191. DETALLES DE LA VIDA
- Pajas Bravas
- 20 oct 2015
- 3 Min. de lectura

Deben haber pasado unos veinticinco años desde la última vez que vi a un caracol salir de su caparazón. Digo veinticinco, pero seguro fueron más. Y son éstas las cosas que me empiezan a fascinar de la vida, la vida. Nuestro paso por este mundo es un círculo perfecto. Nacemos y somos blandos, seres de pura sensibilidad. Registramos los detalles y nos conmovemos con ellos. Con el tiempo vamos perdiendo esa habilidad ya que el tronco se nos va endureciendo. Y, conforme pasan los años, nos volvemos blandos nuevamente, restableciendo la permeabilidad de emociones producidas por los pequeños detalles, reubicando las prioridades, recuperando sentimientos que hemos ido perdiendo y devolviéndole el valor que tiene la vida. El domingo, Día de la Madre, el círculo se cerró frente a mis ojos. Mi marido estaba de viaje por trabajo y mis hijos mayores prefirieron salir a pastorear con su tío canchero antes de quedarse con el opio de “yo”. Entonces agarré mi cartera, a Corcho y pasé a buscar a mi abuela. Fuimos a almorzar a un restaurante chiquito y acogedor, y comimos bajo un sauce tierno y llorón. Corchito se portó como un chico de tres años. Al principio picoteó lo que más le gustaba de la comida, después se levantó un par de veces y revoloteó alrededor de la mesa, y finalmente se convirtió en un aventurero explorador de piedritas, hojitas, hormiguitas, bichitos bolita, y cualquier maravillita que la vida le pusiera delante de su vista. Mientras esto ocurría bajo la mesa, mi abuela y yo estábamos de gran charla, hablando de los años 50, de su padre, del peronismo, y de la época en que no existía el desodorante. Entre el plato principal y el postre, Corcho resurgió con un caracol en sus manos. Estaba a punto de cachetearle la mano para que no se la ensucie con ese bicho inmundo, cuando los tres signos de exclamación que le grabó mi abuela a: “¡¡¡Qué lindo tu caracol, Corcho!!! ¡¡¿Me lo mostrás?!!” me frenaron. Y ahí, se cerró el círculo. El caracol estaba metido dentro de su caparazón, bien al fondo. Mi abuela lo tomó con sus manos y lo volteó mientras le explicaba a Corcho que estaba descansando adentro de su casita. Los ojos de Corcho se ovalaron. Yo era un poste observador. Estaba frente a los detalles milagrosos de esta vida: mi abuela, mi hijito y un caracol. Mi abuela metió su antiguo dedo en un vaso de agua y mojó al agotado molusco que comenzó a desperezarse. Hacía fácilmente veinticinco años que no veía salir a un caracol de su caparazón. Pensaba que era un bicho que se movía en cámara lenta, pero su aparición fue sumamente rápida. Los lados aparecieron primero, después sacó la cola y finalmente el rostro. Mi abuela seguía tan fascinada como Corcho, los dos con la vista fija en este detalle inadvertido de la vida. Yo, dominada por esta sensación de estar viendo como se cerraba el círculo, completamente atraída y encantada con este bicho al que había olvidado por completo. Ella continuaba agregando exclamaciones mientras Corcho seguía absorbiendo registros de existencia. “¡¡¡¡Mirá gordito, ahora van a salir los ojos!!!... ¡¡¡¡Mirá, mirá!!!!”. Corchito estaba tan impresionado que respiraba más pausado y hubo momentos en los que temí que se le salieran los ojos. Finalmente, y como era de esperar, el caracol asomó los ojos. Hacía mucho más de veinticinco años que no me asombraba de esta manera por un simple caracol. Lo apoyaron sobre la mesa, le fueron poniendo gotas de agua delante de él, y él se paso un buen rato desplazándose hacia aquellas gotas. Un caracol, ¡qué cosa tan increíble! Le tocaban los ojos y desaparecían. Luego volvían a salir. Debo confesar que ese animalito, que antes me remitía a un bicho asqueroso que come las flores y deja una estela de baba inmunda, simplemente me maravilló. Cuando el mozo trajo la cuenta, apoyó el papel a unos pocos centímetros y noté que no se percató del amigo de Corcho y de mi abuela. Obvio, ¿por qué iba a notarlo? Si nadie lo ve. Yo tampoco. En esta oportunidad tuve la suerte de estar presente cuando los extremos del círculo perfecto de la vida me lo revelaron.
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