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186. DR. JEKYLL & MR. HYDE

  • Pajas Bravas
  • 30 sept 2015
  • 3 Min. de lectura

Con cada crepúsculo, algo espantoso parece suceder dentro de mi casa. Dicen que cuando los últimos destellos de un sol derrumbado se hermanan con las primeras luces encendidas en mi hogar, un monstruo reencarnado revive desde las entrañas mismas de la casa. Dicen que un rugido lóbrego adquiriere vigor gradualmente hasta el punto en el cual no parecería haber retorno. Es un bramido retorcido y perverso que paraliza y pone fin a la armonía de la charla amena, el juego y la tostada. Eso dicen. Cuentan las malas lenguas que con cada crepúsculo los pasillos de mi hogar se vuelven pabellones, y los reclusos, que se ven forzados a marchar, encomiendan a la memoria de mis hijitos. Dicen que aterrados redoblan los pasos violentados por las taconeadas del monstruo que los arrolla sin piedad. Aparentemente, con cada crepúsculo, la casa se empalidece y comienza a traspirar frío. Errores ordinarios se vuelven crímenes de lesa humanidad; distracciones se sentencian a pena de muerte; descuidos, imprudencias, deslices, cualquier falta que enajene al monstruo se vuelve imperdonable. Porque, durante el tiempo que dure la furia del monstruo, igual da una sanción pedagógica que la pérdida de la voligoma, una pieza de lego en el piso o el pesimismo de un boletín agónico. Dicen que el monstruo, tras haber aullado y gruñido palabras inentendibles, se queda fuera de sí, en silencio, bufando. Me han confesado que lo han visto con los ojos desorbitados, en trance, al borde de un arranque de rabia desmedido cuando se fusionan los horarios de estudio, baño y cena. Parece que durante el crepúsculo, cosas raras suceden en mi casa. Han llegado a contarme que, por cuestiones cotidianas como: no haber tocado la cadena luego de ir al baño, o dejar la toalla empapada en el piso, olvidarse el libro de sociales el día anterior a la prueba, o discutir por quién fue el que dejó la computadora encendida, este ser despreciable se vuelve mortífero. Con mordidas letales y zarpazos violentos, mis chiquitos declaran haber temido por sus vidas en reiteradas oportunidades. No sé, eso dicen. Por supuesto que todo esto que afirman lo tomo con pinzas. Son niños, y como niños, fantasean todo el día. Yo soy una mamá muy presente. Vuelven del colegio, les preparo el té y los dejo jugar un rato. Luego, cuando los últimos destellos de un sol derrumbado se hermanan con las primeras luces encendidas en mi hogar, yo entro en un estado de paz absoluta. Es mi momento de calma plena. Es como si me envolviera un manto inmaculado de reposo y quietud. Un silencio blanco, una placidez de pradera. Me gusta llamarlo “mi aura” y aparece en cada crepúsculo. Por eso digo que los chicos fantasean. Está todo dentro de sus cabecitas. Es tan ridículo suponer que la fusión de los horarios críticos de la noche crea un demonio salvaje y furioso, la sola idea es absurda por donde se la mire. Sobre todo teniendo en cuenta que mis hijos son tesoritos adorables, y lo digo con el mayor de los orgullos. Cuando se disipa el halo que me mantiene inerte al que llamo “aura”, miro a mi alrededor y agradezco a los cuatros vientos la familia que heredé. Justo cuando el crepúsculo se arrincona y la noche se espesa, es un momento de gran regocijo. Porque mientras yo reposaba en la tranquilidad de una brisa serena, ellos terminaron la tarea, compraron una voligoma, se bañaron, colgaron la toalla, tocaron la cadena, guardaron la piecita de lego y pusieron la mesa. El cuadro es tan emocionante que siempre me provoca una sensación de agotamiento corporal y dolor agudo en las cuerdas vocales. Y se ve que a mis chiquitos les pasa algo similar ya que, es con tanto amor con el que me miran, que por momentos creo que están al borde del llanto. ¿Un monstruo? Pero por favor…

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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