202. ESTAFAS
- Pajas Bravas
- 6 feb 2016
- 5 Min. de lectura

Tuve que contarlos porque en un principio desconfié. Estaba convencida de que me habían estafado. Y no, eran quince nomás. Me doy cuenta que a medida que envejezco, los días se licuan más y se escurren de manera insolente. Salir y tomar sol. O quedarme y leer un rato. O salir y tomar sol. O hacerme un licuado. Porque, aunque uno quisiera más estabilidad emocional, es paradójico lo vulnerable que somos frente al ocio. El día se completa con un sinfín de indecisiones intrascendentes. Y los pedidos. Todo el día, los pedidos. “Ma, me ponés crema”, “Ma, me comprás un jugo”, “Ma, me llevás la toalla”… Así como también: -Ma, tengo hambre. ¿Qué hay para comer? -Sandwiches -Otra vezzzz -Sino hay lomo strogonoff Que por supuesto era mentira. Pero los conozco y sé que, cuanto menos amigable suene el nombre, más se aferran a las bondades de los fiambres. Llegamos a la playa con lo puesto. La desgracia no fue tanto que yo me comportara como velero sino que Corcho fuera el viento. Y al chiquito le dio por decidir que la arena era un problema, que la sal del mar era una desgracia y que el sol y la crema eran una confabulación en su contra. Él, el viento que soplaba y yo, el velero que escoltaba. Con pequeños sobornos al principio, el chiquito fue armando un gran imperio de porquerías que había que trasportar. El tejo, el baldecito, la pala, el rastrillito, el cangrejito, las piedritas, las galletitas, el agua, la toalla, el gorrito. Así y todo, convocaba asiduamente a sesiones extraordinarias de protestas, disgustos y lamentos. Sin embargo, lo más irritante no era Corcho con su super mega balde de superman y sus deliciosas oreos, sino que donde quiera que mirara podía avistar cientos de miles de chiquitos sentaditos construyendo metrópolis de arena con baldes desguazados y degustando bazofias, encantados de la vida. Mi tostado es un capítulo aparte. Yo soy toda beige. Soy rubia beige de ojos marrones beige oscuro y piel beige tirando a blanca. Mi bronceado es un maleficio circular. Me pegan los primeros rayos de diciembre, me pongo colorada, me pelo, me pongo blanca, y vuelta a empezar. Así, de diciembre a marzo. Y, para mal de peores, soy de las que piensa que el nivel de bronceado mide el nivel de gozo de las vacaciones. A mayor bronceado, mayor satisfacción. Entonces, me tiro tipo lagarto, cada minuto que Corcho me lo permita. Siempre de frente, porque es lo que me devuelve el espejo, y me olvido de los accesorios traseros. Me han dicho que parezco a un “palito de la selva” por mis dos tonos, el que va y el que viene. Pero nunca he logrado que me dijeran que me veían quemada. Nunca. Lo más grato que me han dicho fue: “Se te ve radiente. Estás distinta. Tenés como los ojos más blancos”. Allá a lo lejos cercano al horizonte, la boya del Atlántico, mi marido. ¿Cuál de todas boyas cuarentonas?, me preguntaban. Ni idea, son todos bastante parecidos. Puntitos negros sobre tablas de surf a estrenar. La gran diferencia entre estos surfers que han sentido el llamado de los pendientes de la crisis, y los otros que someten al mar y jinetean las olas, es que mientras unos boyan y los otros surfean. Estos que flotan lo hacen como manadas de carnívoros hambrientos apostados justo después de la rompiente. Y esperan. Están como aguardando el momento indicado en que La Providencia les provea, tanto la ola señalada, como pericia y destreza; y de esa manera concebirse como “surfers”. Porque, aunque se animen a deslizar sutilmente la palabra entre oraciones, en el fondo saben que les queda enorme el título y apretado el neoprene. (*) ¡Los banco, boyas surfeantes! ¿Quién no tiene pendientes? Son como yo que, a esta edad, me compro remeras en Billabong porque últimamente he sentido el llamado del pendiente: “Por una vez en tu vida vestite con onda, pescado”. Pero, cuando la vendedora, con total impunidad me preguntó: “¿Es para vos?”… (porque entre nosotras, ¿qué le importa? ¿Le pagan comisión por meterse? Siiiiiiii, es para míííí. ¿Por qué? ¿No puedo estar en boga?), tuve que mentirle: -“Es para mi hermanita, que es tan canchera la “wacha”. ¿Talleeee? Qué se yoooo… es como de mi tamaño, un cachito más baja pero igual le va a quedar bien, no? Me la pruebo y te digo”. Y, como siempre, hablo uno o dos renglones de más, porque tengo el gen de mi vieja. “Vieji, te amoooo, es un chiste!” Me fui por las ramas. Es que el receso también produce eso. No volvés bien, volves como un poco limada. Tiendo a creer que estos cuatro días de feriado son una obligación constitucional, como si fueran un resarcimiento o una indemnización. Más bien, una compensación de hecho por la estafa que se esconde tras esa mentira gigantesca que son “las vacaciones”. ____________________ (*) Nobleza obliga aclarar que pertenecí al grupo de boyas del horizonte. Estaba tirada al sol aclarando mis ojos cuando mi marido volvió del mar y me dijo: “Dale gorda, te toca. Yo te ayudo”. Me calzé su remera y creí sentir como las lolas crecían, la celulitis desaparecía y la piel se bronceaba. (Soy una convencida de que pocas cosas son más sexis que una mujer sosteniendo una tabla de surf). Sabía que lo mataría de amor si solo lograra pararme sobre la tabla, remontara una ola y metiera panza. Y, para ser sincera, a medida que me alejaba de la playa (con su ayuda), comenzaba a sentir que había nacido para ese deporte. Sentí que mis piernas sabían exactamente qué hacer. Pensé que lo mío era nato. Y, de hecho, logré pararme. Durante un instante entero estuve de pie sobre la tabla. Luego, la tabla quiso una cosa y mi cuerpo no la interpretó. Lo último que recuerdo haber visto antes de perder el sentido de orientación bajo el agua y percibir que se me salaba todo el frontal, fueron mis piernitas que se levantaban simétricas en el cielo. Me incorporé del enredo y me di vuelta buscando ojos enamorados. En cambio, eran ojos que lloraban de risa. Nunca vio que me paré. Aprendí que la duración de “un instante” es imperceptible a la vista humana. Me corrí el pelo que caía sobre mi rostro como verdín y consideré una vez más que el surf con todos sus chirimbolitos, la petulancia, la vanidad y los cuerpos esculpidos y bronceados, todo eso es otra gran estafa. Por las dudas aclaro que la de la foto no soy yo.
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