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172. TRAS BAMBALINAS

  • Pajas Bravas
  • 10 jul 2015
  • 3 Min. de lectura

172. EL RETIRO TRAS BAMBALINAS El viernes llegué al Retiro escoltada por mi marido. Lo necesitaba para bajar la valija del baúl del auto. Además de las cosas personales, habían pedido que lleváramos un almohadón para sentarnos en el piso, pero yo llevé un colchoncito. Pensé que sería lindo recostarme si existiera la oportunidad. Sin embargo, mientras estacionábamos, vi como llegaban mis otras futuras compañeras de ruta con sus bolsitos y el almohadoncito, y sentí vergüenza de ser tan Nannis. Un círculo, cuarenta mujeres, cinco cajas de carilinas en el centro y una nueva dinámica. Sin importar quién fuera la que tuviera la palabra, la cosa perecía repetirse. Todas padecimos los mismos síntomas. Primero, la voz se iba tornando más chillona, hasta que de tan finita, se volvía inentendible. Luego, un silencio forzado por la garganta estrujada. Unos cuantos segundos para recomponerse, una búsqueda frenética de algún rinconcito seco en el pañuelito magullado, una dramática toma de aire y la necesidad de continuar con el testimonio. Alrededor, y como sincronizado, una coreografía lacrimógena de mujeres quebradizas. Sonidos de narices flojas atravesaban los cuatro puntos cardinales. Y yo, en todo momento, me preguntaba como hacían para sonarse la nariz con tanta delicadeza. Una de mis mayores preocupaciones durante el Retiro era casualmente esa. Ellas todas femeninas, con sus pañuelitos finamente manipulados y yo, un macho tronador. A esta altura creo que debe ser una cualidad privativa de cada individuo porque me esforcé en ser discreta y no lo conseguí. Otro de mis problemas más “resonantes” fueron las carcajadas indiscretas en momentos inoportunos. Es que la seriedad extrema o la solemnidad exagerada siempre constituyó un problema para mí. Y no sé si echarle la culpa a los nervios o a la inmadurez, pero me he tentado en misas, entierros, caídas, estornudos, de la manera más desatinada y sin importar la gravedad. Gran defecto, si los hay. Entonces, en los momentos donde la sensibilidad se volvía corpórea, entre las lágrimas y el tembleque de la risa emancipada, la tentación simulaba una congoja insoportable. -“Poooobre, como te pusiste. ¿Estás bien? Te entiendo, es muy fuerte. ¿Querés que te traiga un vasito de agua?" -“No, dejá. Ya pasa. Gracias” Arregladas, somos todas lindas. Recién levantadas, me reservo la opinión. Ahora, recién salidas del cuartito de confesión, esperpentos. Se nos desaliñan las facciones de la cara. La nariz dilatada y de un rojo carmín se vuelve el centro de un rostro barnizado en lágrimas amargas. Con los ojos y los labios inflamados al extremo, parecíamos sachets de botox. Y noté que al cura se lo saluda ya en llanto, casi que en el pasillo sentada en la silla comienza el desconsuelo. Durante el Retiro comí harinas con empeño y tenacidad. Entre dinámica y dinámica, salía del salón y miraba la mesita con los bizcochitos y los budincitos, y por miedo a pasar un poquitito de hambre, le hincaba el diente. Como nunca, le entraba a los pancitos. Y como por religiosidad durante las comidas: -“Chicas, ¿alguna quiere un poquito más?” -“Yyyyyyy…. Buehhhh. ¡Dale!.... Ahí, ahí, está perfecto, gracias… Uyyyy, mirá esa papita, casi se cae en mi plato….jajaja …. Bueno dale, si querés servímela, ¡totaaaal!” Una de las gemas del Retiro fue el tiempo. Tuve tanto tiempo para mí, y solo para mí, que me exfolié la cara cosa que no hacía hace años. Me recosté bajo un árbol, al sol, y me quedé dormida sobre el colchoncito que me había dado vergüenza al principio y que al final fue furor. Me di cuenta que no cambié nada, que sigo siendo la misma de siempre, la que me encanta hacer bromas, un cachito transgresora, pero que cuando llega a casa se pone la sotana, el uniforme de policía y de maestra, digamos... el atuendo de mamá. Sobre el escenario, transformada, más buena, justa e inocente, el Retiro fue una batidora de sensaciones que me movilizó muchísimo. Logré amigarme por décima vez en julio con Dios, lloré bastante, y me llené de mucha paz. Pero muchas de las escenas principales ocurrieron detrás de bambalinas, entre mujeres tan comunes, tan corrientes y tan extraordinariamente celestiales, que convirtieron el ambiente y la atmósfera en el marco ideal del Retiro. Me gustaría tener el papel principal en algún momento, pero claramente nací para ser backstage.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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