233. EL PODER DEL CONETEO
- Pajas Bravas
- 14 ene 2017
- 3 Min. de lectura

233. EL PODER DEL CONTEO El conteo es el invento humano más magistral de todas las épocas. Mucho más eficiente que el grito, el correctivo, el castigo o la penitencia, el conteo reduce al mínimo exponencial los daños colaterales de lo que podría haber sido una explosión nuclear. - Vení Corcho… - No quiero. - Vení ahora… - No. - VE-NÍ YAAA o cuento hasta tres… Así de sencillito, sin esfuerzo ni energía, uno somete a la cría. Porque desde bien gurisitos, los niños aprenden que todo tiene un límite, especialmente y sobre todo, el conteo. Es un ultimátum que tiene carácter de exacerbado y todo pareciera volverse volátil y explosivo, aunque como adulto uno aprende a graduar la carga. - Corcho... Venííí uuuuunoooooo… Con el “uno”, la sentencia ha sido dictada y la criatura sabe que está acorralada. El mini acusado se ha quedado sin tiempo para recusar al juez. Las cartas fueron echadas y el tiempo corre para todo el mundo. Ambas partes se miran fijas con los labios firmemente apretados y el ceño fruncido. Es una pulseada facial. Uno sabe que gana, el otro sabe que pierde, pero también sabe que cuenta con el control y puede optar por someterse en el “uno”, o resistir. Aunque en ambos casos, camina firme hacia una derrota déspota y tirana. Acá viene el momento en el que el adulto debe elegir y tener buen atino con el “timing”. Apurarse a tirar el “dos” sobre la mesa podría ser letal, es por eso que generalmente procedemos a rivalizar con el rostro y amenazarlos con la vista dejando en claro que las consecuencias de obligarnos a traer al “dos” a colación, son extremadamente graves. Con esto planteado, decimos lentamente y con voz ronca: - Corcho... Venííí dooosssssssss… La lucha en esta instancia es feroz aunque incorpórea. En el “dos”, el adulto queda un tanto expuesto y arrinconado en su orgullo, y podría cometer una fatalidad si no lograse tomar nuevamente las riendas. Es aquí donde se produce una leve recuperación por parte del menor, en esta imperceptible cinchada demencial, y es interesante ver como el mayor enseguida recurre a los aprendizajes de la matemática más elemental. - Veníííí doooossss y un teeeeeerciooooo… La necesidad de implementar fracciones nos habla de un menor muy bien plantado. Desafiar después del "dos y un tercio" es de valientes únicamente. Y creo que uno de los mayores retos que tenemos los adultos es no perder la calma, mantener la frialdad y hallar fracciones irreducibles entre el un tercio, el dos tercios y el tres tercios. Porque habremos elegido el camino que conduce a la muerte si llegáramos a tener que decir lo que, por añadidura, no nos es permitido pronunciar... el fin del conteo. En los años que llevo estudiando el Poder del Conteo, nunca en toda mi vida he visto un solo niño que se atreviera a desafiar al adulto de tal manera que el adulto se viera obligado a decir "tres". La amenaza de agotar el conteo y finiquitarlo es uno de los misterios más grandes de la humanidad. Y aquí me ven, completando mi tesis acerca de este tema que me apasiona, y pretendiendo imaginar la hipotética situación de tener que decirle a mi hijo: “Corcho, vení tres”. Simplemente no puedo. ¿Qué ocurriría después? ¿Se materializaría el horror? ¿La provocación nos terminaría destruyendo a los dos? ¿Qué karma debiéramos soportar de por vida? ¿Qué ruina o devastación, o daño, o desolación caería sobre nosotros? Nadie lo sabe. Mi humilde consejo es ser moderados con el uso de esta técnica. No perdamos de vista que es un camino de ida. Y no pongamos a prueba el filoso peso de la espada de Damocles. Pero, en caso de haber activado el conteo, recuerden siempre que lo que debemos hacer para tener más alternativas es lo siguiente: Tomamos el denominador “tres” y los numeradores “uno”, “dos” y “tres”, de las fracciones un tercio, dos tercios y tres tercios, y los multiplicamos por dos. El “un tercio” se convierte en “dos sextos”, el “dos tercios” en “cuatro sextos”, y el “tres tercios” en “seis sextos”. Entonces, entre el “dos y un tercio”, y el “dos y dos ter
cios”, tenemos el “dos y tres sextos” (que es igual al “dos y un medio”), y entre el “dos y dos tercios” y el “dos y tres tercios” (que sería igual a articular el innombrable “tres”), tenemos el “dos y cinco sextos”. A mí me funciona. El tipo sabe que, cuando trabo la mandíbula y le digo: “Corcho, venííííí dosssssss y cinco sextosssssssss”, se le agotó el tiempo. ¡Suerte! Y sino, prueben con denominadores más grandes y tendrán más variantes.
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