167. DE POSTE A LIDER
- Pajas Bravas
- 25 jun 2015
- 4 Min. de lectura

Nunca sé con exactitud si son nuestros. Si no son nuestros. Si son un regalo de la vida. Si son de la vida. Si son chiquitos o grandes porque no se lavan los dientes pero se afeitan la sombra de bigote. No sé si me pertenecen o no, pero queda bien claro que, ante la posibilidad de que una tragedia se desencadene en una práctica médica cualquiera, la que tiene que firmar haciéndose cargo, es una. Que tremenda responsabilidad. ¡Que ensalada! - “¡Hola, Juan! Vení, acóstate acá. ¿Cuántos años tenés?”, preguntó la cirujana ortodoncista. - “Doce”, dije supeditada por el patético reflejo condicionado de la asfixia materna. - “Doce”, dijo Juancho con el típico malhumor del adolescente asfixiado. Así como sofoqué a mi hijo y me arrepentí, es que me juré a mí misma que no abriría más la boca hasta tanto se me dirigiera la palabra. - “A ver, Juan. ¿A vos te dicen Juancho?” - “Si” - “Contame Juancho, ¿por qué estás acá?” - “Para ver si necesito aparatos” Y yo que me mordía la lengua para permanecer callada. Me moría de ganas de meter bocado, pero esto era claramente un diálogo entre dos personas y un poste. Mientras le miraba la boca, la médica dijo: - “Incisivos y caninos temporarios… Ehhh Juancho, decime una cosa, ¿solamente se te cayeron los cuatros dientes de adelante?” Y ahí nomás, no aguanté. El reflejo me volvió a condicionar. - “Siiii gordito, ¿cómo que no? Se te cayeron todos los dientes, ¿no?” - “No mamá, te lo dije en el auto viniendo para acá. Se me cayeron solo cuatro”. - “Waw, que raro. Estaba segura que había perdido todos…”, dije sintiéndome más poste que nunca. - “No hay problema, señora. Vamos a ver las placassss. A ver, a ver, a ver… ¡Epa! Esperen un minutito, ya vengo” Un ataque directo al corazón. La médica salió con la placa y volvió a los cinco minutos. - “Bueno señora, le voy a explicar. Tiene quistes en los caninos definitivos que siguen alojados dentro de las encías. Esa puede ser una de las causas por las que no se salen los temporarios. Si no hubiera presencia de quistes, podríamos seguir esperando. Pero en este caso tenemos dos opciones: o le saco los caninos e incisivos y esperamos a que bajen los definitivos, o no sacamos nada y esperamos con el riesgo de caer en cirugía”. Claro, típico. Ahora, de golpe y porrazo pasaba de poste a líder de opiniones. Yo tenía que tomar una decisión. - “Juancho, me parece que lo mejor es que te saques los colmillos hoy, y los otros la próxima vez que vengamos, ¿no te parece?” - “No sé, ni idea” La miré a la médica pidiéndole un centro, pero ahora la que había pasado de líder a poste era ella. Tenía que tomar la decisión de sacarle ocho dientes a mi hijo y necesitaba el apoyo de la que tan amablemente me transfirió las riendas. - “Si fuera tu hijo, ¿qué harías?”, le dije para activarla de su letargo. - “Ehhh, yo creo que lo más prudente es sacárselos lo antes posible. Además Juancho, ¡esta noche cenas helado!”. - “Ves, Juancho. Yo pienso lo mismo. No postergaría esto. Sobre todo por el temita de los quistes”. Enseguida lo llenó de utensilios cromados y una aspiradora ruidosa de saliva. Sintiéndome una persona con capacidad de ejercer influencia sobre mi chiquito comencé a sentir el peso de la responsabilidad. Miré a mi hijo con la boca abierta, un lado ya dormido y la jeringa aguijoneando el otro y sentí miedo de haber tomado una decisión equivocada. - “Disculpame…, ¿y qué pasa si le sacamos los colmillos e incisivos y los definitivos no bajan?”. Juan me miró de reojo, rogando con la mirada que me volviera muda para siempre. - “Yyyy… es una posibilidad”, dijo el poste. - “¿Una posibilidad? No me lo aclaraste. ¿Una posibilidad entre cuantas?”, gruñí como líder. - “Yyyyy… teniendo en cuenta que el padre tuvo el mismo problema, es una posibilidad alta. Pero en ese caso no te preocupes, los hacemos descender. Es un trabajito complejo pero con resultados buenos. Hay que cortar la encía, enganchar los dientes con…”, decía convirtiéndose hábilmente en líder. - “Dejá, no me lo expliques que me impresiona…. Dejame pensar un minuto. Si se los saco, pueden bajar o no bajar. Si bajan, bárbaro. Si no bajan, hay que bajarlos. Si los dejamos así como están…” pensaba convertida en poste indeciso nuevamente. Por suerte no estábamos solas. Entre el poste y el líder, el adolescente permanecía tendido, cansado de ver como las riendas cambiaban de mando. Con la boca completamente dormida dijo: -“Shhha ezzta, sha me pincharon. No shiento nada. Quiero que me shaquen los dientesh ahora y que me compresh helado. Deshpuesh resho y le pido a Diosh que me bajen los dientesh definitivosh”. Listo, quedó clarísimo. Siempre, entre quien se siente poste y quien se considera lider, está el que parece anestesiado pero que, tendido y en secreto, dirige la batuta con total claridad. No son míos ni de la vida. Ellos son ellos y de nadie más.
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