EL EFECTO MARIPOSA
- Pajas Bravas
- 18 may 2017
- 10 Min. de lectura
241. EL EFECTO MARIPOSA Ella había sido siempre despistada. Una despistada crónica. De hecho, se lo habían hecho saber de bien chiquita. ¿Quiénes? Sus padres, su hermana mayor, luego sus maestras, sus mejores amigas, y posteriormente su novio. Era una despistada linda, de esas que podrían dejar el auto abierto con la cartera adentro, o de las podrían olvidarse por completo del cumpleaños de su madre y llamarla para pedirle un favor. Era una despistada loca, traída a la Tierra por error, una alma simple y bella. Él la amaba, así tal cual era. Y su condición de despistada aumentaba la necesidad que tenía por protegerla y guiarla en lo que consideraba una jungla peligrosa para una abejita como ella. Él era el antónimo de despistado. De chiquito dejaba a más de uno boquiabierto cuando relataba la historia que estaba leyendo, o las tablas de multiplicar, o la lista completa de preposiciones. Su cuarto estaba siempre ordenado, su tostada estaba uniformemente untada, su buzo siempre combinaba con su remera y no le gustaba que el pelo le creciera demasiado. Su madre, fascinada al principio y acostumbrada después, solía depender de él para realizar su tarea de madre. - Fede, ¿dónde dejé las llaves del auto?... ¿En serio? Ja! No las hubiera encontrado nunca. - Che Fede, ¿te acordás si Emi tuvo varicela?... Esa enfermedad de los puntitos en la piel que pica mucho… Ahhhh siiiiiii, tenés razón… - Gordo, ¿cuándo era la reunión de padres?... Ahhh, perfeeeeecto… Pará, ¿ocho y media de la mañana o de la noche? Esa facilidad de palabras y memoria era lo que enamoró a su novia el mismo día que se cruzaron en la facultad. Ella, en su desorden mental y físico, encontraba en él la organización que su vida necesitaba. Ella, que jamás combinaba el pañuelo con el resto de su atuendo, que no tenía tiempo para untar su tostada, y que amaba los colores y la música con el mismo ardor con el que odiaba la rutina y la superficialidad, ella necesitaba todo lo que él le ofrecía. Pronto se casaron. Federico y Ana formaban una pareja muy singular y sumamente vistosa. Los dos habían estudiado Publicidad, y cada uno lo ejercía a su manera. Ella había decidido que no pisaría un Mega-Estudio de Marketing y Publicidad en su vida, que odiaba a esos monstruos y era muy sarcástica a la hora de describir a los entes que permitían ser magullados por estos imperios podadores de espíritus. Sin embargo, Federico se levantaba todas las mañanas, orgulloso y entusiasta, listo para ponerse a tiro y enfrentar un nuevo desafío. ¿Dónde? En un enorme Mega-Estudio de Marketing y Publicidad mastica-talentos. A él le enternecía la visión que ella tenía de ese mundo competitivo y estaba agradecido de saber que ella no formaría nunca parte de esa vorágine. La quería así, llena de vida e ingenuidad. A ella la embelesaba verlo moverse con agilidad, hablando y sabiendo de todo, mucho. - Goooorda, porqué no venís a desayunaaaar… - Mmhh yyyyaaaaaa voooooyyyy jjjjjjj… me estoy lavando losh dientesssssh… - Los dientes se lavan después del desayuno, Ana… - Estás taaaan equivocado… yo me voy a trabajar con el sabor de la tostada, la miel y el té en la boca, es como prolongar la luz del sol entrando por la ventana. - Es mucho mejor y más sano para tus dientes que te los laves después… - Si, y que la menta metalizada sea mi compañera mañanera… Casi que quiero desayunar Coca-cola y fumarme un pucho… A mi dejame con mi tostada y mi miel… Esta charla se daba día por medio, más o menos. Ella argumentaba siempre con ejemplos desopilantes y él moría de amor. Unos minutos antes de partir, ella pasaba por la puerta del baño, la abría y, atrevida como era, le cerraba la canilla del agua mientras él se cepillaba los dientes. - Mmmmhhhhh… - No me mires así Fede, pensá en el Planeta… - Son dos minutos… - ¿Sabés lo que daría un chiquito en África por tomar el agua que cae dos minutos por tu canilla, Fede?... Chau amor, nos vemos a la noche… - Chauuuu… Pará Ana, dame un beso… ¿Vas vestida así? ¿Por qué no te pones la campera de ski que tiene más colores que combinan menos? - Buehhh, habla el “Sr Paleta de colores azul y beige”… Se dijeron que se amaban y cada cual siguió su camino. Catorce años trascurrieron desde el día en que Ana conoció a Fede en la cola de la librería para sacar fotocopias. Él tenía un yeso en el brazo y la billetera en el bolsillo trasero de su pantalón. Ella, que ya había notado que algo en el corte del pantalón la había hechizado, fue testigo de su torpe intento por sacar la billetera del bolsillo y ver como se caía al suelo desparramando billetes y papeles por todo el pasillo. No dudó un segundo y se agachó enseguida para darle una mano. Pero, en su impulso acelerado, perdió el control de su bandolera y de todo cuanto había dentro de ella. Así fue como los billetes de él, los papeles de la facultad de ella, Fede, Ana y sus pasiones se entrelazaron para siempre. Ellos juraron amarse en las buenas y en las malas, sin embargo esto era ridículo por donde se lo mirara. Entre Fede y Ana no habían malas. Él roncaba mucho, pero a ella no parecía importarle. Ella trabajaba medio turno porque había decidido criar a sus hijos y él estaba de acuerdo. Él era fanático de Racing y miraba todos los partidos y ella se sentaba a su lado mientras bordaba almohadones. A ella le encantaba el teatro independiente, a él no le gustaba ni un poco pero la acompañaba porque decía que esos antros no eran lugar para ella. - ¿A ver queeeeé? - Ay gordi, ya te dije… a ver “El espermatozoide alienado”… - Nooooo, vos me estas jodiendo, ¿no? - No necesitas venir Fede, voy sola… - Sabés que termino yendo, Ana… no puedo dejar que vayas sola… Yo soy un taraaaaado… Nunca un musical de Pepe Cibrian en Broadway, ¿no? Él acompañaba a sus hijos al colegio y revisaba siempre los cuadernos de comunicados, cuadernos que Ana parecía no estar al tanto de su existencia. Ella les cocinaba viandas pediátricas, llenas de salchichas y hamburguesas, él calmaba su conciencia naturista agregando barritas de cereal y un tupper chiquito lleno de nueces o almendras. Él llegaba cada vez más tarde y ella lo esperaba cada noche para cenar, siempre con la misma ternura y devoción. Ella asistía a cuanto taller de pintura surgiera y a él le enorgullecía cada cuadro terminado. Él era más estricto a la hora de educar a los chicos y ella parecía estar de acuerdo. Sin embargo, para ella todo era un juego, y eso a él le devolvía una niñez infantil y divertida de la cual no tenía ni recuerdos. Él estaba siempre al tanto de la última tendencia en, se podría decir, absolutamente todo. Sabía de lapiceras, de relojes, de corbatas, de tecnología, de autos, así como también de cinturones gástricos, de agronomía, de mindfulness, e inclusive de depilación definitiva. Siempre sabía, y si no lo sabía se informaba de inmediato. Ella no. - Feeedeeeee… ¿qué es esto del Google Drive? - ¿Ehh? ¿Google Drive gorda? No puede ser que no sepas lo que es Google Drive… - Daaaale Fede, ¿me ayudas? Mandaron fotos del acto de los chicos por Google Drive y no tengo idea qué es… ¿Qué tengo que apretar? - Ayyyy Ana, te juro que te pagaría un curso de computación… No podes darte por vencida con el tema de la tecnología, gorda. - Es que no me interesa, Fede. El Word y el mail los sé usar… listo, suficiente para mí… Daleeeee, me ayudaaaaaass… - Yyyyy siii, ¿qué voy a hacer? Si sos mi debilidad… vení gorda, traeme la compu… Pero esto tiene un precio… Y sí, el precio se pagaba en la intimidad de la noche. El lecho era su Abadía, y ellos honraban y dignificaban su matrimonio materializando el amor. Dos personas que eran una. Catorce años después y seguían siendo el uno para el otro. En algún lugar en Asía, alguna mariposa aleteó con determinación, y su aleteo se sintió del otro lado del mundo, en la casa de Fede y Ana. Un día, los colores, la música y el teatro irritaron a Fede. Ni idea, fue así, de la nada. Se levantó, y simplemente le molestó. Tal vez le molestó que ella no se hiciera cargo de la sanción de Mateo, que llevaba tres días sin firmar, y que él tuviera que ser el malo de la película siempre. O tal vez fue que ella no supiera como generar el VEP para pagarle los aportes a su empleada y que tuviera que hacerlo él. O simplemente pudo haber sido que ella lo esperara vestida con una vieja remera de rugby suya y que jamás tuviera la iniciativa de ponerse sexy para él. No sabía qué era lo que lo había fastidiado, y tampoco se lo dijo, pero desayunó en silencio. A ella le pareció raro que no quisiera provocarla con el tema del lavado de los dientes, y decidió no jorobarlo con el derroche de agua. Antes de irse, Ana le dio el beso que Fede no había reclamado. Él se lo devolvió pero estaba molesto con el pañuelo floreado que llevaba puesto, que nada tenía que ver con su camperita militar. “¡¿Es que nunca va vestirse como una mujer?!”, se dijo. Ella notó un sabor desabrido en el beso y pensó que combinaba con el tono beige sin sal ni pimienta de toda vestimenta. - Chau amor, que tengas un buen día. - Chau Ana… Che, decime una cosa, ¿esta tarde estás al pedo? Porque tendría que llevarle un sobre al contador… - Bueno, en realidad no… Tengo pintura a las dos… - Por eso gorda, estas al pedo. Te pido que le lleves el sobre a Pichelini… - ¿¿EHHHH?? Decime que tenés un problema en el trabajo porque a mí no me hablas así. Mis horas de pintura alinean mis chakras, y lo sabés… -Buehhh… Te vino el período, ¿no?... Dejá, le llevo el sobre esta noche. Entonces vas a tener que esperarme para cenar más tarde… -Que te espere tu mamá que llama todo el tiempo preguntando cada estupidez… Así partieron ambos, cada uno tomando un camino distinto, guiados por la mismísima Teoría del Caos provocada por aquel aleteo furtivo. Todo lo que él amaba de ella se había vuelto irritante, y él se había convertido en una persona intolerante con ella. La miraba y veía a una mujer dejada, sin el más mínimo interés por progresar, una vaga que perdía el tiempo haciendo nada o pintando la nada. Ana percibía esto y estaba furiosa con este hombre, absolutamente molesta con Federico y todo su ser. Ya no aguantaba los ronquidos, ni el deslucido color opaco de su guardarropa, ni su educación militar. Había comenzado a odiar su memoria y todo ese conocimiento acumulado. “¡¿Me vas a decir a mí si duele o no el papanicolau?!” pensó esa mañana cuando él hizo una mención al respecto como catedrático en el área de ginecología. Tampoco lo esperaba para cenar, sino todo lo contrario. Cada noche se acostaba más temprano para evitar tener que conversar con este ser despreciable. A Federico no le molestaba llegar a su casa y encontrar a todos durmiendo, al contrario, prendía la tele y cenaba acompañado del noticiero. No miraba más los partidos de Racing en su casa, siempre había lugar en el sofá de la casa de sus padres y los mates eran más sabrosos. Así los encontró el divorcio. Apáticos, inconmovibles y completamente desconocidos. Una mañana fresca, una mesa, dos abogados y estos dos extraños de cada lado. La división de los bienes, la tenencia de los chicos, la cuota alimentaria, todo fue acordado en tiempo récord. Los mismos abogados se sorprendieron de lo sencillo que había sido todo. Y fueron ellos los primeros en percibir que en ese salón se estaba cometiendo un error garrafal. Una vez concluida la lectura de las partes, dos copias fueron puestas a disposición de los interesados que debieron firmar cada hoja. Primero fue el turno de Ana. Sacó de su colorida bandolera una birome Bic, y eso a él le dio ternura. Una ternura tan conocida como la tostada y la miel misma. Ella miró el papelerío y no supo por dónde empezar. Levantó la mirada buscando auxilio y, en vez de consultarle a su abogado, fue directo a su fuente: - ¿Dónde firmo Fede? - No sé, yo también estoy estrenando el título de divorciado, Anita. Pero creo que se firma al costado de cada hoja y al final de la última. Ella firmó cada hoja, le entregó el primer juego de originales a su proyecto de ex marido, y siguió con el segundo. Él tenía lista su lapicera y no pudo evitar sentir un dolor profundo al ver el garabato gigante de la firma de Ana. “¿Cómo es que llegamos a este punto?”, se lamentaba en el más absoluto hermetismo. Y así, enredado en ese sentimiento de tristeza, deslizó la lapicera junto al trazo de la birome de Ana, como queriendo cobijarse entres sus firuletes. Ella terminó el segundo juego y se lo pasó con cariño. En el traspaso de manos, una leve caricia hizo que los dos levantaran la vista y contemplaran en el otro, al otro. Ese que siempre había sido pero que, por obra de alguna onda expansiva producida por el aleteo insignificante de alguna mariposa ruin, había dejado de ser. Para estas alturas, ya eran cuatro las personas que creían que tal vez se estuviera cometiendo un error en aquel salón, sin embargo nadie lo expresó publicamente. Se levantaron de sus asientos, se saludaron cordialmente y cada uno se retiró con su abogado. Ya en la calle, Fede sintió que aquello que no estaba diciendo iba a terminar por matarlo. - Che Anaaaa… Fede le gritó a Ana que estaba por cruzasr la calle. Ella se dio vuelta como una adolescente en flor. - ¿Queeeé? - Que me des un beso… Mientras caminaba hacia él, notó un dejo de tristeza en su mirada que supuso sería similar a la suya. Él la veía venir, una eterna niña y, aún sabiendo que ya no era suya, sintió que debía protegerla. - ¿Qué dijiste Fede? - Que me des un beso… - ¿Dónde? Jaja - Yyyy, supongo que en el cachete, ¿no? Se besaron en el cachete sintiendo que interpretaban el papel de un mal actor y una pésima actriz. - ¿A dónde vas vestida así? ¿Al Cirque Du Soleil? - Jajaja … Sos tan tonto... Julio Bárbaro tiene más onda para vestirse que vos, Fede… - Julio Bárbaro habla así porque nunca se lavó los dientes después de desayunar… - Julio Bárbaro habla así porque roncó toda la vida como un condenado… - Jajaja - Jajaja - Chau Fede… no vemos. - Chau Anita. En algún lugar en Asia, una mariposa perecía y dejaba de aletear. Sin embrago, el caos que había provocado era de dimensiones aún desconocidas. Tanto Fede como Ana fueron alcanzados por estas pequeñas ondas que se fueron convirtiendo en huracanes. Pequeñas acciones que crearon las condiciones para cambios indeseados. “¿Y si le hubiera tenido más paciencia cuando me pedía ayuda con la computadra? ¿Y si le hubiera comprado un pijama nuevo? ¿Y si le hubiera agradecido las miles de cenas que me cocino y me esperó?”, eran todas las preguntas que se hacía. “Tampoco era tan grave que se vistiera así… de hecho, me encantaba. Y siempre la admiré como madre. Ella era la alegría del hogar.” “¿Y si lo hubiera comprendido un poco más? Porque, yo sé que soy muy intensa, y él tenía mil cosas en la cabeza. Tal vez debí leer entre lineas y no permitir que todo esto se hundiera”, se lamentaba Ana. “Él era el mejor marido y padre que conocí en mi vida. ¿Cómo fue que no paré la pelota? ¿Cómo fue que cosas tan insignificantes provocaran semejante tempestad?”. Fede y Ana, aparentemente solo en las buenas.

Comments