224. EL ÁRBOL
- Pajas Bravas
- 2 oct 2016
- 4 Min. de lectura

La mesa puede ser la de Buckingham Palace y estar servida para el té con la mayor de las elegancias. Las tazas de porcelana danzando delicadamente junto a la tetera y las servilletas. Los cubiertos de plata brillando en concordancia con la azucarera y el florerito con fresias aportando glamour y fragancia. Y el mantel. Ahhhh, el mantel blanco inmaculado de mi bisabuela, bordado consus iniciales, el toque de sofisticación. Pero yo sé que tiene una mancha ancestral que, según la datación por medio del carbono 14, pertenece al siglo XIX. Es chiquita, y siempre queda cubierta por un plato. Sin embargo sé que está y me joroba. El tema es una verdadera idiotez. Una pavada. Una manchita y una mina histérica que no se relaja aun cuando la imperfección pase inadvertida. Ahora, pensándolo con detenimiento, ¿realmente es una pavada? ¿Una manchita invisible puede arruinar la perfección? Yyyy, en realidad no. No debería. Exactamente lo mismo me pasa con ese endemoniado árbol. Ese árbol que tengo en la entrada de mi casa es igual de molesto. Es enorme. Absolutamente gigante. Bahhhh, tal vez no sea tan gigante como lo visualizo, pero está ahí, justo en la entrada y estorba muchísimo. Tiene tanto follaje que rara vez logra filtrarse la luz cálida del día. ¿Quién decidió que creciera justo en la entrada? Yo. Y lo hago a diario. Salgo y lo primero que miro es su grandilocuencia y lo acerco hacía mi con mi nervio y termino enredada en sus ramas. Es que su enorme imperfección me hipnotiza y a la larga, me quita energía vital. ¿Qué hace que mi árbol crezca desmedidamente? Mi obsesión. Yo soy la única culpable de que este árbol se vuelva un monstruo. Es mi fanatismo por verlo liquidado lo que lo vigoriza. Se robustece y se fortifica con cada desvelo que le dedico, y mi empeño por hacerlo desaparecer es el alimento que lo nutre volviéndolo inmortal. ¿Por qué se ha vuelto tan feo mi árbol imperfecto? Porque lo he hecho crecer demasiado rápido. La corteza ha tenido que espesarse y volverse rígida para soportar el inminente peso de este árbol mío, y ha sufrido una rugosidad tan intensa y tan absolutamente retorcida que se ha convertido en una verdadera aberración. ¿Por qué soy yo la única que lo ve? ¿Por qué se ha vuelto un estorbo tan inmenso solo para mí? Porque el problema no es el árbol, el problema soy yo. Si tuviera la sabiduría y la madurez de ser yo quien se aleje de este árbol, tendría frente a mí un hermoso bosque lleno de otros ejemplares mucho más bonitos, mucho más altos y mucho más colosales que este. Si pudiera alejarme, dejaría de alimentar a este que lo único que hace es esclavizarme, y claramente dejaría de crecer. Si me alejara, vería la cantidad de flores que crecen a los pies de los otros árboles que cobijan a cientos de pájaros y mariposas. Si pudiera alejarme de este árbol, sería tan feliz. Trato de alejarme. Juro que trato, pero a veces es tan difícil. Quiero apartarme porque ciertamente este árbol me quita vida. Y tiene varios nombres, dependiendo del momento, la circunstancia y el hijo. A veces es “aquel hijo mío que jamás tiene programas los viernes”, otras es “la timidez de mi otro hijo lo vuelve aburrido para el resto”, o “mi chiquito es tan sumiso que se aprovechan de él“, o “la dislexia los limitará en el futuro”, etc… y así, puede tener el nombre que quiera, siempre y cuando sea un nombre tan potente que me quite el sueño y me ciegue de ver vastas extensiones de hermosos bosques que son mi hijos. Porque la belleza está en la exquisitez de los detalles, y no en la manchita. Es en mis hijos completos, y no descuartizados, en donde se ve la delicadeza que los hace únicos, y es exactamente ahí donde debo descansar. En la perfección del todo. En un hijo que no tiene programas los viernes porque tal vez prefiera volver a casa, pero que en las horas del colegio y del club, está rodeado de carcajadas y amigos. Y que tal vez al tímido le cueste entrar en confianza, pero una vez que lo hace, es la fiesta y la matraca, y de aburrido no tenga nada. Que tal vez sea tímido, y también gracioso, y honesto, y leal, y respetuoso, y amado. O que el chiquito parezca sumiso porque es una herramienta que lo invita a ser aceptado, pero el día que se canse, dormirá de una piña a su compañero y tema resuelto. Porque tal vez sea sumiso, pero también es paciente, y divertido, y resiliente. No sé, estoy hablando de no alimentar con vida, monstruos de humo. De ver en la dislexia, el arte y el color. Eso, de ver el todo con sabiduría. Y no una insignificante mancha arqueológica, o un monumental árbol irrelevante y fantasmal. Porque lo único que hago tildada frente al árbol que me preocupa, es darle mayor importancia de la que tiene, hacer que crezca más y más feo para mí y, sobre todo, para los chicos que perciben todo y ven mi árbol reflejado en mis ojos. Por el bien de todos, especialmente de ellos, deseo con toda mi alma que ese maldito árbol inmenso vuelva a su pequeño almacigo y recupere la pequeñez y la insignificancia que jamás debió perder.
Comentarios