211. OTRA VEZ GEORGE
- Pajas Bravas
- 16 may 2016
- 2 Min. de lectura

En un rato voy a volver a publicar un post que publiqué hace tiempo porque viene a colación de lo que fue la internación de mi hijo. En ese escrito explico quién es George y por qué. Se llama “Charlas con George”. Hace tres semanas volví a tener uno de esos “Grandes Sustos” de mi vida. Otra vez me senté en la sillita al lado de una cama de hospital, mirando a mi hijo conecta...do, y decidí hablar de frente con Dios. Al principio, le hablé de manera frontal y un tanto amenazante. -Dios, no. Otra vez NO. A medida que transcurría la mañana, tuve la necesidad de recular y ser más respetuosa. Me dio miedo que se sintiera ofendido. Entonces le pedí las cosas con la mayor humildad posible, ubicándome en una posición mucho más sumisa. Ya para el mediodía, en medio de diagnósticos apocalípticos, sentía la enorme necesidad de estar junto a George. Hablarle con honestidad, más que de mamá a Papá, de nieta a Abuelito. Sin tanto preámbulo ni reverencia. Una charla íntima. Y la tuve. No rogué ni supliqué, sí lloré como una condenada. El diálogo fue tranquilo y pausado, y a cada frase le di la posibilidad de réplica. Él me respondía a su modo y con sus propios tiempos que, por momentos, se eternizaban en el silencio y en el color blanco. Pero cuando llegaba su enorme brazo de abuelo contenedor y me abrazaba con ese inmenso amor, me envolvía una calma tan cálida como el Caribe mismo. Algunas cosas no cambian nunca. Mi vínculo con George es una de ellas. Cuando leo lo que escribo acerca de los vaivenes de nuestra relación pienso que soy una mina jodida, una inestable emocional, una caprichosa desleal, una mujer de una flaqueza espiritual aparatosa. Por suerte George y yo sabemos leer entre líneas y los dos estamos al corriente de que la falla que existe en nuestra comunicación es gran parte por mi imperfección producto de mi condición humana, pero también por sus métodos tan poco ortodoxos y sus misteriosos procederes. Ahora, lo que salta a las claras es que puedo enojarme, puedo patalear y recriminarle mil veces algunas decisiones, puedo decirle que me sentí desamparada, lo que no puedo hacer es dejar de quererlo. Jamás he podido dejar de quererlo. Porque soy un camión Scania contra todo y puedo llevarme el mundo puesto, pero cuando ya no doy más y no tengo fuerzas para seguir, me convierto en niña que lo único que precisa es que me sostenga con sus manos misericordiosas, que me consuele, y que me ayude a mantenerme en pie. Ese es mi George.
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