192. LO QUE SE HEREDA NO SE ROBA
- Pajas Bravas
- 29 oct 2015
- 5 Min. de lectura
Como saben, tengo tres hijos varones conmigo y a Carola en mi corazón. Si entrecierro los ojos y logro que las pestañas de arriba se abracen con las de abajo, podría apreciar algún rasgo mío en las difusas facciones de mis hijos primogénito y menor. Pero en el caso de mi hijo del medio, no hubo intercambios de gametos, es hijo de su padre únicamente. Fue creado a su viva imagen y semejanza, y tiene los mismos gustos, deseos y necesidades que él. Creo que es una de las razones por las cuales no puedo evitar asfixiarlo dentro de mis abrazos cada vez que me lo cruzo de frente. Bueno, el lunes pasé junto a la puerta del cuarto de los chicos y percibí que el ambiente andaba medio caldeado. - Sacá esa pieza que está rota. - No, la quiero usar también. La meto en el medio y no se ve. - NOOO, sacala. Arruina toda la torre. - No, mirá. Ni se ve. - SACALA O NO JUGAS MÁS CON MIS LEGOS. - Ni se ve. Dejala, pobre. Mis oídos frenaron mis piernas que frenaron mi respiración y me quedé escuchando el resto de la discusión. Cerré los ojos y, en una palabra de mi hijo del medio, hallé una pincelada peculiar que me atribuyo como propia. Un cromosoma mío luchando en medio de todos los del padre y, claramente, uno que no hubiera querido que nadie heredara. Cada cual sabe de la pata cojea. Esa tarde, cuando deposité al mayor en kinesiología, aproveché la movida para charlar con él a solas. Últimamente, mi auto se ha vuelto el ambiente ideal para confesiones, arrepentimientos, sermones, etc. - ¿Por qué peleaban? - No, por nada. - Algo escuché, vos querías usar una pieza rota. - Sí, pero la iba a poner en el medio para que no se viera. - Entonces, ¿para qué ibas a usarla si igual no se iba a ver? - Porque sí. - Noooo gordo, tiene que haber una explicación. - La quería usar. - ¿Por qué? - Porque sí, Ma. Porque estaba ahí y no quería que quedara sola. - ¿Por qué? - PORQUE ME DA PENA. ¡Bingo! ¡Este es un maldito cromosoma mío! ¡Lo sabía! Quien lo hereda no lo hurta. Si lo conoceré al desgraciado. Sabía que tenía que extirpárselo sin anestesia. ¡YA! - Gordito, es un pedacito de plástico. - Ya sé, pero me da pena. - Pero no tiene vida, gordi. No tiene que darte pena, ¿me entendes? - Ya sé, pero me da pena porque está rota. No importa, no me vas a entender… - Nooooo, no te creeeeas, no tenés idea de cuanto te entiendo. Porque te entiendo más que nadie es que no quiero que sufras tanto. Te voy a contar cuanto te entiendo… Mi chiquito es una personita que le encanta que lo tomen en serio. Ama que le cuenten anécdotas del pasado, y se vuelve la mejor audiencia del mundo si siente que la conferencia es para él. - Cuando era chica, mi mamá me mandaba la vianda en bolsitas de pan Fargo. ¿Viste las bolsitas donde viene el pan? Bueno, me metía los sándwiches ahí. Muchas veces eran de zanahoria y mayonesa y nada más. Mis amigos iban con luncheras con termos que mantenían el puré y las milanesas calientes. Y a mí me daba mucha pena la comida que me mandaba mi mamá. Pero escuchá lo que te estoy diciendo. Me daba pena la comida, no me daba pena yo, ni el nivel económico, ni nada. Me daba pena la comida. Entonces me comía todo pensando que tenía que terminarlo porque cualquier bocado que quedara me provocaba tristeza. Y también sufría un poco por mi mamá, por su esfuerzo, por la condición en que mandaba la vianda. Pero lo que me producía más pena era la zanahoria y el pan. Es más, te voy a contar algo que era peor aún. Muchas veces, sobre todo en verano, además de la bolsita del pan me mandaba un racimo de uvas en un tupper. Y yo rogaba que no hubiera ninguna uva en mal estado porque la comía igual, por pena. Una vez, y esto que te voy a contar tiene que ser nuestro secreto, miré en el racimo antes de empezar y había una uva chiquita, toda podrida. Me largué a llorar cuando la vi. Estaba toda machucada y se le salía la semillita por un costado roto. Era asquerosa. Traté de ser fuerte y madurar este tema porque me sentía una tonta. Pero cuando me comí todas las uvas y quedó ésta solita en el fondo, la agarré con cuidado para no romperla y me la metí en la boca. Me dio tanto asco que las arcadas terminaron en un pequeño vómito. No podía mirarlo bien a mi hijo porque estaba sentado en el asiento trasero, pero por lo poco que vi a través del espejo retrovisor, estaba sentadito ofreciéndome su máxima atención. Entonces, puse segunda. - Entendés gordo lo que te quiero decir. No se puede vivir triste. Sobre todo teniendo pena por cosas que son materiales. Yo sufría un montón. Me largué a llorar cuando mi papá vendió su auto porque me daba pena el auto, lloré durante semanas cuando nos mudamos porque me daba pena la casa vieja, y la verdad, no se puede vivir así gordito. Te lo digo yo, que me pasé la infancia añadiéndole personalidades a las cosas. Inclusive, de más grandecita, le agregué alma a mi primer auto, le hablaba y lo bauticé con el nombre de César Durkheim, te lo juro. ¿Sabés como terminó mi relación con César? Me lo robaron. Hay que aprender a rockear la vida, a sentir pena solo por las cuestiones que tengan sentido. Porque la vida sola te va a poner muchas amarguras en tu camino, amarguras que te van a llenar de penas y tristezas, no le sumes ni una más. ¿Dale? ¿Vas a tratar de darle la importancia que tiene cada cosa?... ¿Eh?... No emitía sonido alguno. Aproveché el carmesí de un semáforo para darme vuelta y lo que vi me desconsoló. Muy por el contrario de lo que esperaba después de tanta arenga, mi hijo estaba empapado en llanto. - Gordi, ¿qué pasa? - Nada - Dale amor, decime que pasa. - Es que me da mucha pena. - ¿Qué cosa? ¿La pieza rota? - No, la uvita chiquita que se pudrió. Y con esas palabras que dijo, que son mías en realidad, se me cerró un poquito la garganta. Visualicé la uvita y no pude evitar sentir pena. Pobre hijito mío. ¡No hay peor cuña que la del mismo palo!

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