140. LA SOLEDAD
- Pajas Bravas
- 11 mar 2015
- 4 Min. de lectura

La semana pasada caí de sorpresa en lo de mi abuela. Llevé a Corcho, mi hijito, para que lo vea un rato. Los años le pesan en la cadera y se le nota. Me vio y sus ojitos brillaron. Lentamente apoyó los codos en los apoyabrazos del sillón e intentó pararse. Sus brazos deshidratados son clases de anatomía. Se me estrujó el corazón al verla tan viejita, y la garganta apretó dolorosamente la pena para adentro. - ¡Quedate, quedate! Voy yo. ¿Cómo estás? ¿Muy dolorida? - Noooo, esto no es grave. - Vinimos con Corchito a tomar un té con vos, traje medialunas… Los dos lagrimones que colmaron sus ojos no cayeron retenidos por la dureza de sus genes germanos. Se enderezó, limpió su garganta y me dijo: - Lo triste de la vejez no son los dolores, es no tener con quién hablar. Cuando vienen a visitarme me doy cuenta de lo sola que estoy. Por eso me pongo pesada y los llamo por teléfono, porque si no lo hago no hablo con nadie. Y los días pasan, y creeme que pasan todos iguales. Esto de no poder moverme demasiado me encierra y me aísla. Lo peor de la vejez es la soledad. La soledad. Uno mismo sentado sobre sus problemas, solo. Me di cuenta de que me aterra la soledad. ¿Qué hago en Pajas Bravas? Justamente, la esquivo. Con la noticia del fallecimiento de mi hija, varios miedos aparecieron de golpe. El primero, la soledad. Ya no la iba a tener más conmigo. Segundo, la soledad. Sentía que estaba sola en esto, que a nadie le había pasado, que era la más desdichada de todas. Y tercero, la soledad. Lo que tuve que trabajar con mayor energía en terapia, fue esa agria creencia de suponer que era la única que seguía recordando a Carola. Es una soledad muy íntima y muy profunda que enfurece. Cada vez que contaban sobrinos y no la nombraban, me enfurecía. Cuando llegaba su cumpleaños y no me llamaban, me enfurecía. Cuando sacaban fotos grupales de todas las primas y nadie hacía mención a su ausencia, me enfurecía. Sentía soledad. Entonces, fui a un grupo. Era una sala sobria llena de angustia y carilinas. Estaba lleno de madres que lloraban la pérdida de un hijo. Conocí mujeres que hacía diez años que eran parte de esa ronda herida, otras que venían por primera vez con todo el pesar del mundo, otras que habían perdido a su única hija, otras que habían perdido a más de un hijo, otras que además de haber perdido un hijo se habían divorciado. No estaba sola. Hablé de Carola libremente, les conté acerca de mis soledades y para mi sorpresa, todas conocían mi soledad. Se muere nuestra madre y la primera sensación es la de la soledad. Nos diagnostican cáncer, diabetes, alzheimer o parkinson y de nuevo surge la soledad de creer que somos los únicos atormentados. Nos deja nuestra pareja por alguien mucho más joven, y es nuevamente la soledad, la vergüenza y el fracaso. Una ecografía revela que nuestro bebito no es sano y es la soledad cruda de la panza, el llanto y nosotros. Nos bochan en el último examen y el colorado de nuestros cachetes evidencia la soledad, la bronca y la frustración. El primer impacto de las noticias escabrosas, es la soledad. Creer que estamos absolutamente solos enfrentando este mundo de infortunios, y que a nadie le pasó jamás. Dejamos de ver los colores y oler los aromas. Dejamos de sonreír y de sentir fascinación por los milagros de la vida. Es escandaloso ver que el mundo no es consciente de nuestra desgracia. Sigue andando y andando y no frena para levantarnos. El señor que habla del clima dice que el día será soleado, nace el hijo del príncipe de Inglaterra, Argentina está en cuartos de final de la Davis y no se detiene. ¿No nos ven estrolados?. No estamos solos. No somos los únicos. Hay gente luchando por sobrevivir en todo el mundo, soportando dolores, miedos, engaños y soledades por doquier. Todos se sintieron solos y asustados al principio. Y entonces está en nosotros ser víctimas. Porque sino la otra alternativa que tenemos es levantarnos, asistir a los grupos de duelo, grupos de autoayuda, caminar el Garrahan, hablar con los jubilados, los desempleados... Abrir los ojos y retomar la facultad, hacer ejercicio, disfrutar del sol, de la buena compañía e intentar hacerle frente con toda la energía de una persona que se come el mundo. Se los digo a muchas de Uds que leen Pajas Bravas y que tienen el corazón destruido. Por obvias razones, la gran mayoría de mis "pajitas bravas" han perdido un hijo y se sienten mutiladas. A todas les digo lo mismo: "Esto también pasará". Dense tiempo, pero sepan que se puede ser inmensamente feliz después de haber tocado fondo, pero primero hay que bajar. Y con ayuda, hay que subir. La soledad de mi abuela, la de la viudez y la inmovilidad, es una soledad difícil de combatir. Pero a la otra hay que hacerle frente, eliminarla sabiendo que no están solos y comérsela con papas y batatas al horno. ¡Uds son muy fuertes, sépanlo!
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