214. INVICTA
- Pajas Bravas
- 14 jun 2016
- 3 Min. de lectura

Los chicos crecen y se vuelven filosos. La nariz, un verdadero monumento al orgullo y optimismo, se les despega de la cara como queriendo pertenecer a otro rostro. La sensación áspera de los bigotes pinchudos y de los alambrecitos duros de sus piernas peludas no son comparables a las raspaduras que dejan sus tiernas palabras incisivas, exquisitas acuchilladas superficiales, signos de una rebelión saludable y natural. Si por lo menos mi hijo mayor creyera que soy aquel mueblecito cilíndrico porta paraguas inútil y olvidado de la entrada, seguramente intentaría esquivarme. Pero ni eso. Como no clasifico ni de porta paraguas, me lleva puesta con su ímpetu adolescente, sin el más mínimo recaudo. Sus dardos suelen pasar cerca pero rara vez son certeros. La adultez me permite discernir entre lo que intenta herir por rebeldía nomás y lo que realmente lastima. - Gordo, ponete un abrigo. Hacen 3 °C. - Me quiero enfermar, así alguna vez me toca a mi ir al hospital. Esto es rebeldía pura y cristalina. Un gato arqueándose al caer al agua. Así como la bala entra por un oído, sale por el otro sin dejar ningún residuo de pólvora en mi interior. - Gordo, ¿por qué no me decís lo que te pasa? Seguro que te puedo ayudar. - Mamá, dejame en paz. Vos no entendes nada. Es un esmerado intento de una distinguida y delicada humillación. Un fino manto de ninguneo que araña suavemente mi orgullo, provocando un placentero cosquilleo. - Chau amor, nos vemos a la tarde. Te quiero. - Yo no. Elixires. Ofrendas de aromas fragantes que se elevan y se desarrollan en armonía con sus complexiones. Si me concentro en los adjetivos que me dedica a diario, diría que para mi hijo doy lástima, que soy una madre pesada, una repetitiva pertinaz, aburrida por momentos, asfixiante en otros, una persona sin sentido común, que le provoca vergüenza ajena cuando bailo, que mi opinión es arcaica y que mejor sería que permaneciera callada frente a sus amigos, que soy la peor deportista, una pésima conductora, que cocino siempre lo mismo, que soy un taladro, una gritona, pesada, exagerada, mentirosa, fianza (*1), faso (*2)… etc, eterna, infinita punto rojo, por los siglos de los siglos, amén. Lo escribo, lo leo y no puedo evitar emocionarme. Es increíble el amor que me tiene. Lo digo sinceramente. Este chico, que piensa así de mí, me ama con toda su alma. Me honra con cada bofetada verbal que me propina. Me enaltece. Y reverencia la hermosa relación sana de madre-hijo adolescente que tenemos. Nos eleva a los dos en planos invisibles de profunda ternura y eterno apego. Por mi salud y la de todos, decido cada día no enroscarme en estas maravillosas aseveraciones. Son confesiones amorosas de un niño-hombre que quiere que el mundo entienda (y sobre todo yo) que es un individuo duro, insensible, todopoderoso e independiente. En sus frases lapidarias solo puedo ver dos cosas: amor y salud. Si desciendo a su altura e intento ganar estas pequeñas batallas, lo único que logro es agotar recursos. Mi tono de voz pierde puntería y destreza, mi juicio se devalúa, fracaso yo, lo frustro a él, y lo más importante, pierdo demasiada energía vital que seguramente necesitaré en tiempos de guerras verdaderamente centrales. Porque en esas guerras fundamentales, donde lo que está en juego es la integridad física y mental de mi hijo, su seguridad, su honradez, su caballerosidad y todos aquellos valores que considero pilares, en esas Guerras no solo quiero vencer sino que quiero salir invicta. _______________________ Diccionario para comprender el dialecto de un adolescente: (*1) FIANZA: Dicese de la persona propensa a comportarse con familiaridad en el trato. Que se toma excesivas confianzas. Mamá. (*2) FASO: Persona, cosa o situación que aburre. Fuera de época. Un embole. Mamá.
Comments