122. ME RESGUARDO
- Pajas Bravas
- 5 sept 2016
- 4 Min. de lectura

De aspecto, estaba divino. Aparentaba estar cocido y listo para degustar, pero cuando lo serví, el centro estaba crudo. Lleva seis años en el horno, pero parece que el corazón no se cuece. Debe ser porque sigue bombeando recuerdos, sino no se explica. Se lo decía ayer a mi marido. Siento como si, de alguna manera, los estuviera estafando. Me lleno la boca con palabras estimulantes y discursos motivacionales y reflexivos, y luego soy yo la que cae derrumbada por mi propio peso, al fondo de un abismo solitario y depresivo. No hay nada que pueda decir que no haya sido escrito antes en Eclesiastes o que no lo haya recitado mi amigo Pepe, sobre todo cuando dice: “Naides mezquina salmuera cuando es de otro lomo el tajo” (*1). Es más sencillo dar palmaditas que recibirlas. Es todo lo que tengo para decir en mi defensa. Siento que desaparecí por siglos. En realidad, me resguardé solamente dos semanas. En estos años que llevo de Alma Mocha, he aprendido muchas cosas. He mejorado la versión de mí misma. He conocido cuán altas pueden volverse las olas en medio del océano. Y he aprendido a confiar en mis humores. Si la cosa viene complicada, me resguardo. Al duelo, o se lo atraviesa, o no. No hay medias tintas. No se lo puede atravesar mal. Si alguien cree que lo ha atravesado mal, sepa que no lo ha hecho. Porque nadie llega mal a Unicenter. O se llega, o no se llega. Pudo haber chocado en el camino, pero si llegó, llegó. En el duelo, es igual. Quedarse a medio camino, esquivarlo, creer que ha tomado un atajo, son todas distintas maneras de evitarse el mal trago que es caminarlo hasta la línea de llegada. Yo lo atravesé. Caminé sus etapas. Todas, sin esquivar ninguna. Me derrumbé en el shock, el rechazo, el enojo y la depresión. Tomé el trago amargo de la aceptación. Me liberé de toda culpa. Y finalmente, busqué el sentido de Carola en mi vida y lo encontré. Esto es así, de manual. El problema no es este, sino lo que sigue. No está detallado en ningún sitio, y uno queda boyando a la deriva sin saber bien dónde encontrar tierra firme. - No sé por qué estoy llorando. Si a este tema lo tenía dominado... No sé, no entiendo. Ya debería estar acostumbrada a esto de las fechas... Se escucha siempre que lo que deviene de un duelo bien elaborado es una paz interior celestial, un renacer a la vida. Pero, ¿quieren saber lo que sigue después de la línea de llegada? Incertidumbre. Más que incertidumbre, son momentos. Porque, por más que la cosa se haya caminado, atravesado y elaborado, la ausencia es permanente, y duele. Sobre todo durante las Fechas Chernobyl, como me gusta denominarlas. ¿Qué pasa en esas fechas? ¿Quiero dar lástima? ¿Quiero que me soben el lomo? Nooooo. Lo que quiero es desaparecer. Lo que más quiero es que me dejen sola por un rato para poder meterme hacia adentro, para luego resurgir. No era un problema del calendario maya, ni hormonal, ni de las mareas. Era el cumpleaños número siete de mi hija y, aunque me proponga hacer de cuenta que es un día más, no lo es. Y vuelvo a recordar la ilusión con la que fuimos al hospital, cuando la vimos por primera vez, la sensación de tenerla sobre mi pecho, la alegría infinita y después, enseguida después, la licuadora mental de los Dementores Blancos, más conocidos en la jerga popular, como “Médicos o Doctores”. Es así. Y no lo puedo evitar. Entonces, decido resguardarme. Eso hice estos días. Me resguardé. Me metí para adentro como un erizo, y a más de uno ensarté por acercarse. ¿Saben qué más hice? Bostecé todo el sábado. Dicen que el bostezo es una de tantas maneras que tiene el hombre para desahogarse. Cosa de mandiga, pero créanme que es cierto. Bostecé sin parar. Después, el sueño se hizo sólido y tuve que acostarme. Dormí una siesta de cuatro horas. Y cuando me levanté, mi marido había tomado a este toro por las astas. Se dio cuenta que la cosa venía pinchuda, armó tres bolsos y nos llevó a dormir a un hotelito en el Capital Federal. Fue una salida distinta, en familia, hablamos de Carola, la recordamos juntos, de noche la lloramos un poquito, y al día siguiente, el sol había salido para todos. Desayunamos fiambres, y cereales, y frutas, y yogures, y medialunas, como si se tratara de llenar un vacío universal. De ahí, al Jardín Japonés. Y de ahí, acá. Me metí para adentro, y ahora resurgí. ¡Gracias por esperar! ¡¡Gracias por los mensajes preguntando acerca de mi paradero!! Ya lo dijo mi amigo personal Pepé Larralde cuando me dedicó unas líneas: Se fue, se fue sin decir palabra, No es cuestión de andar llorando, Las lagrimas son muy de uno, Como pa´andarlos mostrando, Pues no hay manera de ser, Más pobre, ni desgraciado, Que cuando uno muestra un llanto, Pa´ que sepan que ha llorao, Y dentra la compasión, A ganarse por lo blando. (*2) ________________________ (*1) y (*2) – “Por dentro de la vida” de José Larralde
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