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MEDIO BAJÓN

  • Pajas Bravas
  • 3 jul 2017
  • 4 Min. de lectura

245. MEDIO BAJÓN - Che, gordita, ¿y si escribís una comedia? -¿Por? - Qué sé yo, digo... -¿Qué tiene de malo lo que escribo? - Noooo, nada… lo que pasa es que algunos de los escritos son medio bajón… Bahhh, qué sé yo... Me fui a dormir masticando este diálogo. ¿Será que soy un “medio bajón”? Hace un par de semanas nos miramos con mi marido y decidimos que debíamos hablar. Nos estábamos volviendo dos desconocidos. Fuimos a comer afuera y tomamos una de las decisiones más difíciles que un matrimonio puede tomar en la actualidad. Fue durísimo al principio, no voy a negarlo, pero ambos sabíamos que era lo mejor para los dos. Es que realmente la cosa no iba más. Hacía tiempo que no coincidíamos y eso no era bueno ni para él, ni para mí. Asique él se abrió un nuevo perfil en Netflix y yo sigo con el viejo que usábamos los dos. Ahora, él mira todas sus películas bélicas y documentales de los Nazzis sin que eso confunda a la maravillosa inteligencia artificial que me aconseja en mi perfil títulos que armonizan con mi sentir. Entonces me recomienda películas en donde se mueren todos los miembros de la familia, salvo el perro que permanece veinticinco años sentado en la puerta de la casa esperando, o la del chiquito negro que es abandonado por su madre prostituta y su padre alcohólico y tomado como rehén en un combate entre tribus, o… y podría seguir horas. No estoy exagerando, son las recomendaciones que me tira un sistema de perspicacia artificial que estudia mis pensamientos constantemente y me conoce mejor que mis propios padres. Entonces, con títulos tan depresivos como los que me propone, sería muy necio de mi parte hacer oídos sordos al reclamo de mi marido. -¿Será que soy medio bajón? No puedo negar que toda la vida sentí cierto rechazo por los finales felices, sobre todo los que son extremadamente felices. Cuando se congela el mundo por completo y sobreviven únicamente la mujer con cintura de avispa y el caño con el corte de pelo italiano… eso me enajena. O cuando el mundo se llena de zombies y una señora ama de casa que únicamente sabe preparar huevos revueltos es forzada a salvar al mundo de un desastre nuclear y salvar a su hijito, que es un muñequito de torta... me dan ganas de hacerle juicio al director. -¡¿Y!? ¡¿Qué tal la peli?! - Uffff… ¿qué querés que te diga?... -¿Una porquería?... ¡Qué raro! Me dijeron que era lindísima… - Seeeeeee… La banda musical y la fotografía eran increíbles… Pero el final, un asco… Me fui con ganas de devolver los pochoclos… Todo obvio, todo lindo, todo rosa. Una torta de tres pisos de merengue y claras batidas a nieve, un pico de hiperglucemia de felicidad y empalago... - Ahhhh, que macana… Tengo entradas para verla esta noche. No sé qué decir. Tal vez mi marido tenga razón. Actores como Jim Carrey en "Tonto y re tonto" o Mike Myers en "Austin Powers" jamás han logrado robarme ni una mueca similar al inicio de una sonrisa, es más, me ponen de mal humor. Lo que realmente me hace reír es el humor irónico, el seco, el "para nada" obvio. Sino, no me río. Y las veces que tuve la oportunidad de elegir la película, logré que la nariz de mi marido corriera y que saliéramos del cine en silencio, honrando el sufrimiento ajeno. Lo que busco en una película o en un libro es que me movilice, que me emocione, que crezca en mí el sentimiento de la empatía, la observación, el gusto por la vida. "La vida es bella", por ejemplo, es un canto a la vida. "Sobrevivir para contarlo" de Immaculee Ilibagiza debería ser lectura obligatoria en la secundaria. La delicadeza del beso en "Ghost", la completa inocencia de los chiquitos en "El niño de pijamas a rayas" o el deseo en el guiño de la camioneta de Clint Eastwood en "Los puentes de Madison"... ¡eso quiero! Eso me combustiona. Entonces está claro, debo ser medio bajón. Cuando escribí acerca de Tomy y su corta vida en "Todo ojo le verá", lo hice porque me desespera ver la poca intimidad que tienen los chicos en la actualidad. El final es triste, ya lo sé... pero, ¿qué tenía que hacer con Tomy? ¿Dejarlo vivir? Si era él quien quería dejar todo atrás. Y al morir nos regala una enseñanza colosal. Lo mismo ocurrió cuando escribí sobre Sofi y su hermana imaginaria. El final es triste, pero así me atraviesa la infancia de muchos chicos con padres sobre-ocupados. La historia de Vicky y Magalí también, tristísima por donde se la mire, pero con una gran cuota de realismo. O la soledad de la divina de Luisa y su soliloquio, que la amé desde el momento en que la imaginé. -¿Y si escribís una comedia? No sé si puedo. ¿Se le podrá pedir a Alfred Hitchcock que dirija una película pavota con final obvio? No sé. No creo que pueda. Tengo la historia de Nelly en el horno y está casi a punto. Le falta terminar de dorarse. Es una historia lindísima sobre una niña y su madre. Pero, el final es conmovedor y acá estoy preguntándome qué hacer… si darle una vuelta de rosca y llenarla de merengue y azúcar impalpable para que sea empalagosamente digerible o escuchar la voz de mi conciencia que, en mi caso, llega a través de mi perfil en Netflix y ser quien dice que soy, una “medio bajón” básicamente. ¿Qué hago? Me divierte esto de hacer interactivo el final de la historia de Nelly…

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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