144. ADN ARGENTO
- Pajas Bravas
- 30 mar 2015
- 3 Min. de lectura

Acá, garabateando un poco. Llorando para amamantar y entendiendo el Cambalache de Enrique como pequeñas puñaladas entre los pobres giles que no roban y el atropello a la razón de suponer que cualquiera es un señor, y que cualquiera es un ladrón.
Tratando de gambetear el piquete que no nos deja circular. Escuchando el grito de los empleados desempleados que se expresan. Repudiando a los políticos que se devoran a sus rivales, y luego a su vez son aniquilados por los enemigos, que antes eran sus hermanos, pero que ahora son adversarios. Viendo como los vecinos sin luz iluminan las calles con fogatitas metafóricas. A favor del paro general de transportes y a favor de los que quedamos parados de a pie, a favor del reclamo de los trabajadores que no perciben su salario como ganancia, y a favor del que mañana no tiene bondi y se pierde el presentismo. Percibiendo la ferocidad del conductor y la falta de respecto del peatón. Dando un brinco largo, yo que puedo, esquivando el charco, el pozo y la boca de tormenta, preguntándome "¿cómo lo harán las sillas de ruedas o los cochecitos?". Volviéndome prójimo al delincuente que evade cuando le pido al pediatra que me haga dos facturas porque con una sola, la prepaga me reintegra sugus. Sintiendo el retroceso de un sistema de educación en decadencia, los eternos fines de semana puente Zarate Brazo Largo y el descabellado e insensato: No habrá más aplazos en la Argentina.
Federales únicamente para los papeles.
Veo como pertenecer a un partido político convierte casi por coacción en anti partidistas de todo cuanto existe en la vereda de enfrente. No hay dialogo, no hay debate, no hay convenio. No existen los grises, los matices ni todas las manos todas. Somos como un país sordo pero verborrágico.
La raza argentina es la que se disputa en cualquier rotonda. Todos tienen derecho de paso y gana el del bocinazo más fuerte. Insolentes e irrespetuosos.
El almacenero le pidió a su mujer que le ponga precio a los aceites de oliva. La señora cometió el imperdonable error de equivocarse y todos los que lo notaron se llevaron cuantas latas podían cargar. Al celular que encontró tirado, le sacó rápidamente el chip para que una llamada de auxilio del dueño no le provocara la espantosa molestia de sentir culpa. La desgracia de la embarazada, el cojo y el manco que suben siempre al colectivo clonazepam donde todos los ocupantes sufren los efectos del Rivotril y ninguno nota su presencia.
Yo, ¡argentino!
Y el peor de todos los problemas, la señora gorda y bigotuda, la pesadilla de los don nadie, Doña Impunidad. Da lo mismo todo, si nada es diferente. Si pago mis impuestos y corto el pasto del frente de mi casa; y mi vecino es el crápula ese que vive en las sombras, acomodado entre buitres a quien le pagan los impuestos y le cortan el pasto; da lo mismo. Si al hijo de nadie lo mata alguien y alguien vive tranquilo porque mató a nadie, da lo mismo.
Da lo mismo y no debería ser así. Sería tan saludable un cambio en el ADN de los argentinos. Como me gustaría que los versos del profeta Enrique Santos Discépolo fueran tan solo el reflejo del siglo XX, y que hoy en siglo XXI lo estudiáramos como un aspecto más en la Historia de la República Argentina.
En 1934 dijo:
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao.
No pienses más; sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao... Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley.
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