209. EL VIAJE
- Pajas Bravas
- 7 abr 2016
- 5 Min. de lectura

Dos días atrás, sentada en el sillón del living, miraba como la tarde se volvía más oscura y más triste. Mi estado de ánimo concordaba a la perfección con el clima y, así como lloraban las nubes, llovían mis ojos. Los chicos jugaban y yo encontré un hueco para hacer la tarea del curso de comunicación. Tenía que leer el texto que me habían encomendado. Estas cosas generalmente van a fondo y, cuando se aproxima la Fecha Chernobyl de la partida de Carola, la semana es vuelve gris y en el curso tocamos un temazo: “Las pérdidas”. Me serví un whisky y me dispuse a leer. Me encantaría que pudieran acompañarme en este viaje por un duelo de una madre que pierde a su hija, porque creo haber pasado por todos los recovecos existentes. Creo no, estoy segura. ¿Qué era antes de Carola? Una mujer incoherente. De base cristiana, practicante extremista, creyente de la Biblia de manera absolutamente literal. El Mar Rojo se dividió en dos y el pueblo de Israel caminó por el lecho del río, la curiosa de Lot se convirtió en una estatua de sal baja en sodio, a Adán le falta una costilla, Salomón estaba dispuesto a partir en dos al bebé, a Sansón le sentaba mejor el pelo largo y a Goliat le faltó cintura. Pero, así como creía en estas historias tan fantásticas, también era una escéptica empedernida para otras. No creía en vida extraterrestre, ni en fantasmas. No creía en los signos del zodiaco, ni el calendario Chino, ni Maya, ni hormonal. No creía en los médiums, ni en los clarividentes. No creía en Elisabeth Kubler Ross y sus teorías. Y no le creía a todos aquellos que decían seguir sintiendo a sus muertos. Pensaba que eran personas con cierto grado de inocencia, que decían esta estupidez para no morirse con sus muertos. Llegó Carola a mi vida y su fragilidad me volvió férrea. Aferrada a Dios, pidiendo que moviera montañas, creyendo que había sido bendecida con este pequeño milagro que sería la comprobación de la existencia del Todopoderoso, y que la Ciencia debería caer de rodillas frente a esta realidad. Pero no fue así. Carola partió y yo pateé el tablero. Debe existir la manera de describir lo que es el segundo exacto en que te dicen que tu hijo murió. Trataré. Dos hilos te sostienen en pie y bombean sangre a tu corazón. Uno es el hilo de la cordura, y el otro es el de la fe o la esperanza. El resto, está todo hecho añicos. Cuando aparece el médico y te confirma que nunca más… que NUNCA MÁS… NUN - CA MÁS vas a volver a ver a tu hijo con vida, el hilo de la esperanza se desgarra primero. La punzada es tan honda que el hilo de la cordura no puede aguantar el peso y el discernimiento se desintegra por completo. Lo que reina en la cabeza es nada. El instante seguido a LA noticia es la nada misma. Creo que dura lo que tarda uno en llenar los pulmones de aire para pegar el grito que hay que pegar. Es un sonido completamente desconocido, no sale como un soplo desde las cuerdas vocales, sino que es una bola de alarido que se forma en las entrañas y que emerge a través de todo el rostro. Es un bramido que te deja sin fuerzas. La sensación es que te están extirpando al hijo de adentro sin anestesia. Por eso es que es bueno tener a alguien cerca que te contenga. Yo estuve a punto de destrozarme la cara contra el piso, un poco sin quererlo, un poco adrede. El caos de los minutos siguientes es de una magnitud tal que uno se olvida instantáneamente de quién es, quiénes están alrededor, qué pasó, qué hacer. Es un momento de gran confusión. Y finalmente llega el velo negro que enluta los sentidos y deja en automático a los signos vitales. De ahí en adelante, hasta el día en que uno toma la iniciativa de dar el primer paso en las etapas del duelo, la vida queda en piloto. Durante mucho tiempo cuestioné a Dios y lo traté de traidor. Me peleé con amigos y me hice íntima de desconocidos. Luego me amigué con Dios y con los amigos, pero parada a la defensiva como “She Ra”. Y en todo momento (hasta ayer) sabía que Carola estaba viva pero lejana. Cuando hablaba de ella decía que era “el amor en estado de ausencia”. Cuando escuchaba que me decían algunas frases trilladas, en el más absoluto mutismo, contestaba para mis adentros. - “Ella está con vos” me animaban. - “¿¡¡Qué sabes!!? Si no te pasó. Yo me levanto cada mañana y Carola no está.” - “Tenes un angelito en el cielo” - “Claro, qué fácil que te resulta decirlo, vos que tenes a tus hijos vivos” - “Ahora tenemos quien nos cuide” - “¿Pero por qué no te vas a lavar los platos…?” - “Dios se lleva a los pimpollos más lindos para su jardín” - “@%&$ʎ7@Ɉŭ⌉Fô ʷυ⅍ʓ” Bueno, en el texto que leía aquella tarde en que el clima y yo mojábamos la tierra, decía claramente que “las pérdidas nos unen con los que partieron desde niveles inauditos”. Para ser franca, debí leer la frase varias veces. Tenía la necesidad de comprender y sentir aquellos niveles. Me quedé visualizando a mi hija y seguí leyendo. Hablaba de un nuevo modo de contacto, de llevar a la persona adentro. Y quise eso. Quería sentir a mi hija como tantas veces escuché a otras personas decir que sienten a sus seres queridos. Quise creerles. Y lo que sigue, juro que sucedió y que no estoy exagerando ni un poco. Fue tan intenso el reclamo interior por sentir que Carola habitara dentro de mí, que así fue. Tuve una sensación de luz cálida interna que jamás había sentido, una verdadera percepción de ella. Y fue tan lindo. ES tan lindo. Fue la primera vez que sentí como me envolvía con su presencia palpable. Y lloré como un bebé. Pensar que no le creía ni a Kubler Ross, ni a todas aquellas personas que tuvieron esta dicha. Pensar que creía que eran todas frases hechas que inventaban para engañarse o aparentar. Y ahora estoy acá, otra vez en carne viva por la proximidad de la fecha, sintiéndome afortunada por haber permitido que Carola calara profundo en mí, y que ahora sí, desandemos el camino juntas. Mi teoría personal: El día que Carola partió, además de desaparecer físicamente, la muerte arrancó su vida de la mía. Por eso experimenté aquel dolor colosal cuando sentía que literalmente me la extirpaban sin anestesia. Lo que logré hace dos días fue habilitar su regreso y nuestra eterna unión. Sé que muchas Almas Mochas leen Pajas Bravas. Deseo de corazón que puedan experimentar esta comunión con sus muertos porque vale la pena la compañía, y el viaje se vuelve verdaderamente placentero.
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