127. MUJERES EN LA NOCHE
- Pajas Bravas
- 2 ene 2015
- 2 Min. de lectura
Cada noche tomo el mismo camino para volver a casa. Sentada con el cinturón de seguridad puesto, la radio prendida, manejo hacia el calor de mi hogar. Cada noche cruzo la misma oscura intersección de esquinas, solitarias e irreverentes, que iluminan con debilidad su provocativa figura, su indecorosa postura.
Cada noche la veo. Ella está parada ahí, sugerente, con el mismo tipo de atuendo sin importar el frío o la llovizna. La veo y me ve. Las dos hacemos evidente nuestra incomodidad. Las dos cerramos los ojos. Las dos agachamos la cabeza.
Es su obscenidad frente a la mía, ambas luchando contra la vergüenza que sentimos por ser quienes somos. En mi acogedor auto tengo un traje y una corbata recién traídos de la tintorería que revelan sustento y compañía. Llevo tres abultadas mochilas de ávido conocimiento que insinúan idealismo y crianza. También llevo dos bolsas pesadas de nutridos alimentos y estudios médicos que velan por mi salud. Ella también lleva su equipaje a cuestas. Un bagaje de historias tristes y el peso de una vida cargada de injusticias. Me sofocan mis pertenencias. Siento que mis posesiones la ofenden, que me calumnian, que la deshornan y humillan, que nos agravian a las dos. Yo con todo esto y ella sin todo aquello. Las dos indecentes.
La comodidad de mi posición me incomoda, la posición a ella también la incomoda, la insulta. Cuando nos miramos nos entendemos. Tocayas en la noche. Mujeres las dos. Mujeres con miedos, con sueños, con deseos y con entereza. Igualitas de día y antagonistas de noche. Mujeres que podríamos convertirnos en rivales si su trabajo se mezclara con la dulzura de mi hogar. Adversarias solamente si compartiéramos el hombre, y en ese caso temerarias enemigas, pero sino simplemente esto que somos, mujeres trabajadoras. Madres con hijos, pendientes de ellos cada una como puede. En ese punto nos fusionamos. Nos volvemos camaradas. Comprendemos que somos leonas, felinos que caminamos la misma vereda. Entendemos que ninguna es culpable. Inclusive sabemos que han existido ocasiones en las que he querido actuar como ella, y otros tacaños momentos en los que ella ha querido ser esto que soy. Pero la realidad es tan obvia que lastimosamente para ella y vergonzosamente para mí, no sabemos ser la otra. Ni ella es tan fría y calculadora, ni yo soy tan cándida e ingenua. Ni ella es mala ni yo soy buena. Las dos interpretamos el papel que se nos ha designado de la mejor manera posible.
En ese momento en que nos vemos y que conscientemente se cierran nuestros ojos, las dos sabemos que nos avergüenza esto que somos. En el instante en que agachamos la cabeza, las dos nos pedimos perdón.
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