132. EL REGRESO
- Pajas Bravas
- 3 feb 2015
- 3 Min. de lectura
Era la madrugada y las vacaciones iban bajando su telón. Sin embargo, aún restaba un día más y eso hacía que nos fuéramos a dormir con júbilo. Me había ocupado del alquiler del departamento, le había dicho a mi marido que l...a vuelta era el domingo 1° de febrero, y era recién viernes. Habíamos planeado varias actividades para la última jornada con la clara intención de darle un marco de despedida a este descanso que fue perfecto. No hice otra cosa que encremar a los chicos, leer, encremar a los chicos, caminar y encremar a los chicos. Tan desenchufado fue mi reposo este año, que charlas como estas se daban cotidianamente: -Gorda, ¿qué cenamos? -No sé. ¿Pizza? -Ma, ¿qué día es? -Ni idea, gordito. Fijate en el celular. -No tiene batería, ¿dónde está el cargador? -Ni idea, gordito. Esa noche, la del preludio que nos preparaba para el cierre, llegamos al departamento con la hermosa sensación de haber compartido una divertidísima velada con amigos. Abrimos la puerta del departamento con dificultad ya que el peso muerto del bolso playero que yacía en el piso mostraba resistencia. No era lo único que permanecía tumbado en el suelo, casi la totalidad de la ropa de los chicos se tendía por el lugar de tal manera que uno tenía la sensación de estar viviendo dentro de un cuadro de Kandisky. “Que fiaca guardar todo esto mañana”, pensé mientras caminaba por el médano que se había formado entre las paletas y la tabla de body. Mi marido, ya bañado, esperaba en la cama a que terminara de acicalarme. Como decidí darle licencia a la planchita, mis Pajas Bravas se habían vuelto indomables. -Gordo, ¿apago la luz o vas a leer? -No, apagá nomás. Tengo que levantarme temprano. Quedé que me encontraba con Nacho en la playa a las 8 hs. La luz y mi marido se apagaron acordemente. Y yo, que por algún motivo nunca puedo sofocar las ideas a la velocidad que lo hace él, permanecí despierta pensando en el día siguiente. Hice un barrido fotográfico de todo lo que tenía que hacer, pagar una deuda en el kiosco, almorzar el pollo que habíamos comprado, sacar la foto familiar, devolver las toallas, entre otras cosas. Imaginaba el armado de los bolsos, el baño final y la última dormida. Todo eso pensaba cuando, por algún motivo, agradecí los lindísimos catorce días de vacaciones familiares que aún disfrutábamos. Miré al techo, en ademán al cielo, y dije: “Gracias por las catorce noches”. Catorce noches, y seguí pensando. Catorce… Del diecisiete al treinta y uno, debería dar catorce… Con ayuda de los dedos, los conté. “Diecisiete, dieciocho, diecinueve, …, treinta”. Silencio, sudor y muchas palpitaciones. “¡¡No puede ser!! Diecisiete, dieciocho, diecinueve, …, treinta”. Con la certeza confirmada, de golpe no supe qué hacer. Eran las dos de la mañana y teníamos que viajar de vuelta en cuestión de horas. El departamento estaba dado vuelta, la heladera llena de comida, la deuda en el kiosco, el encuentro con Nacho a las 8 hs, la foto familiar… -Gordo, pssstttt, gordi, ¿me escuchas? Me vas a matar… La vuelta no presentó la armonía que imaginaba. La ausencia de destreza, energía y dinamismo que te ofrece la madrugada, se hace evidente en la habilidad y toma de decisiones. Y algo tan sencillo como separar la ropa limpia de la sucia se vuelve una ecuación cuadrática. Dalai Lama dijo: “Solo existen dos días en el año en que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer, y el otro mañana. Por lo tanto hoy es el día ideal para amar, crecer, hacer y principalmente vivir”. Yo agrego: “Hacer las valijas y disponerlas en el baúl del auto, trozar el pollo para el viaje, ordenar el departamento, dejar un sobre para saldar la deuda del kiosco, y resignar los baños, el encuentro con Nacho, la cena de despedida, y la foto familiar”. Chau descanso, ¡sos hermoso!
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