus cachetitos redondos. También soñaba con su madre, a quien con el tiempo logró perdonar por haber dejado atrás a Shirley. Lo que no perdonaba era aquella última frase: “Te hago otra”. Entonces, en sus sueños, aparecía su madre con distintas muñecas, algunas derretidas, otras muy parecidas a Shirley pero con la boquita bordada al revés, con mueca de tristeza. Y cada vez que eso sucedía, se levantaba llorando. - Nelly, hija, Shirley está en el cielo con Oma y Opa… no estés triste. Otras veces intentaba con: - Nelly, ¿te gustaría que hiciéramos una nueva muñeca? Finalmente, y cansada de ver a su hija triste, Aurora en un acto desesperado, habló con hechos fácticos: - Nelly, vamos amor. Era tan solo una muñeca. Si perdíamos más tiempo buscándola, tal vez quedábamos atrapados dentro del departamento… ¿podes entenderlo? Era una muñeca de trapo, hija. - Ojalá me hubieras dejado con Shirley… - No te voy a permitir que hables así, Nelly. Vos ya estás muy mayor para decir semejante pavada. Nelly, según Aurora, era muy mayor. Siempre lo fue. Sin embargo, según su acta de nacimiento, acababa de cumplir siete años. Y eso, de “muy mayor” seguía teniendo muy poco. Aurora había intentado clonar en dos oportunidades a Shirley sin éxito, había confeccionado otras tres muñecas que eran tan hermosas como Shirley pero completamente diferentes entre sí, pero tampoco había funcionado. Nada parecía sacar adelante a Nelly de su inmensa tristeza. “Niños pequeños, problemas pequeños”, solía repetir para no enroscarse en el melodrama de su hija. Harta, Aurora, decidió tomar al toro por las astas. Había perdido la paciencia y, con palabras firmes, decidió poner a la muñeca en su lugar. Porque, según Aurora, viendo la escena en perspectiva, lo de aquella muñeca se había convertido en un absurdo capricho y en un manejo de una niña malcriada. - ¡Basta Nelly! Esto se termina acá, ¿me escuchaste? A partir de hoy no se habla más de Shirley. Punto. Y a partir de ese día no se habló más de Shirley. El tiempo parecía darle la razón a Aurora. Nelly finalmente había olvidado a su muñeca de trapo. _____________ Esa tardecita de otoño, los hijos de Nelly sabían que era hora de despedirse. Lo sabían de manera inconsciente pero palmario. Llevaba días postrada en su cama, hablando de su madre y de sus hermanitos, y de la máquina de coser. Los médicos habían pronosticado que esto podía suceder: “Lo que tiene Nélida es perfectamente normal. Clínicamente ella presenta una salud inmejorable. El problema es su cabecita. Van a ir notando que irá recordando sucesos del pasado, personajes de su infancia, e irá olvidando lo inmediato, lo circunstancial. Lo último que recordará seguramente sea lo más primitivo en su vida. Tal vez, lo que ella haya considerado lo más importante de su infancia. Porque eso es en lo que se está convirtiendo, en una niña nuevamente. Tendrán que tenerle paciencia”. Y así fue. Nelly acarició a Jorgito y Horacio en la mejilla por última vez, esos dos grandulotes a quienes amaba de manera incondicional. “Ay mis niños, ¿cuándo crecieron tanto?... ¿Les dije que los amo?... Si, lo dije varias veces, ¿no?... Lástima Horacito esos bigotes, ¿cuándo me vas a hacer caso?... y Jorgito, vos estás panzón mi’jo… Cuidado con el colesterol, ¿eh?... Bueno… me voy a descansar, apaguen la luz cuando se vayan…". Así de angelical co

mo estaba, giró hacia su izquierda y tomó una almohadita entre sus brazos. Era ella, su muñeca de trapo, su preciosa Shirley. Finalmente estaban juntas. La abrazó con todo el cariño acumulado de años y años, y le pidió que descansara a su lado, para siempre. El tiempo, irónico y dictatorial como siempre decidió, en el último suspiro de vida, darle el revés a Aurora. Nelly jamás había olvidado a su muñeca de trapo, jamás, ni un solo día de su vida, y lo hizo manifiesto justo en el último segundo, cuando el sol otoñal se retiraba llevando consigo el calor, los recuerdos y el tono sepia de la habitación.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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