184. EL SILENCIO DE MI VOZ

Un lápiz y un papel son mis amigos incondicionales. Cuando “algo” en el organismo se vuelve débil y quebradizo, siempre hay otro “algo” que toma su lugar y lo reemplaza. Los neurólogos hablan de la plasticidad del cerebro. Mi voz es mi talón de Aquiles, es un hilo delgado y tenue que se queda siempre anudado en la garganta con todo un mundo para decir. Por eso terminé en los brazos de mis amigos, un lápiz y un papel. Con un papel y un lápiz pude reemplazar la fuerza y el vigor de una voz ausente. Con un lápiz y un papel pude pedirles perdón cientos de veces a mis hermanas, pude exigirle más atención a mi papá y pude agradecerle a mi mamá, a mi ángel de la guarda. Con el mismo lápiz rompí los corazones de mis novios y amé a mi marido. Y, solamente con la ayuda de un lápiz y un papel, pude atravesar el duelo de la pérdida de mi hija. Mi currículum me vende mejor que mi entrevista. Mi examen escrito levanta la nota del oral. Mi voz se pronuncia alta y fuerte únicamente en la mente de quienes leen mis cartas y la fantasean. Mi página habla con más ímpetu y vigor que yo misma. Y siento que lo que le pasó a mi voz es fruto de una herida de la infancia. Me lesioné la autoestima de chica y hoy me cuesta muchísimo decir lo que siento. Una carencia de valoración positiva personal que derivó en esta escasez de expresión, un maltrato constante de agentes externos, ausencia de tutores que me mantuvieran erguida, y la falta de cuidado, protección y amparo. Se sembró una voz en terreno poco fecundo, ¿qué otro fruto esperaba cosechar? Por eso, para curar esta herida lo primero que debo hacer es enfrentarla. Conociendo la debilidad y cobardía del tono de mi voz es que comencé a principio de año un Curso sobre Comunicación. Y este martes me toca exponer. No puedo poner en palabras el desequilibrio orgánico que estoy padeciendo a estas alturas del partido. El nudo del hilo de mi voz no es aloja únicamente en mi garganta, se está enredando en mi estómago, en mis bronquios, en mi duodeno, en el nervio intercostal y en mi colon. En mi apetito, en mi sueño y en el ritmo cardíaco. El día que mi voz se enrede en mi lápiz y le rompa la punta comprometerá mi juicio y moriré. Pero gracias a Dios esto no está sucediendo y tengo un papel y un lápiz a mano para poder desahogar este desbarajuste. A partir de ahora, dejo este rincón terapéutico para dedicarme a mi exposición. No puedo pensar más que en el discurso que daré en cuatro días asique nos vemos la semana que viene. ¡Deséenme suerte! O salgo victoriosa y domino esta herida tan vieja como yo, o me dedicaré a tipear mis signos vitales.

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