181. SOLAMENTE UN FARO
- Pajas Bravas
- 3 sept 2015
- 3 Min. de lectura

Hace un tiempo leí un un artículo que circulaba por Internet que era la respuesta de una madre a la siguiente pregunta: “¿A qué hijo amas más?”. Esta madre contestaba: “Al hijo que más amo por encima del resto, al dilecto, al que me dedico con cuerpo y alma es… Aquel que se enfermó, hasta que sane. Aquel que partió, hasta que regrese. Aquel que está cansado, hasta que descanse. Aquel que está hambriento, hasta que se alimente. Aquel que tenga sed, hasta que beba. Aquel que tenga frío, hasta que se abrigue. Bueno, y no me acuerdo como seguía la lista… En aquel momento no le di mayor importancia. Pero, los ejemplares que guardamos en la cabeza funcionan de maneras misteriosas. Y esta mañana, aquel texto que archivé en el tomo de: “Las cosas que leo y no les doy importancia” se salió del palomar y se me reveló como: “Un texto que archivé para usar el día que recobrara sentido”. Soy una mamá de base culposa. Me da culpa llegar tarde a un acto de mis hijos, me da culpa pensar que mi hijo del medio come muy poca verdura, me da culpa no poder contagiarles el amor por los libros… Y sé que la lista podría no tener fin. Lo único que no me da culpa es cuando tengo que bajarme del barco, abandonar a la tripulación, y dedicarme exclusivamente al hijo que se enfermó y que me necesita. Me pasó en la época de Carola, me pasó mil veces con varicelas y fiebres cotidianas, y me pasó en el último tiempo con mi hijo lesionado. La luz de mi faro se descompone con cada hijo en problemas, y así de la nada, deja de girar. En esta oportunidad, dejó de girar y alumbró únicamente a Juancho. Tenía todos mis sentidos abocados a solucionar este problema que se fue extendiendo en el tiempo, y que ayer terminó en operación. Esta mañana me levanté con todo este torbellino en la cabeza. Finalmente pude darme cuenta que, además del herido, hay más niños en mi casa. Paradójicamente, con toda la felicidad del mundo de tener a todos conmigo estaba untando con desmedida amargura la manteca en mi tostada. El queso se resbaló de mis manos y con excesiva bronca visceral lo levanté y lo arrojé sobre la mesa. Me cubrí la cara con las manos y sostuve mi melancolía. De a poco, y con cierta dificultad, la luz de mi faro comenzó a girar. Y cuando la luz iluminó a Carola, me di cuenta que hoy es su cumpleaños. Mordí la tostada pero no pude tragarla y me largué a llorar. Para variar, eran lágrimas de culpa. Se me había pasado la fecha. Una de las fechas más importantes en mi vida. Una de mis Fechas Chernobyl. Y ahí, precisamente cuando lo necesitaba, saltó del palomar ese texto mal archivado. Tenía un hijo en apuros y tuve esa necesidad de apagarme para todo el mundo salvo para él. ¿Y saben que me pasó? Me perdoné. Soy un faro. Ni más ni menos. Y como faro, hago lo que puedo. Ilumino, guío, encamino y prevengo de problemas a quien más me necesite. Puedo dejar a oscuras también, pero será por poco tiempo, el tiempo que me lleve encauzar al más frágil. Ahora te ilumino a vos, Carola. ¡¡Feliz cumple, Panchita!!
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