225. LA MAGIA DE ESCOCIA
- Pajas Bravas
- 5 oct 2016
- 6 Min. de lectura

Dejenme contarle una historia mágica. Mi marido desciende del clan escocés Stewarts of Appin, cuyo tartán es rojo, verde y negro. No sé cuánto conocen a los escoceses, pero si se los imaginan orgullosos de sus raíces, si creen que se vuelven punto caramelo cuando hablan de su tierra, si suponen que se emocionan con Mel Gibson, con William Wallace y con Valiente, déjenme decirles que se han quedado cortísimos. Ellos son únicos. Y no hablo de los escoceses nacidos en Escocia, sino más bien de los que descienden de ellos y viven con el corazón expatriado. De tez blanca, ojos claros y pelo cobrizo, suelen tener huesos pesados, pantorrillas significativas, narices y mandíbulas prominentes y una fisonomía ideal para lanzar sequoias y menhires por el cielo. Los descendientes de escoceses guardan entre sus posesiones más preciadas un kilt (pollera escocesa), un sporran (complemento tradicional similar a una riñonera, hecho de cuero o pelo y plata) y un enorme alfiler de gancho adornado para evitarle un disgusto a cualquiera con el conmovedor vuelo de la falda alada. Un tierno regalo para los descendientes de escoceses podría ser un Sgian-Dubh, o cuchillo escondido, que no es otra cosa que un pequeño puñal verdugo que se esconde en las medias o botas. Para sus sentimentales mujeres, los descendientes de escoceses suelen recolectar un delicado racimo de filosos cardos cortantes y obsequiárselo mientras comen sus deliciosos “Haggis”, una fina mezcla de pulmones, hígado y corazón de cordero, embutido dentro del estómago de ese mismo animal. Pedazos de románticos, los descendientes de escoceses. Y para finalizar, para reanimar a un infartado descendiente de escoceses, nada mejor que insuflar a través de la lengüeta y llenar su barriguita de aire proveniente de los pulmones del tañedor, y liberar los enérgicos acordes del “Amazing Grace” con una gaita chillona. Se des-infarta el infartado y se levantan de las tumbas los muertos descendientes de escoceses, corren las cruces talladas en piedra y bailan y se emborrachan y pelean contra los ingleses. Mi marido es algo así, pero no tanto. Nos casamos profundamente enamorados en julio del 2001. Éramos dos niños, de 21 y 24 años. Con la farsa del dólar y el peso igualados, nos fuimos de luna de miel a México. Fue un viaje delirante e inmaduro. El viaje de nuestros sueños. Luego aparecieron los hijos a toda velocidad. Y llegó Carola. Ella fue el elixir de nuestras vidas. Y cuando partió, confió en nosotros para revelarnos el misterio del amor y el milagro de la vida. Pero el dolor era tan vasto y profundo que sentimos la necesidad de recluirnos en un viaje mágico. Y nos fuimos, él y yo, a Escocia. Era extraño estar en aquellas tierras en donde la neblina sigue siendo la única testigo viva y real de siglos de rebeliones y batallas sangrientas. Los valles más hermosos del planeta y los castillos y fortalezas derritiendo sus ruinas milenarias sobre los lagos, eran el escenario que habíamos elegido para terminar de aceptar la muerte de nuestra hija. La última noche, decidimos salir a comer al mejor restaurante de la vieja ciudad. Las mesitas eran pequeñas, y la gente ocupaba lugares muy pegados uno de otro. Nos sentamos en una mesa para cuatro y él tomó mi mano. Eso fue la rendición. Levante bandera blanca y dejé de disimular el dolor. Largué las lágrimas más saladas de mi vida. Mis ojos se tornaron rojo pasión, mi nariz cobró vida y mis labios se hincharon. Estaba en el mejor restaurante, comiendo un cangrejo gigante con instrumentos de tortura en miniatura, y yo tenía el rostro estropeado de tristeza. Una pareja, delicadamente, tomó los dos lugares que quedaban vacíos. Eso es lo que ocurre en Europa, todo es tan reducido y compacto, las casas, las calles, los ristrettos, todo, que donde comen dos, comen cuatro. De todas maneras, yo seguía en mi mundo de nostalgia. Al rato, mi marido dice: - A este tipo lo conozco. Debo admitir que tiene un talento impresionante para memorizar rostros. Tal vez no recuerde quién es, o de donde, pero si dice que lo conoce, así es. Lo miré de reojo, pero me pareció un viejito más en la viña del Señor. Al rato comencé a sentir que eran los mismos mozos los que no le quitaban la mirada a nuestra mesa. Entonces lo volví a mirar. En el estado en el que estaba no hubiera reconocido ni a Ricardo Fort pero, de todas formas, no me recordaba a nadie. Sin embrago, mi marido se tomó la cabeza con las manos y dijo: - Ayyy, por favorrrrr, de donde conozco a este tipo… Entendí que esto se estaba transformando en aquella maldita palabra que no podes recordar, y que la muy bastarda te limita y arruina el resto de la conversación (inclusive de la felicidad y el sentido de la vida) hasta que finalmente saltas de la cama a las tres de la mañana gritando: “¡¡ACROMEGALIA… ACROMEGALIA, ESA ERA LA MALDITA PALABRA!!” Entonces volteé, miré al viejito y en mi imperfecto inglés escocés pregunté: - Disculpame, ¿puedo hacerte una pregunta? - Si, decime… - Mi marido dice que sos famoso…!? - Ehhh… yyyy siii, un poco famoso soy. Pero ella es mucho más famosa que yo… Giré un poquito más y la miré detenidamente. Estaba sentada justo al lado mío, tan al lado que nuestros brazos se rozaban de tanto en tanto. Era una mujer bellísima, una morocha alta y elegante. Pero de nuevo, no tenía idea de quién era. Por suerte, el viejito se apiadó de mí y de mi aspecto lacrimógeno, y dijo: - Esta dama es Sophie Marceau, una de las actrices más talentosas que tiene el mundo. - Ahhhh… wowwww. (Moría por tener una computadora y googlearla pero necesitaba saber quién era él)… ¿y vos sossss…? - Christopher Lambert, mucho gusto. Mi marido sacudió la cabeza en auto-desaprobación diciendo: - Pero claaaaaaaro… que salame soy… Christopher Lambert… Pero si de chico me vi toda la saga de Highlander… Christopher Lambert… no lo puedo creer… Vos viviste en la Argentina porque filmaste en el subte de la línea A varios episodios de Highlander… jajaja ¡¡¡Christopher Lambert!!! Parecía un niño con un juguete nuevo. De todas maneras, agradecí su entusiasmo. Era un lindo tributo después de mi espantoso ninguneo. La conversación fue muy amena. Ellos eran muy amables, y yo fui sintiendo como el cholulismo iba liberando endorfinas por mi cuerpo. Él me preguntó por qué lloraba y yo le conté todo acerca de Carola. Y justo en el momento de mayor magia, sentí la enorme necesidad de ir al baño. De paso, aprovechaba y organizaba un poco mi cara para no estar tan en desventaja frente a Sophie, mi nueva íntima amiga. Pero cuando volví, se habían marchado. Sentí una enorme desilusión. Me hubiera gustado saludarlos para convencerme de que todo aquello había sido cierto. Debo haber puesto cara de frustrada, porque mi marido me tomó nuevamente de la mano y me dijo: - Te dejaron un beso. - Ahhh, ¿sí? - Sí. ¿Y sabes qué más? - No, ¿qué? - Cuando se iba, Christopher me agarró del hombro y me dijo en un pésimo español: “¡Tú tienes que darle un bebé a tu mujer!” Resulta que Sophie Marceau, además de ser una actriz mundialmente reconocida, es quién encarnó el papel de la princesa de quien finalmente se enamora William Wallace en "Corazón Valiente". ¡¡¡William Wallace!!! Es como el Messi para los escoceses. Es el escocés de la cepa más pura. Mágico. Ese fue el inicio de Corcho. Mi marido, que había estado muy reacio a tener un nuevo hijo, esa noche recibió un mensaje del inmortal Highlander y de la princesa escocesa que queda embrazada de Wallace. Después de esta mágica intervención, comenzamos la proyección de la familia. Bueno, esta tarde me voy. Después de seis años, otro viajecito mágico con mi marido. Lo considero “la segunda luna de miel” ya que el anterior, el de Escocia, estuvo tan teñido de luto que no tuvo las características de luna de miel. Este, a Italia, ciertamente estará bañado en alegría y felicidad. Y, ¿quién nos dice? Tal vez hasta nos encontremos con el que hizo de Robert de Bruce, y tenga el don de ablandar descendientes de escoceses, y nos envíe nuevas señales de cómo sigue esta, nuestra mágica historia amor. _______________________ Legión: Cierro Pajas Bravas por diez días. Sepan que las voy a extrañar muchísimo. No voy a intentar conectarme, porque eso sería desconectarme de mi descendiente de escoceses. Pero a la vuelta, prometo contestar y contarles cómo me fue... (y si logré cruzarme con otro actor que le haga un guiño a la vida).
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