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240. TODO OJO LE VERÁ

  • Pajas Bravas
  • 5 abr 2017
  • 7 Min. de lectura

240. TODO OJO LE VERÁ “… y todo ojo le verá”- Apocalipsis 1:7 Era perfecto. Un niñito dotado de hermosura. Su cabecita era bien redondita y blanca, una pequeña bola de nieve, suave y brillante. Los rasgos de su carita eran iguales a los de Marcos, su papá. Una naricita chata, ojos rasgados, una boquita pulposa y un todo rollizo. Sin embargo, había heredado la delicada p

alidez del tono bielorruso de Sofía, su madre. Sus movimientos eran lentos y nuevos. Y así fue como, sin que nadie lo hubiera podido predecir, llevó su dedito pulgar a la boca y ambos padres subrayaron sus ojos de ternura con una fina lágrima de emoción. Aún cuando el hecho fue casi imperceptible, las otras tres personas que permanecían paradas en la habitación lo notaron y sintieron un cierto regocijo en la zona de la tráquea que debieron disimular aclarando la garganta. Era perfecto. Este chiquito era la luz de sus padres, era la concreción del amor y la sensación de inmortalidad en un plano espiritual, y ¿por qué no?, físico también. Este chiquito era todo lo que ellos esperaban, y un cachito más, aunque aún no lo sabían. Ni ellos, ni él. Porque este niñito permanecía dentro del vientre cálido de su madre, y restaban cuatro meses para que finalmente respirara por sus propios medios. Restaban cuatro meses para que ella lo diera a luz y pudiera sostenerlo por primera vez. Restaban cuatro meses para que él pudiera finalmente conocer a sus padres. Sin embargo, sus padres ya lo habían visto en dos oportunidades, junto a todo un equipo médico, y luego lo presentaron en sociedad durante una reunión familiar en el enorme plasma que tenían en el living. Unas dos docenas de personas conocían a Tomy, cuatro meses antes de que siquiera él se conociera. Y luego volcaron el videíto en Facebook, y un centenar de personas más se sumaron a los mensajes de felicitación. Y fue con esa mirada que lo recibieron. Con ojos amorosos. Era perfecto. Tomy nació una fresca noche de septiembre. Todo fue esperable, su peso, su ritmo cardíaco, su presión arterial. Su rostro era el esperable, su naricita, sus ojos y su boquita. Marcos lo retrató durante todo el proceso del parto, su primer llanto y la primera vez que succionó leche del pecho de su madre. Fascinado con su hijo, subió las fotos a las redes sociales y unas trescientas personas se conmovieron. Su deseo por sostenerlo lo obligó a dejar el celular sobre la mesita donde estaban los instrumentos quirúrgicos. Fue reprendido por el médico y por su propia mujer que quería fotografiar el momento exacto en que padre e hijo se tocaban por primera vez. Todo esto fue visto por todo aquel que anduviera navegando aquella noche océano adentro de la inmensa Red. Era perfecto. Tomy y todas sus monigotadas. La primera lágrima, la primera papilla, la primera sentada, la primera parada, el primer paso. Todo filmado en tiempo y forma. Tomy siguió creciendo, siendo el protagonista de su propia historia. Y la audiencia permanecía hambrienta por conocer más material inédito de cada progreso. Todo ojo le veía. Ya no era todo tan perfecto. Tomy fue acostumbrándose a hablarle a la pantalla del celular para tener un diálogo franco con sus padres. Sabía con certeza que tras el ojo de la lente estaba el ojo amoroso de sus padres, contemplándolo completamente enamorados de él. También sabía que cuando alzaba la voz para contar una anécdota increíble, automáticamente era puesto en pausa para poder tener esto también captado en tiempo real. El enojo de Tomy debía atravesar la lente, tanto como su carcajada, su hipo, o su llanto. Su primer capricho, su pataleta en pleno centro comercial, la carita de asombro en Navidad, la carta al Ratón Pérez, el enchastre del helado y la escarlatina. Todo fue prolijamente documentado y todo ojo le vio. Tomy fue creciendo y adentrándose en la temeraria adolescencia. Aquella adolescencia que exige tanto y devuelve tan poco. Como cada otro niño adolescente, Tomy precisaba tiempo, silencio y comprensión adulta. Requería su espacio. El deseo por la intimidad era apremiante y, por momentos, la aspiración por conseguirlo lo obligaba a mentir y convertía a este angelito en un pequeño demonio. Hubo una oportunidad en la que Tomy hubiera querido romperle el celular a la madre para siempre y gritarle que hubiera querido nacer en otra familia. Fue un sábado al mediodía. Durante una reunión familiar, sus tías lo sorprendieron haciendo comentarios burlones acerca de la manera en que bailaba con aquella rubia en la fiesta del viernes. Pudo sentir el calor del rojo en sus cachetes, de vergüenza y de bronca, un poco más de la segunda que de la primera. Una filmación suya, tomado de la cintura de una muchachita rubia, una canción lenta y un movimiento sinuoso y tímido, aquel material había estado brincando de celular en celular durante horas y la gente comentaba acerca del vestuario, de la manito en la cintura y de la mar en coche. Todo ojo le veía y Tomy no daba crédito de aquello. Un par de semanas después de aquella tormenta de ira, habiéndose sentido vulnerado en sus derechos, y habiéndole hecho jurar a su madre que jamás volvería a entrometerse en su privacidad, el ojo que siempre lo ve, volvió a hacerlo. Otro video, y otro abuso. Aquella tarde Tomy había vuelto del colegio como siempre, abrió la reja, entró la bicicleta y se dirigió a la cocina con la única intención de acometer contra la heladera. Pero en su camino se topó con sus padres que permanecían de pie, rectos, sin manchas ni arrugas. Sus ceños examinaban al joven y lo interrogaban sin necesidad de pronunciar palabra alguna. - Tomy, ¿en qué andas? - ¿Cómo en qué ando? En nada. Tengo hambre, me quiero preparar un pan… - Te estamos hablando en serio, Tomás, ¿en qué andas con tus amigos? - Nada Pa. No sé de qué me hablas. - ¿Fumas marihuana? - Ehhhhh… NOOOO. - ¿No fumas marihuana? - No. Ya me preguntaste y ya te contesté. ¿Me dejan prepararme el pan con dulce de leche? Estoy cagad.. de hambre… - Tomás, no nos mientas. Estamos preocupados con tu padre. Hemos recibido un video de la fiesta del sábado pasado, y sinceramente es una de las decepciones más grandes que he tenido en mi vida. Hemos pensado con tu padre que lo mejor será cambiarte de colegio… - Pará, pará, pará… Recibieron un video… ¿y en ese video estoy yo?, ¿fumando?... ¿Me viste porreado Mamá? - No te permito que le hables así a tu madre… - ¿Qué vieron en ese video? Una ronda, ¿no? Vieron que se pasaban el porro entre mis amigos, ¿no?... ¿Y yo? ¡¿Qué hacía yo, Papá?!... Me querés decir qué hacía YOOO, MAMÁ… YO ESTABA SENTADO AL LADO DE FEDE, HABLANDO, CAGÁNDOM... DE RISA… PASANDO EL CIGARRO… PASÁNDOLO… NUNCA FUMÉ MARIHUANA, ¿ME ENTIENDEN? NUNCAAAA MEEE DROGUÉÉÉÉ… ¿Pero para qué me gasto? Cualquier cosa que diga va a ser puesto a prueba con el próximo videíto de porquería… ¡Gracias! Se me cerró el estómago, me voy a dormir. Así fue que Tomy se encerró en su cuarto hasta el día siguiente. Se fue a dormir con la sensación de haber sido violado, de no ser dueño de su propia historia. Tenía su intimidad lesionada y la privacidad herida de muerte. Aquel video había sido filmado por uno de sus amigos, que se lo había pasado a otros cuatro amigos, de los cuales dos ni siquiera habían sido parte de la ronda. Una madre, horrorizada tras haber husmeado en el celular de aquel amigo infiltrado, había decidido reenviar el video a todo el grupo de whatsapp de padres y estos a su vez, a sus conocidos. Así fue como todo ojo le vio, otra vez. Nada era perfecto. Tomy era un niño dotado de hermosura. Sus facciones eran iguales a los de su padre, pero su tonalidad era el de su madre. Tomy había aprendido a esperar a la lente, a hablar a través de la lente, había aprendido a recibir el consuelo a través de la lente. El problema fue la lente y el protagonismo que adquirió. Fue la lente la que no comprendió que el niño ya era un jovencito. No comprendió que era hora de apagarse. Parece que no comprendió que era vital que aquel joven se hiciera dueño de su vida. Fue la lente y su virtualidad la que terminó por aniquilar a Tomy y su realidad. Una fría noche de julio, tras haber luchado contra su colosal vergüenza y haber invitado a Luli a salir, la lente tomó su última fotografía. Mientras Tomy y Luli mantenían un momento de amorosa intimidad, un bromista retrató el acto y lo subió a las redes. En cuestión de segundos el mundo entero era testigo del cariño que se tenían Tomy y Luli. Todo ojo le vio. Para siempre. Esa noche Tomy decidió que aquella sería su última foto. Esa noche se dio por vencido. La falta de oxígeno y de espacio terminó por ahogarlo. Lo único que quedó de Tomy eran sus miles de millones de retratos y filmaciones. Los días que siguieron a la pausa eterna de Tomy, se percibía por los aires un silencioso augurio, de esos que no terminan de ser lindos. Era la sensación de suponer que Tomy nunca moriría, por lo menos no para la lente, siempre que hubiera una foto de él en algún rincón del planeta. Como una perpetuación. Como una bendición. “… y todo ojo le verá” – Apocalipsis 1:7 ________________________________ Con toda humildad digo: Dejen a los chicos en paz. No se metan en sus vidas. Permítanles equivocarse, no les roben el golpe porque sino nunca aprenderán a caer. Dejen que bailen, se rían, se abracen en privado. Es su tiempo, no el nuestro. No queramos prolongar nuestra juventud a través de ellos. Nosotros éramos libres e independientes, chapábamos en secreto y contestábamos las preguntas de nuestros padres hasta donde queríamos. Nadie nos fotografiaba las 24 hs y las reenviaba al espacio. Metíamos la pata hasta la cintura, lo solucionábamos, y no quedaba registro de aquello, porque no había una lente acechando. Creo (por supuesto que no puedo saberlo), pero creo que la falta de intimidad es un mal actual que mostrará los dientes en los años venideros. Adolescentes sin privacidad podría significar una verdadera bomba de tiempo.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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