141. EL PODER DEL UNIFORME AUTORITARIO
- Pajas Bravas
- 13 mar 2015
- 4 Min. de lectura
Mi auto es el auto que hubiera comprado Caroline Ingalls si hubiera vendido todas sus carretas harapientas. Es modesto y sobrio, pero alegre y familiar. Es un autito rojo, amistoso y simpaticón, de ojitos pícaros. Y dentro de él, por lo general, vamos Corcho (mi hijito de 3 años) y yo. Corcho es regordete, su gama de colores varía del blanco pálido, pasandopor todos los amarillos, hasta llegar al tono del alcornoque... uno de los tantos "por qués" del apodo. Tiene pecas y rulos en todo el cuerpo, y con la sonrisa aparece un hoyuelo en uno de sus cachetes. Y yo, una típica mamá que maneja con cara de no conocer la respuesta, con porte de mamá chofer, con los hombros un tanto vencidos hacia adelante, y que se aferra al volante como si su vida dependiera de la presión que ejerza. Con ambos cinturones de seguridad abrochados y escuchando a Aretha Franklin, de esa manera apareció un gendarme de golpe por detrás de unos arbustos y se abalanzó sobre mi auto. Con esmero me hizo señas para que estacione. - ¡Corcho, quedate quieto! ¡Quieto Corcho! Portate bien... Este muchacho, sin siquiera sombra de barba, estaba claramente oprimido dentro del uniforme déspota y se comportaba como si yo fuera el Petizo Orejudo. Antes de bajar el vidrio de la ventana, observé como blandía su arma y su cachiporra al caminar. Al costado de la calle esperaban cinco gendarme más, también sufriendo la misma tiranía del uniforme y sintiéndose claramente superiores. - ¿Qué tal? ¿Todo bien? - pregunté para romper el hielo. - Permiso de conducir y cédula verde por favor. - Si, claro. Escanee el interior de mi vehículo buscando mi cartera. Dado que nunca miro mi registro, de golpe sentí miedo de que estuviera vencido. Y el miedo, en mi caso, actúa de maneras muy extrañas. Me produce verborragia. - Jaja, pensé que no había traído la cartera. No estoy diciendo que salgo de casa sin documentos, simplemente me asustaste y pensé que los había olvidado. Estas ahí parado, tan serio, que uno de golpe piensa que es un delincuente, ¿viste?... Acá tenés. El muchacho le realizó un barrido ocular a mi licencia de conducir y luego hizo lo mismo con la cédula verde. - ¿Ud es la titular? - Si! … No... Ay, no sé. (Aclaro que no sé porque no sé, no porque no entiendo) Me miró durante unos muy incómodos quince segundos. Con sus ojos a media asta y la mandíbula trabada estaba intentando reducirme a la mínima potencia. Yo tenía muchas ganas de ubicar a este muchacho impertinente, pero vestía su uniforme pedante y me inhabilitaba. Me hubiera gustado decirle que yo lo estaba tratando con respeto y esperaba que él hiciera lo mismo conmigo. Después de todo, no hacía más que manejar de mi casa al colegio de mis hijos con Aretha Frankling de fondo. Se alejó con mi documentación y fue a reunirse con sus clones que se rieron de mí abiertamente y sin cuidado. La rubia boba no sabe si es dueña de su auto, ese era el titular. Los minutos pasaron y cuando los uniformados no pudieron mofarse más de mí, este ser superior me devolvió las credenciales sin más. Eso fue todo. Un acto de supremacía de un uniforme, eso fue todo. Ni un "Qué tenga un buen día", o "Lamento el tiempo que le hice perder", o inclusive algún chiste que hubiera calmado las aguas "La próxima vez, sepa si conduce su auto", nada. No es la primera vez que me pasa que un uniformado me falta el respeto. De hecho, la otra experiencia que tengo con un policía de la bonaerense fue mucho peor. Y sé que la inmensa mayoría de los policías, militares, gendarmes y prefectos son personas excepcionales. Pero estos ejemplos que encontramos cotidianamente ensucian la envestidura. Se los devora el género del disfraz. Yo soy la clase de persona que si me pisan, pido disculpas y francamente hoy me cansé del atuendo abusivo. Estoy harta del uniforme creído, el delantal resabido y el bastón mandón. Porque no se trata únicamente de las fuerzas, hay jefes, patrones, sabuesos, maestros, profesores, jueces, sacerdotes, pastores, los hay en todos los colores y tamaños. Basta que vengan vestidos de eminencia para que se vuelvan víctimas del personaje. Los normales, los que nunca sabemos que ponernos a la mañana, las palomitas blancas, los alumnos, el electorado, los comunes, los monotributistas, estamos un poco cansados de tanto grito, reto, sermón, discurso, maltrato y falta de respeto. Es solamente un uniforme. Llega la noche, se lo sacan y quedan desnudos. Se bañan, se cepillan los dientes y luego se acuestan. Y cuando se duermen lo hacen con la boca abierta, roncan, babean, sueñan, y traspiran igual que nosotros. Si quieren que los de a pie los respetemos, y sepan que yo lo hago y lo seguiré haciendo con muchísimo gusto, ustedes tienen la obligación de hacerlo primero.

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