236. EL JUEGO
- Pajas Bravas
- 16 feb 2017
- 5 Min. de lectura
236. EL JUEGO La habitación era el olvido de todo. Un terreno básicamente inexplorado y poco iluminado. Una savana salvaje, una cama a medio hacer y un canasto de mimbre lleno de juguetes enterrados por el desdén y la constante renovación. Afuera, la lluvia no daba tregua y el combate de aquello invisible contra la copa de los árboles alentaba el fastidio de las dos niñas que miraban el llanto del cielo por la ventana. - ¿Qué hacemos? - ¿Y si le pedimos a mamá que nos deje salir… aunque sea a la galería? - No nos va a dejar… - Entonces, juguemos a la mamá… - Bueeeeno… dale. La lluvia seguía cayendo, el mundo seguía girando y las niñas jugaban. La imaginación era cosa del pasado, ya no se enseñaba a crear imágenes en la cabeza e inventar escenarios fantásticos. El juego se había endurecido, convirtiéndose en la interpretación de personajes al pie de la letra que se abrigaban en hechos fácticos. La computadora permanecía encendida, eterna. La muñeca había sido manufacturada en el exterior, a pedido, respetando las facciones de su pequeña dueña y era idéntica a ella. Todo era sabido, y sino googleado, y no cabía lugar para lo maravilloso. La llamaban la Era de las Comunicaciones, aunque a decir verdad, las comunicaciones llevaban extintas casi desde el comienzo de la Era. Y las niñas jugaban. - ¿Asique no querés terminar los cereales, hija? ¿¿Para qué los pediste?? Te dije que no los ibas a terminar…. fffffffff… Siempre lo mismo con vos... Los voy a guardar en la heladera y la próxima vez que tengas hambre, te los vas a tener que comer antes de que te prepare otra cosa… ¿Me entendiste? - Siiiii… pero no me van a gustar, mami… van a estar todos blanditos por la leche… - Lo hubieras pensado antes… El ocre de las luces de la tarde y el reflejo de las hojas mojadas y abatidas teñían la habitación de un ámbar impersonal. El frío era más tangible en la verosimilitud del juego de las niñas, que en el clima gélido del exterior. - Mamy, ¿puedo ir a jugar a la plaza? - Hasta que no ordenes tu cuarto, no vas a ningún lado… - No me gusta ordenar… - Ahhhh… mirá vos. ¿Y vos qué te pensas? ¿Qué a mí me encanta? ¿Qué me encanta lavar la ropa, planchar, cocinar y limpiar las porquerías del perro? ¿Eso pensas, hija? - No. - Bueno, entonces lo único que te pido es que levantes tu ropa y ordenes tu cuarto… ¿Es mucho pedir? - No… Y cuando termine de ordenar mi cuarto, ¿jugas conmigo? - No puedo hija. ¿No escuchaste todo lo que tengo que hacer? Las niñas andaban por la habitación, cada una en su papel de víctima, una interpretaba a la mamá, la otra era la hija. El juego no era más que un pasatiempo. O eso parecía. - Mamá, vení a ver como quedó mi cuarto… - No puedo. - Bueno, no importa mami, quedó re lindo. ¿Puedo invitar a una amiga a jugar? - ¿Acá? - Si. - Noooo, hija. Ya sabes que tu hermano tiene que estudiar. - Ayyy mamá, nunca puedo invitar a nadie… - ¿Ahhh noooo? Hablalo con tu hermano. Si hubiera rendido bien las materias en diciembre, no tendríamos que andar padeciendo este febrero de porquería… y pagando la fortuna que me cobran las profesoras particulares… Es una verdadera estafa… El pediatra estudió diez años y cobra la mitad… Un trueno perturbó la diversión de las niñas y les devolvió la conciencia. Se contemplaron con fraternidad por un instante y, en el más agudo mutismo, acordaron seguir jugando con un simple guiño de ojos. - ¿De qué hablábamos, hija? - No sé mamá, del pediatra creo… - Ahhh, sí, de lo caro que es… - ¿Y por qué no vamos a uno que sea gratis, mamá? - Porque este doctor sabe mucho de neurociencias… - ¿Y? - Ayyy hija, porque tu hermano necesita un médico que tenga un buen equipo de profesionales que lo ayude con su tema…. Ya sabés… - ¿Se va a morir? - Ayyy hija, no seas tonta. ¿Cómo me vas a preguntar algo así? Noooo, tu hermano está perfecto. Es un chico especial, nada más… - ¿Y por qué lloras tanto cuando volves del doctor, mamá? - Bueeeeno hija, porque hay veces que las mamás necesitamos descargar un poco. Y este mundo pareciera no ser el adecuado para los chiquitos especiales… - Ahhhh… ¿por eso estás enojada con el colegio? - ¿Y vos hija qué sabes si estoy enojada con el colegio o no? - Porque lo gritabas el otro día en el auto… - Hija, son cosas de adultos. Vos no podes andar escuchando cosas que no te incumben… ¿Me escuchaste? - Si, mamá… En ese momento, jugando a la realidad, las dos chiquitas se dieron la espalda y cada una hizo lo que debió hacer. La hija se sentó a jugar a la computadora, sola, sin supervisión; y la mamá se fue de un portazo, un poco enojada, un poco angustiada. Las dos desnudaban su alma, cada una en su rol, creyendo que todo aquello era un simple entretenimiento. La sabiduría absolutamente real del sentimiento sustantivo vestía de inocencia y espontaneidad. Y las niñas jugaban a jugar aquello que no era juego. - Mami, tengo hambre… - Terminate los cereales que están en la heladera… - Pero no me van a gustar… - Hija, esto ya lo habíamos hablado. Hubieras pensado antes… - Bueeeeno, esta bien… venís conmigo a la cocina que me da miedo… - ¿No ves que estoy ocupada con tu hermano? - Pero no puedo abrir la heladera sola, mami… - Siiiii podeeees. Subite a la banqueta… Un perro comenzó a ladrar, y otros dos se vieron obligados a imitarlo. El sonido del viento en los árboles se enlazaba con el sonido del ventilador de la computadora. La luz que ingresaba por la ventaba era cada vez más tenue, pero ellas no lo notaban. Llevaban horas compenetradas en el juego, tan compenetradas, que cuando se abrió la puerta, pegaron el mismo grito. - Sofi, ¿otra vez hablando sola? - Si. Perdón. - No es bueno que te acostumbres, gorda… - Estaba jugando… ¿querés jugar conmigo? - No puedo. Tengo mil cosas que hacer… - ¿Puedo decirle a Cata que venga a jugar mañana? - Gordaaa… ya sabés que tu hermano está estudiando. No insistas con invitaciones… y prendé la luz que no se ve nada… - Esta bieeeen… ¿puedo comer algo que tengo hambre? - Hasta que no termines los cereales que están en la heladera, no vas a comer otra cosa… La puerta se cerró de un portazo y la niña hizo lo que debía hacer. Se sentó a jugar a la computadora, sola, sin supervisión; y la mamá se fue un poco enojada, un poco angustiada. La tarde ya adoptaba el apellido de la noche, y la soledad de la niña buscó consuelo en su hermana, la orfandad. Ambas se sonrieron, se tomaron de la mano y caminaron juntas hacia la ventana. La oscuridad había herido de muerte a la claridad del día. Ellas permanecieron junto a la ventana, mirando cómo seguía cayendo el llanto del cielo. - ¿Qué hacemos? - No sé… - ¿Y si jugamos a la mamá? - Dale…

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