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159. UN PAPEL JUGADO

  • Pajas Bravas
  • 22 may 2015
  • 3 Min. de lectura

Papel jugado.jpg

Seeeee, ya sé. Yo también me vi anoche. Un horror. Una vez más, me salió tan real que podría decir que el personaje se devoró a la actriz. En teatro, cuando alguien interpreta el papel de un personaje que provoca sentimientos encontrados, un personaje que dispara lo peor de nosotros, o uno que está socialmente mal visto, lo llaman “un papel jugado”. Anoche interpreté un papel jugado. Unos minutitos antes de tu llegada, estaba metiéndome en personaje. A simple vista parece una tarea ardua la de perder los estribos en tan poco tiempo, pero creeme que eso no es lo más complicado. La ayuda externa es fundamental para llegar al estado máximo en la penetración de esta personificación. Y la improvisación es la madre de esta representación. Lo realmente complicado no es entrar sino salirse del personaje y volver a recuperar la compostura. Como te decía, unos minutos antes de tu llegada ya improvisaba con ayuda externa. Mientras el del medio me informaba que tenía que entregar las quince hojas de repaso para los trimestrales que había recibido (y no sacado de la mochila) hacía una semana, el mayor me gritaba que el menor había sacado los marcadores de su cartuchera y había adornado la pared de mi cuarto. Un ratito después de la implosión interna que sufrí y que logré controlar con maestría, el mayor me volvió a poner a prueba cuando me dijo que iba a ponerse a estudiar y se encerró a jugar con la computadora. Eso hubiera sido pan comido si el del medio no hubiera entrado en el círculo depresivo descendente del “soy disléxico y nunca voy a poder ser prolijo, ni aprenderme las tablas, ni los verbos…”. A este círculo descendente lo suelo reprimir con un hermoso baño reparador. Pero esta vez no funcionó. Mi hijo salió del baño con la misma furia pero más mojada. Asique lo senté y lo ayudé borrando todas aquellas cuentas que, de tan desprolijas, se habían vuelto indescifrables. Eso despertó en mi hijo a la “fiera arruga hojas de carpeta”, que a su vez es una de las ayudas externas más eficaces si quiero alcanzar la cúspide de mi actuación. Luego de retar por segunda vez al grande, le explicaba matemáticas al mediano con pequeños intervalos del menor que me pedía hacer “pufi” o ver “Inqueribles”. Las frases: “Prefiero una maestra particular” o "Ni idea qué hice con la lapicera, hace mucho que no la encuentro, para mí se perdió” o “Esto no sirve para nada, tendría que haber nacido en la época de William Wallace“ eran todas las ayudas externas que necesitaba para que cuerpo y mente siguieran improvisando armónicamente. El pelo alborotado enmarcando una mirada penetrante insinuaban un estado de desorden orgánico. Los labios tan apretados que hacían imposible una vocalización adecuada hablaban de irritación. Los pasos firmes, las frases poco felices y las manoteadas de ahogado empeoraban una situación de por sí, desequilibrada. Y finalmente los bollos de papel voladores y el chiquito llorando terminaban de darle atmósfera a este escenario demencial. El espacio y el tiempo del delirio. Aunque parezca una contradicción, el hecho de que el horno no quisiera encender fue de gran ayuda ya que la intensidad que le propiné a la puerta liberó bastante presión acumulada. Creo que fue el momento máximo, la escena culminante… Y justo ahí, llegaste vos. Impecable. Calmo, manso y sereno. Todavía quedaban rastros del perfume con el que te fuiste esta mañana. Llegaste pausado, hablando otro idioma, un lenguaje sereno y comprensible. Y así, con toda esa paz que el mundo adulto te brinda, con toda esa armonía y pulcritud, me dijiste que salías a cenar con los de la oficina. Vos tan vos en tu papel de vos, y yo tan poco yo en la piel de este protagonista perverso que interpreta a una mamá desquiciada a punto de volar en pedazos. ¡Qué actriz! Trato de imaginarme lo que habrá sido para vos, llegar en zen y encontrarte dentro del cuadro de Edvard Munch, y me resulta insoportable. De golpe puedo visualizar tanto marido corriendo al regazo de cualquier mujer que no interpreta papeles jugados. Pero también pienso, mujerzuelas sin papeles jugados nunca llegaran a ser protagonistas. Solamente intento decirte que, como cualquier actor del mundo puede dar fe, salirse de estos papeles requiere tiempo. Y, si bien no me gusta ser quien interprete siempre a la loca, también es cierto que alguien siempre tiene que hacer el trabajo sucio. Gracias a Dios, esta cara que cada fin de trimestre te recibe en tu hogar, es tan solo una buena interpretación de un papel muy jugado.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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