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136. LA ADULTEZ DE MI CUERPO

  • Pajas Bravas
  • 24 feb 2015
  • 2 Min. de lectura

Los adultos tendemos a pensar antes de hablar. Medimos las palabras y reflexionamos más que en la juventud. Cuando maduramos, preferimos tomarnos nuestro tiempo. Acabo de comprender que mi físico razona como adulto...

- No, no, muchas gracias gordo. Con la ensalada estoy bien. No es que esté a dieta, pero prefiero cuidarme un poco.

Comí mis verduritas mirando la tarta de reojo. Si bien todos los comensales parecían estar lucidos, ninguno era consciente del enorme esfuerzo que se estaba gestando. La edad y las harinas son cosa complicada.

Me obligué a mirar mi plato y a olvidarme del mundo. Levanté el tenedor con lentitud. Tal vez, si le agregaba espacio y solemnidad al repollo, lograría saciarme. Elaboré un bolo y lo tragué. Pinché el tomatito y jugué con el tenedor un rato antes de devorarlo. Mastiqué cada montoncito de hojas más de la cuenta. Tragaba. Finalmente pinchaba el follaje combinando colores y, con el marco de los labios finamente cerrados, provocaba un efecto de abundancia.

- A ver gordi, pásame un pancito.

Lo tomé con amor. No iba a comérmelo, iba a usarlo de tope para cargar el tenedor. Pero se manchó con aceite y quedó blandito. Aluciné con Mallmann. Con el mayor de los disimulos, confundido entre verduritas, arrimé sobre la lengua aquel manjar y me dejé llevar.

- Gordo, ¿me servís media copita de vino, por favor?

Levanté los platos con la satisfacción del deber cumplido. Había podido contenerme bastante. Con las verduritas, el pancito y la media copa de vino daba por finalizada la prueba. Le había ganado a la venenosa tentación.

En la cocina, mientras apilaba los platos, no me había percatado con la firmeza con la que me aferraba al repulgue que algún insensato consideraba desperdicio y, muy a mi pesar, tuve que hincarle el diente.

Concluí que la cena había sido moderada. Sin embargo, esta mañana podía detectar ese desgraciado repulgue y el pancito incitador en el vientre. (Panza sería un término más exacto). La media copita de alcohol había fijado todo. Sentí nostalgia por los años pasados. En los amaneceres de mi juventud, no quedaban rastros de la cena. La pancita se desinflaba misteriosamente. Bajar un talle de cabina y baúl implicaba medio día de sacrificio. Hoy día, la preparación para el empaquetamiento dentro de un vestido de casamiento comienza con un mes de anticipación. Cuando mi cuerpo era joven, las fibras formaban una pared sólida de músculo y la piel soportaba con creces la presión de lo insubordinado. Hoy tengo un conjunto de grasa subversiva que se acomoda sin mi consentimiento. A la invalidez de las fibras hay que sumarle que, con los años, aprendí a disfrutar todo cuanto se come. Desgraciadamente, la comida se convirtió en placer en el preciso momento en que la madurez de mi cuerpo comienza a pedirme límites a gritos. Y la relación absolutamente inversa que existe entre el efímero deleite del pancito mojado y el prolongado tiempo que tarda uno en deshacerse de él, me vuelve una herbívora poco amistosa.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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