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134. NIDOS PARA NUESTROS HIJOS

  • Pajas Bravas
  • 12 feb 2015
  • 2 Min. de lectura

Una vez más, fui testigo presencial. Antes de que su cuerpito se desmoronara y su carita se enterrara en la arena, mi chiquito corría al límite de sus posibilidades. Sensibilidad de madre, pitonisa, experimentada, curtida o baqueteada, llámenlo como prefieran. La realidad es que conocía el desenlace un segundo antes de que aquel bochornoso suceso se concretara. Por más mueca de frenada que le imprimí a mi rostro, no pude desacelerar a mi gordito, ni impedir que el entusiasmo de su organismo fuera más rápido que sus piernas. Y eso provocó la inestabilidad y el tan anunciado final. Se levantó con la fisonomía de un viejito. En seguida recibió la ayuda de una persona desconocida que estaba a su lado. Intentó mirarlo, pero el médano en sus ojos se lo impedía. De todas formas, giró la cabeza en busca de algo. Una amiga mía, que estaba a pocos metros, lo tomó del brazo. Él se liberó de ella rápidamente y siguió en busca de aquello que tenía en mente. Con la carita visiblemente magullada, pero con su orgullo aún más lesionado, aguantó las lágrimas hasta que logró meterse dentro de mi abrazo. Eso era lo que buscaba. Su madriguera. En el rojo carmesí de sus cachetes podía percibirse el calor del papelón. Y ese rubor podía sofocarse únicamente en los brazos de quién sabe ser su nido. Fui amparo de mis hijos tantas veces que no me sorprendió su búsqueda frenética. En infinidad de oportunidades vi como el embalse de los ojos de mis hijos aguantaba la presión de la vergüenza, la injusticia o la bronca hasta que la redención de mi abrigo les liberaba la escollera de lágrimas. Lo que entiendo que buscan dentro de nuestros abrazos es el génesis, su nido protector. Los padres somos el alivio y consuelo franco que buscan en estos momentos de turbación. Ellos saben que nosotros sabemos, entonces no hay nada que aclarar. Los conocemos tanto que no tienen necesidad de mentirnos. Los hemos estado observando desde sus comienzos, reconocemos las causas de sus estados de ánimo, interpretamos sus silencios y percibimos sus temores. Conocemos al sensiblero, al exagerado, al de la lágrima fácil, al introvertido, al buchón. No tienen necesidad de fingir. Eso es lo que nos vuelve madrigueras. No precisan andar escondiendo la amargura de sus lágrimas. Nosotros tampoco queremos que oculten sus aflicciones. Y es en ese momento, absolutamente mágico, que nos volvemos nido nuevamente. Nos agachamos y los esperamos con los brazos extendidos, formando con nuestro cuerpo un refugio perfecto para que ellos descarguen y vuelvan manifiesto una vez más que son y serán nuestros pichones para siempre.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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