160. ERA MI TURNO
- Pajas Bravas
- 27 may 2015
- 2 Min. de lectura

Era mi turno. Me tocaba a mí levantarme con la tropa, darles el desayuno, acompañarlos hasta la puerta y saludarlos con el bracito en alto como Reina de la Vendimia. Era mi turno para correr por el pasillo de vuelta a mi cuarto, saltar sobre la cama y caer en cámara lenta. Me tocaba a mí soltarme el pelo, acomodar las cinco almohadas y dejarme llevar por el placer de las sábanas templadas. Era mi turno.
Era mi turno. Yo quería apagar mi celular, tomar el control de la televisión y mirar todos los programas chimenteros matutinos. Quería volver a dormirme a media mañana. ¿Sabes lo que quería? Escuchar la casa en silencio. Quería oler los rayos del sol sobre los restos de tostada y miel que permanecían en la mesa. Quería estirarme y bostezar sin recado, ir al baño y dejar la puerta abierta, quería mirarme al espejo y reírme de la pinta. Quería que el reloj fuera mi cómplice y socio en este vulgar empacho de gozo delicioso. Quería almorzar restos y comerme el postrecito de los chicos. Me tocaba a mí.
Parece que me saltearon otra vez.
La semana pasada me enfermé legítimamente. Era mi turno. Me contagié bajo los lineamientos de una enfermedad que me traía malestar y quería sentirme pésimo a solas. Quería sonarme los mocos en rollitos de papel higiénico y tirarlos con estilo al piso. Quería tomarme la temperatura y darme lástima. Quería quedarme en pijama hasta que la caída del sol volviera absurda la necesidad de un atuendo. Quería estornudar violentamente y sin retraimiento. Quería todo esto, lo quise con tanto ahínco que la ambición provocó que todo se volviera en contra. No sólo no se me dio, no solo no fue mi turno, sino que fue “otr vez” el turno de mis adorados pichones. Todo aquello que imaginé, tanta masa acalorada de enfermedad entre sábanas y placer, se volvió antónimo cuando las primeras líneas de fiebre pediátrica comenzaron a ascender. No hubo descanso, no hubo control de la situación, no hubo placer, no hubo baño a puertas abiertas ni rollitos de papel higiénico. No hubo estornudos masculinos ni descansos a destiempo. No hubo restos para el almuerzo, no hubo postrecitos, no hubo holgazanería.
Mis hijos se contagiaron y era mi turno.
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