top of page

219. AL FINAL DEL DÍA

  • Pajas Bravas
  • 3 ago 2016
  • 6 Min. de lectura

El tipo estaba por explotar. Literalmente. Es que razones le sobraban. Iba arrastrando a la mayor de sus hijas cuesta arriba, en un culipatín de los chiquitos, esos que tienen forma de manzana (que cubren algunos culis, y otros no tanto), y la nena no paraba de protestar. La menor lloraba como una condenada a guillotina. Tenía los cachetes fluorescentes, de un rojo carmín furioso, unos mocos subversivos, y su pataleta era de las más impresionantes que he visto en toda mi vida. La mujer parecía desvariar un poco, pero al final creanme que será la más cuerda de todas. Miraba a su alrededor con frenesí, buscando en su delirio la imagen perfecta de la montaña que permanecía cubierta por una nube tan espesa que serviría perfectamente de espuma para café. El frío de esa mañana era sólido. Y el tipo estaba por explotar. - Ni en “pedo” vuelvo mañana, Moni. NI – EN – PE – DO… - Bueeeeeeno Jorge, no seas así. Te enojás muy rápido vos… - ¿Vos me estás jodiendo Mónica? Decime que me estás jodiendo… Este culipatín de “mier..” que no se desliza, te dije que eran mejores los grandes, pero vos siempre sabés más… y el “bolu..” que sube y baja con las nenas soy yo… - Bajá la voz, Jorge… - ¿Qué baje la voz? ¿QUE BAJE LA VOZZ? ¿Por qué no les pedís a las nenas que bajen la voz? Lloran tooooodo el díííía… que el nesquik, que la tostada, que la ventana, que el frío… Me tienen hartooo. Yo soy un “pelotu..” importante. - Bueno Jorgito… tenés que entenderlas, hace frío... - Ahhhh, no me digas Mónica. Ahora me entero que hace frío. Soy el único “bolu..” que no alquiló botas para la nieve, y vos me venís a aclarar que hace frío. ¡¿No me ves “cagad..” de frío?! Vos porque tenés esos dos animales muertos en las patas, pero yo tengo los pies congelados, me van a tener que cortar los dedos… y vos me decís que hace frío… Me cacho en diez… Y eSSta niebla de “mier…” ni siquiera me deja ver el “put..” cerro, 1600 kms para estar parados acá, parados sobre esta boSSta blanca, el cielo blanco, allá blanco, allá blanco, ALLÁ BLANCO… y vos con la camarita… Pero dejame de JJoder Mónica… - Vení Jorgito, dale. Tranquilizate un poco. Saquemos una foto para el Facebook. Y así fue. Jorge se puso al lado de Moni, los dos sonrieron y unos segundos después ella estaba subiendo la foto. Imagino que habrá etiquetado a su marido, que habrá colocado la ubicación del Cerro Chapelco, habrá escrito algo como: “Acá, disfrutando en San Martín de los Andes con el amor de mi vida!” y lo habrá coronado con una carita feliz. No sé, pienso en voz alta… Pero que me reí, me reí. No de la desgracia ajena, eso no me da gracia. Me reí del montaje. De los brazos lanzados al aire con ímpetu como azafata indicando las salidas de emergencia, queriendo dejar sumamente en claro que su postulado acerca de la blancura del lugar no era una presunción, sino un hecho. De una furia tan visceral que solamente lograba expresarse en la frecuencia modulada de la grosería, porque no cabía lugar para los buenos modales. Del fastidio del todo y luego, como salido de una galera, la sonrisa superpuesta y la foto. De eso me reía. Y aunque parecía que me estaba riendo de él, la realidad es que me burlaba de mí misma. Porque yo pensaba igual. Exactamente igual. Del aire gélido, del culipatín de Corcho, de la nube mordaz, de mis deditos congelados y del puma relleno con panceta y muzzarella que me hubiera comido. La diferencia es que él lo exteriorizaba y yo me lo apropiaba en forma de catarsis foráneo. Es que las vacaciones tienen estos encantos. Disculpen si me extiendo en este resumen (ya saben que no sé resumir), pero creo que lo amerita. Las vueltas de las vacaciones son grandes perlitas que uno debería atesorar. Las valijas, los bolsos, las mochilas, los chicos y nosotros, todos embalados como telgopores dentro del auto de manera tan minuciosa como cuando hay que devolver un electrodoméstico y nunca más encastran las piezas dentro de la caja. Y así se viven los mil seiscientos kilómetros, con las piernas levitadas, despojadas de su sitio, ya que el territorio debajo de la guantera está invadido por el TEG, el mate, un rollo de papel higiénico y algún chirimbolo más. Cada tanto, cuando las amenazas no asustan más a nadie, aparecen los primeros manotazos desarticulados hacia atrás, sin destino más que la mera finalidad de volver a presurizar la cabina. Así viajábamos. Inmersos en conversaciones profundas: - Esta Hilux nos pasó tres veces… que manejo más inestable, ¿no? - Uyyyy… que animalito, rebasar en curva… ¿con qué necesidad? - Ahhhh, que aerodinámico ese Renault… jaja, ¡traete algo en el techo cuando quieras!... - Que guachoooo, ¡¿será posible?! Llevó las bicis… Los kilómetros tienen ese “no sé qué” que provocan sentimientos encontrados con la masa compacta de bólidos con los que compartimos el trayecto. Con algunos, nos hermana. Especialmente con los que podemos sentir alguna empatía, no sé, el modelo del auto, la cara del conductor, fundamental: si van tomando mate (el mate es un claro indicio de buena gente). También están los otros, los rivales. Son los que aceleran cuando queremos pasarlos (esos arrastran inseguridades de la infancia, eran los chiquitos que no lograban comprar caramelos en el recreo porque se les colaban los mayores), los que te hacen una resonancia magnética con las luces, los que tienen el auto limpio y la cabina ordenada (nos gusta creer que estos no saben disfrutar de la vida). Y en medio de tantas conjeturas, y habiendo salido de una estación de servicio diez kilómetros atrás, Corchito: -Quiero hacer pufi. Hicimos de cuenta que no habíamos escuchado, esperando que se olvidara del tema hasta la próxima estación, o mejor aún, que lo expulsara por método de sublimación. Así fue como llegamos a la Petrobras del Camino del Desierto. Le tomé la mano a Corcho y fuimos a los baños del hotel. Dos puertas y, cosa de mandinga, una sola cola: la de mujeres, y eran como quince. Los hombres llegaban fresquitos, entraban a su camarín y salían. Así, simple y llano. Listo, la injusticia despertó a la activista y defensora de derechos humanos que duerme en mí. -Ahhhhh, noooooo. No, no, no, no… me niegoooo. Chicas, ¿de verdad no piensan usar ese baño también? Es una locura que tengamos que hacer esta cola para hacer pipi. Somos SERES HUMANOS con ganas de hacer pis, igual que ellos. Y encima nos encajan a los críos… No tenemos que aguantar esta fila eterna… nooooo. Me niego... ¿Alguna quiere pasar al ex baño de hombres, o lo uso yo? Me miraron medio segundo, desarmaron la formación y nos volvimos hermanas en armas. El trámite se agilizó para todas y cualquier ñato que venía con ideales imperialistas / machistas, rebotaba y se veía obligado a alinear sus derechos en orden de llegada y dejando distancia. Hermosas perlitas de las vacaciones, como les comentaba. Así salimos del baño, felices, con la emoción del deber cumplido. Localicé a mi marido y los chicos dentro del restaurante y, antes de salir eyectados del paraje, mi marido pensó que sería prudente pasar primero por el baño. Quince segundo más tarde, se subía al auto, indignado. -Increíble. Que calentura. ¿Vos podes creer que las mujeres decidieron que el baño de varones es de ellas también? No lo puedo creer… Llegué, vi que había un baño de hombres y cuando me quise acercar me mandaron todas a la cola… INCREÍBLEEEE… ¿Qué culpa tenemos NOSOTROS de lo que tardan USTEDES en el baño? Que calentura. No lo puedo creer… Liberó presión durante un tiempo. Pobre, me dio pena, pero sigo firme en la lucha por la igualdad de género a la hora tener ganas de ir al baño. Llegando a la ciudad, donde el cielo se ensucia con luces y la llanura se vuelve una sucesión infinita de puntos, nace como todos los años la eterna pregunta, aguda y profunda, la típica cuestión Shakespeariana… -¿Qué carancho hacemos viviendo acá? ¡¿Me queres decir?! ¿Por qué no levantamos campamento y nos mudamos al sur de una vez por todas? Esto no es vida. Vivimos como cucarachas todos los días, corriendo contra el reloj, esquivando asaltos, evitando choques, mutilando sueños. Larguemos todo, vos tu trabajo, yo el mío, vendamos la casa, hagamos unas cabañas, y yo salgo a pescar la trucha para la cena, y vos tejes los ponchitos para los chicos, y les hacemos una casita en un árbol… ¿Qué nos frena de ser felices? Me podés contestar… ¿Ehhh?... ¿En qué estas pensando?... -Nooo, perdoname... me colgué con estupideces… Pensaba en las expensas del mes pasado. No estoy segura si las pagamos. -Ufff… sabes que creo que no. Bueno, mañana paso por el Banco y hago el depósito. Así de fácil uno se despierta de un sueño tan feliz y tan adolescente. El cachetazo de una simple factura impaga y PAFFF, todos despabilados, comunes y ordinarios. Nada queda de la nube espesa, ni de la milicia de mujeres al mando del baño, ni del histrionismo de Jorgito… Al final Moni tenia razón. Porque al final, lo único que queda es la foto. Solamente una selfie, cosas que pasan. Entonces… Habrá que seguir escuchando el alegre canto de los pájaros tristes (*). Habrá que seguir subiendo a Facebook las risueñas fotos de los momentos desgraciados. _____________________________ (*) “El alegre canto de los pájaros tristes” - José Pepe Larralde

 
 
 

Comments


¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

Recipe Exchange @ 9pm!

Temas Relacionados
También en Facebook
  • Facebook Basic Black

Pajas Bravas  en Facebook

Mis Sponsors

© 2023 by My Weight Lost Journey. Proudly Created with Wix.com

bottom of page