213. MI AMIGA ÍNTIMA
- Pajas Bravas
- 2 jun 2016
- 4 Min. de lectura

Conozco a una persona que conoce a una persona que es amiga de mi amiga. Siempre es así. Lo más lejano y solitario que se pueda. En este caso, esa amiga es mi amiga íntima. Y esa amiga íntima, cuando era chiquita, era una niña sana. De piel cálida y cachetes rosados, una nariz redonda y rulos desorientados. Era una chiquita mucho más feliz de lo que aparentaba, porque su timidez camuflaba la vida que latía adentro. Cada minúsculo detalle de la delicada existencia la cautivaba y sus enormes ojos marrones quedaban embelesados por el milagro de la vida. Corría en alpargatas por los caminos sinuosos de Córdoba, brincaba con agilidad entre las rocas, buscaba alacranes, y cóndores, y pumas y se sentía una paja brava más dentro del decorado. Desafiaba su propio vértigo saltando desde alturas osadas y se sumía raudamente dentro de aguas de vertientes, desapareciendo y confundiéndose como renacuajo en lo profundo de aquel corazón ámbar. Esa amiga íntima, de chiquita, tenía tantos sueños que se contaban por miles. Mezclaba los colores primarios e inventaba paletas nuevas con tonos inéditos y esperanzados. Ella era puro color, toda, salvo su alma que era más clara que el blanco mismo. Podía volar si sonreía y lo hacía junto a las calandrias, a los horneros y a los zorzales chalchaleros. Ella, mi chiquita íntima, renacía con los primeros punteos de una criolla llorona, completamente embrujada de amor por la luna. Pero el mal es oscuro y sabe. Y supo. La inocencia de mi chiquita íntima fue arrebatada una tarde de enero y ella quedó tendida sobre la paja brava completamente marchita y lesionada. Dejó de sonreír y ya no pudo volar. Su paleta de colores se opacó, y se ensombreció, y su alma se ennegreció de muerte. Mi amiga, con todo el peso del pecado, caminó arrastrando la vida por el ripio hasta su casa. Absolutamente sola y con solo catorce años, fue brutalmente obligada a lavarse la mugre de la perversidad. El baño fue eterno. Eterno. El agua caliente se acabó pero ella no parecía percibirlo y permanecía completamente petrificada bajo el gélido chorro de quien se vuelve fría por dar su sangre para las estrellas. Su vista se perdió esa tarde. Los milagros y los detalles ya no la cautivaban y ella simplemente se desfloró. Lo que siguieron fueron años de mucha confusión. Mi íntima amiga intentó mantenerse lo más fiel a ella misma que pudo, pero ese veneno que le inyectaron aquella tarde serrana se expandió y la volvió mala. En realidad, esa era la confusión. No era mala pero se sentía nociva y, aunque sabía que ella solía ser buena, no podía evitar desquitarse y portarse pésimo con quienes la querían. A cada caricia, mi chiquita devolvía patadas de angustiosa desesperación y mordeduras letales. Sufrió, sí, pero hirió mucho también porque nadie sabía realmente de las tragedias de su alma inquieta. Mi amiga, esta íntima que tengo, así como una tarde se cruzó cara a cara con el mal, un día se cruzó con el bien. Alguien que pudo ver más allá de la confusión. Y con su amorosa paciencia la sanó. El bien le alivianó el peso del dolor y, aunque recibió algunas patadas y mordeduras, de a poco pudo ganarse su confianza y ella se dejó acariciar. Él, el bien, logró limpiarle la sensación de suciedad y finalmente el gélido chorro del pecado se cerró. Ella se llenó de colores vivos. Su sonrisa la elevó nuevamente a los cielos. Pero su alma jamás recuperó la blancura. Aparentemente el mal había logrado matar un pedacito de su esencia. Eso parecía hasta este martes cuando mi amiga íntima fue a un Curso al que asiste hace un año y medio. Sin siquiera saber lo que sucedería, absolutamente anestesiada por la erosión del tiempo, ella recordó el olor que emana el pánico, la atrocidad del mal, la confusión, y también la luz de la bondad. En medio de una absoluta comunión de almas y de fragancias exquisitas, ella lloró la acumulación de años de dolor y tormento. Ella volvió a sentir la imperiosa necesidad de lavar su alma con lágrimas de vertientes puras, llenas de compasión. Estaba confundida, y lo que precisaba era sentirse buena y niña nuevamente. Ahora, tras haber abierto el arcón de los recuerdos, lo que necesita es pedir perdón. Porque infectada de maldad, hoy se da cuenta que también provocó el mal. Guiada por un odio intruso, esa niña impuso castigos y represalias de manera inconsciente, hiriendo a seres queridos que no lo merecían. Y para poder sentirse en paz, mi amiga íntima logró pedir perdón. Sigue sonriendo, y sigue volando. Sigue pintada en mil colores, toda, salvo su alma que hoy es más clara que el blanco mismo. Es muy duro contar esta historia, la de mi amiga íntima… porque esa amiga íntima, la niñita de piel cálida y cachetes rosados aquella tarde en Córdoba, esa soy yo.
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