221. MAMÁS DE VARONES
- Pajas Bravas
- 26 ago 2016
- 4 Min. de lectura
Uno de mis objetivos en la vida, es derribar premisas. No lo sabía, hasta que abrí esta especie de Parlamento (vocablo de origen francés que expresa la acción de "parler" - "hablar") en Pajas Bravas. Y así me descubrí martillando con los dedos sobre el teclado algunas de las murallas de afirmaciones establecidas por el común de la gente, y que se dan por ciertas. Lo dije en el post anterior, la muerte de un hijo no es excepcional, sucede con frecuencia. Las rotondas en la Argentina son nocivas para la salud. No es tan grave que los maridos no encesten las prendas en el canasto de la ropa sucia, hay cosas peores. La memoria selectiva es una gran estafa. En el consultorio médico, las medias quedan puestas. También establecí tácticas y estrategias sobre la navidad y el año nuevo, y sobre las endorfinas del chocolate. Pufff, ya ni me acuerdo que más "parlé"… ¡por suerte! Y así, con la misma argumentación de quien dice que conoce a alguien que conoce a alguien, vine una vez más con el mazo entre las manos para demoler una nueva premisa: “Si sos mamá de mujeres, la cosa está complicada”. - ¿Viste lo que pasó anoche en Balvanera con esa chiquita que fue a encontrarse con ese tipo? Pobrecita… La cosa está complicada… - ¿Me estas jodiendo? ¡¡¿¿Me lo decís a mí que tengo tres hijas mujeres??!!… Yo no sé que voy a hacer cuando crezcan mis pichonas. Me da pánico todo lo que está pasando… Vos tenes suerte que tuviste varones, no sabes la enorme tarea que es ser mamá de mujeres… Listo. Queda claro que la sociedad cree que la cosa está complicada para las mamás de mujeres. Que son ellas las que tienen que taladrarles las cabezas a sus niñas para que se valoren, sepan cuidarse y se hagan respetar. Si esto fuera cierto, yo, con tres varones, debería hacer la plancha y pasarme el verano tomando caipirinhas al sol. Total, el problema lo tienen ellas. No señores, el problema es de todas por igual. Yo tengo la inmensa, gigantesca y colosal responsabilidad de criar a mis hijos y educarlos para que ellos sean hombres de bien, que se cuiden a ellos y, sobre todo, cuiden a la hermosa damisela que escoltan. Soy consciente que los tiempos cambiaron. Me van a decir que las chicas son otras, y que ellos también son distintos, sin embargo estoy segura que no todo es tan negro ni tan veloz. Sé que hay cosas que no han cambiado (o no debieran cambiar) porque hacen a la esencia del ser humano, de la familia y del amor. La caballerosidad no es cosa del pasado. No son “Quique el antiguo” si ven a una mujer parada y le ceden la silla, o si sostienen la puerta de Showcenter para que ellas pasen primero. No son “gomas” si van despacio y amorosamente esperando el momento en que ellas les concedan avanzar a la próxima base. El cortejo tampoco pasa de moda porque, en el trabajo de tratar de enamorar o atraer a la otra persona, se encuentra la seducción comprimida dentro del respetuoso frasquito del amor y, cuando finalmente se habilita, libera la fragancia más pura de todas. Una verdadera cursilería la de recién, pero sé que tengo razón. Lo que cuesta, se valora y se protege mucho más. Había una vez, una mamá que dio a luz a su hijo varón. Lo nutrió y lo alimentó, creo. Lo higienizó y lo llevó al médico, creo, no sé. Lo vio crecer y volverse un muchachito, aunque no estoy tan segura de esto tampoco. Y cuando finalmente estuvo listo para desplegar sus alas y salir volando, fue a Tanti, en la Provincia de Córdoba, se topó conmigo en el camino y abusó de mí. Y eso que mi mamá había hecho un buen trabajo conmigo, sin embargo a la luz de las evidencias, no alcanzó. Porque parece ser que del otro lado, la madre pudo haber estado haciendo la plancha mientras el niño crecía, descansando en la tranquilidad de saberse mamá de un varón. Si las mamás de los varones hiciéramos bien nuestro trabajo de educar en el amor, las mamás de las mujeres no tendrían estos picos de estrés tan agudos. Por eso es que vengo con un mazo a romper esta premisa de que son ellas las únicas que tienen el peso de un piano de cola en la espalda. Me pongo en la cabeza de la mamá que pude haber sido si Carola estuviera presente. Es cierto que se siente una sensación de vértigo espantoso pensar en todos los peligros que hubiera tenido que esquivar. Porque atravesé por valles de sombra de muerte sé que le pediría que se cuide siempre. ¡Siempre! Que trate a su cuerpo como un verdadero Templo. Que jamás de los jamases haga algo de lo cual no se encuentre doscientos por ciento segura. Que busque alguien que la ame y la cuide y la respete y la espere. Y finalmente le diría que, sin importar qué o cuándo, siempre pero SIEMPRE podría contar conmigo para lo que fuera. Bueno, es exactamente lo mismo que les digo a mis hijos varones.

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