227. ITALIA - VENECIA & FLORENCIA
- Pajas Bravas
- 27 oct 2016
- 5 Min. de lectura

- Gorda, no me jodas con los museos, ¿puede ser? Un museo, máximo dos. Y nada de andar recorriendo todas las iglesias de Italia... Quiero que el viaje sea relajado, ¿dale? (Nota al pie: Mi marido viajó con una lesión en el ligamento cruzado) _________________ VENECIA Llegamos a Venecia a las 16:00 hs. Si hubiera sabido que la lluvia copiosa que nos recibía era solamente el preludio de un viaje bajo agua, la historia hubiera sido muy diferente. Seguramente hubiera lamentado mi desgracia unos minutos, hubiera aceptado la condición meteorológica, hubiera arriado bandera y soltado mi lacio artificial, y hubiera recorrido el laberinto veneciano enmarañada dentro de mi porra estilo Diana Ross. Pero, como no fue así, caminaba orgullosa por Venecia protegiendo mi alisado con un gorrito artesanal fabricado con la bolsa del Free Shop. Una monada. Venecia es más linda de lo que la pintan. Y de noche es un sueño, ya que se duplican las luces reflejadas en el agua, y se menean entre góndolas y vaporettos. Algunos callejones son tan angostos que parecen fallas arquitectónicas. Lo mejor que puede hacer uno cuando anda vagando por sus calles, es dejarse perder. Perderse de verdad. Porque la callecita que dobla se derrama en un puente de hierro que atraviesa un canal de agua verde y otra calle es interceptada por un callejón que se funde en una Piazza, donde una iglesia se alza asfixiada entre edificios asimétricos que ni ellos entienden bien como es que sobreviven. A pesar de la advertencia de mi marido, había comprado las entradas para la Basílica de San Marcos y el Campanario. Una vez dentro de la Basílica dorada, fue él quien quiso sacar el ticket para conocer la Pala d’Oro, una compleja obra de orfebrería bizantina que ameritaba la visita. Este fue el inicio de un viaje que, de relajado no tuvo absolutamente nada. Tomamos un café justo al pie del Ponte del Rialto y el sentimiento de bienestar era tan inmenso que fue la primera vez que no pensé en los chicos. Estaba junto a mi novio y hablábamos de sus necesidades y deseos, y de los míos. Volvimos a ser una pareja, conformada por él y por mí. Recomiendo esto como exfoliante de la rutina, e hidratante pasional. El problema de andar de nómade, es que te levantás a la mañana, desayunas, dejas las valijas donde puedas y después andas todo el día sin baño. Para la mayoría de las personas, esto no es un problema. Para mí, no tener un excusado pronto, es de lo más espinoso. Se lo dije mil veces a mi médico: “yo jamás voy a poder tomar la cantidad de agua que pretendes, Héctor… si tomo un vaso de agua y elimino dos”. Él nunca me creyó, pero tampoco cena conmigo y es testigo de mis reiteradas levantadas en la madrugada. Ni me acompaña al cine y ve como voy al baño en casa, y dos veces más antes de la película… Buehh, perdón, un cachito de catarsis. El tema era que me agarraba ganas de ir a media mañana, y ahí empezaban las discusiones de pareja. - Gorda, ¿me haces el favor de entrar a ese restaurant? (Lo decía con los dientes un poquito más apretados de lo que se recomienda normalmente.) - No Gordo, no me van a dejar… - Pero no preguntes, entrá directamente y metete en el baño. - Noooo… ¡¿qué sé yo dónde está el baño?! - Dale gorda, hacé de cuenta que vas a comprar algo y relojeas el lugar… - Nooo, no me van a dejar… - Miráme. Voy, entro, hago pis, y vuelvo. Y así fue. El señor fue, entró, hizo pipi, y volvió. Asique absolutamente obligada por el amor propio y en contra de mi entera voluntad, entré al primer lugar tumultuoso para perderme entre la gente. Pero en cuanto tuve la oportunidad de estudiar el sitio me di cuenta que un oficial de la KGB vestido de mozo me vigilaba. O tal vez no, pero yo fui directamente a decirle: - Bongiorno Siñor, ¿puedo usar el baño aunque no sea cliente? (y crucé las piernas por si no me estaba entendido) - No. - Gracie. Salí enojada con mi marido. ¿Por qué le divierte hacerme quedar mal en público? Lo miré con odio, pero hizo caso omiso y me apuntó con el dedo al restaurante que estaba justo al lado. Lo odié con furia, pero la realidad es que no aguantaba más. Esta vez decidí entrar segura y fui directo a la cajera. - Bongiorno Siñorita, estoy sentada con mío marido en las mesas de afuera tomando un ristretto, ¿dónde es el baño? - Allá. Pero necesita el código del ticket para entrar. - Ahhhh, perfeto. Ahí se lo pido a mi marido. Gracie. - Pronto. Las pupilas me temblaban de ira irracional. Entre hombros y paraguas lo veía ahí parado, mirando el paisaje, ese hombre sin problemas ni líquido en su vejiga, se había vuelto mi enemigo íntimo. Al tercer lugar entré con euros. - Bongiorno, ¿cuánto cuestan los macarrons? - Dos euros cada uno. - Uno, por favor. Y ya que estamos, ¿el baño dónde está? Esa tarde, antes de partir a Florencia, mi marido se hartó de verme sofocando los rulos bajo harapos y me compró un hermoso paraguas en la calle, con delicadas ilustraciones de gondoleros, tan fino como delicado, y ese se convirtió en mi compañero y aliado de ruta en esta Italia gris. FLORENCIA La lluvia era persistente, pero los vientos se habían vuelto huracanados. Mi pequeño compañero gondolero era tan frágil, que era mejor cerrarlo que verlo hecho añicos. Así llegamos a Florencia. Con Florencia fue amor a primera vista. Dormíamos en la Piazza della Signoria, justo frente a la majestuosa silueta de nuestro centinela, el Palazzo Vecchio. La primera vez que vi al falso David, me quitó el aliento. No exagero. Es tan masculino, tan seguro de sí mismo, tan joven pero tan hombre, que sentí que me bajaba la presión. Su mirada es ambiciosa y determinada, sus brazos son largos, tiene manos enormes, piernas musculosas, torso marcado, una espalda que merece un aplauso de pie, y las nalgas… Buehh, le dije a mi marido: “si se despierta, no tenes chances!”. Por supuesto, y a pesar de la rodilla de mi marido, había sacado entradas para el Duomo, la cúpula de Brunelleschi (400 escalones) y el Campanario de Giotto (400 escalones). Un empalago de placer total. Inclusive tuvimos la fortuna de presenciar una misa en el Duomo, y rezar, y darnos la paz, y comulgar. ¡Un lujo! Para la tarde, había sacado las entradas para visitar las Galerías de la Academia. Pensé que mi marido me iba a pedir el divorcio, pero uno nunca termina de conocer a la persona que tiene al lado. Se estaba volviendo un fanático del arte y estaba entusiasmado con la visita. Recorrimos las galerías hasta llegar a Él. Ahí estaba, ahora sí, el verdadero, el único. El amor de mi vida. ¡Mi David! Parado sobre su pierna derecha, mirando hacia su izquierda, sosteniendo el arma que lo inmortalizó… Tan macho. Tan potente. ¡Si solo despertara! Le miraba las costillas y cada tanto creía ver movimiento. Al rato me di cuenta que lo miraba con la boca abierta y no quise ser tan obvia. Giré buscando a mi marido, y ahí estaba. Parado buscándole los detalles, las venas, los ligamentos, totalmente cautivado, también en pausa con la boca abierta. Es lo que provoca el David, fascinación. Al día siguiente, y aún bajo la lluvia, fuimos a conocer la Piazzale Michelangelo. Otro David falso y la altura ideal para ver todo Florencia desde arriba. Un verdadero deleite para los sentidos. Así fue como partimos de Florencia hacía La Spezia, no sin antes acariciarle el hocico al porcino para que la leyenda nos permita volver. Lo que sigue, que sigue siendo bajo agua, se los cuento la próxima…
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