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206. LOS MISTERIOS DE LA VIDA

  • Pajas Bravas
  • 7 mar 2016
  • 4 Min. de lectura

Los chicos “deben” aprender a hacer hojas de cálculo. Corresponde que los niños sepan buscar información fría e insípida en la computadora, copiarla y pegarla. Es preciso que los alumnos sean eficientes, y sepan más de tecnología y sus infinitas posibilidades, que acerca de dos células multiplicándose y diferenciándose, creando aquella minucia llamada VIDA. Como en todo, yo también me rijo por la Ley de Causa y Efecto. Cuanto más informático y veloz se vuelva el mundo, más natural y lenta seré yo. Porque no me compré el verso del mundo gris y automatizado. No me gustan los celulares sobre la mesa, ni la adicción que estos provocan. Y, por más que no pueda arrastrar conmigo a todos los que amo en contra de la feroz corriente de los gigabytes, no dejaré de patalear porque sé que no hallaré vida en Wikipedia, ni milagros en Whatsapp. De tanto en tanto intento obligar a mis hijos a que abran sus ojos. “Chicos por favor, vengan rápido, miren la luna. ¿No es una belleza?”, “Juaaaaaaan, vení corriendo. Mirá los aguaciles, se están apareando. ¡Qué amorrrr! ¿No es increíble?”, “Jeroooooo, vení gordo. Mirá la semilla de esta palta. Ya tiene raíces y en unos días va a tener hojas. ¿Te parece que la plantemos y vemos si crece?”. Todo esto, porque si uno no se toma el tiempo de abrirles los ojos a estos alumnos futuristas, el lento milagro de la vida pasa inadvertido en la vorágine de la actualidad. El sábado paseaba con mis hijos por San Fernando. Los ríos habían sufrido una invasión de camalotes y el paisaje era insólito. En una de las hojas que asomaba en la superficie del agua vi un racimo de huevos de sapo. Como de costumbre, salpimenté mi comentario para condimentarlo y llamarles la atención a los chicos. - Ay, por favor, que divinos. Mirén chicos lo que son estos huevos. - ¿De qué son? - De sapo. ¿No son un amor? - Si - ¿Qué les parece si los llevamos a casa, les preparamos una pecera y los vemos nacer? - ¡¡Dale!! ¡Y cuando sean sapos, los volvemos a traer al río! Corté la hoja y la metí en una botella de agua mineral que llené con agua del río. Y volvimos a casa con esa especie de “chicle Bubbaloo” fucsia que latía rebozando de vida. A medida que me metía en el proyecto, me iba excitando cada vez más. Imaginaba los huevos abriéndose, los renacuajos nadando en el agua y, mucho más increíble que cualquier actualización de cualquier aplicación, la metamorfosis. Ser testigos de la transformación de un ser acuático y herbívoro, que respira a través de branquias y se desplaza con ayuda de su cola, a otro completamente distinto que respira con pulmones, cambia la cola por patas y se vuelve carnívoro. La historia verídica del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde. Y así fue. Armamos una pecera con piedras y fuimos observando el cambio de color. Los huevos, que originalmente eran rosa intenso, se empalidecieron hasta ponerse blancos. Todas las mañanas, entre tostada y tostada, alguien se levantaba para ver si había alguna novedad. Mis tres hijos y yo nos convertimos en parturientas apostadas en la sala de espera. (De más está decir que mi marido no estaba particularmente entusiasmado con el centenar de huevos, pero la tolerancia es una de sus virtudes). Por eso, sin contar a mi esposo, eramos cuatro embarazadas ansiosas aguardando el anhelado alumbramiento. Porque, cuando una espera a su hijo, (y esto que cuento lo digo desde el conocimiento) una cree que sabe muchas cosas. Una cree saber que lo ama sin conocer verdaderamente lo que es el amor más desinteresado que existe. Cree saber que se volverá la persona más importante en nuestras vidas sin saber que daríamos la vida una y mil veces por él. Cree suponer que tendrá el pelo rubio y cree inferir que no tendrá ojos claros. Cree intuir que las probabilidades de otro disléxico son altas, y cree vaticinar que será un gran atleta, porque así funciona la genética. Pero resulta que la vida no responde a un sistema binario de ceros y unos únicamente. La vida, esa cosa lenta que aparece en una sola célula y que se va dividiendo de manera mágica y maravillosa, esa vida es tan compleja como enmarañada. Lo que creíamos no es, y así tenemos hijos con pelo y ojos pintados con paletas diferentes, más gorditos o más peludos, más cortitos o menos cachetones. Resulta que aquel bebé que tanto creíamos conocer nace y tenemos que anular los pre-conceptos que habíamos formulado porque a las claras se manifiesta que la vida es un misterio. Y bueno, ahí estábamos los cuatro preñados, esperando con ansias la llegada de nuestros pequeños renacuajos. Y justamente el viernes en medio de la turbulencia del desayuno… - ¡¡¡MAAAAAA, nacieron!!! - A ver, correte, dejame ver. Así es la vida. Un misterio. Una que cree que sabe lo que engendra, y la vida misma que te despeina con vientos inesperados. - Pero Ma, no entiendo como son. - Yo tampoco. - Ma, no parecen renacuajos. - Parááá un minuuuuto, dejame ver bien. - Ma, que asco. ¿Qué son? - Bueno chicos, no importa lo que son sino que tuvimos la posibilidad de ser testigos del milagro de la vida. Ahora tenemos que terminar de desayunar porque se hace tarde y, cuando vuelven del cole, me ayudan a llevar estos caracolitos al arroyito que está en la colectora de la Panamericana. Pero no se demoren en volver que no quiero todos estos bichos andando por la casa… Ahhh, que hermosa que es la vida y su misterio. Y una que cree que sabe…

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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