119. DANA

Yo solamente quería una mascota… Uno averigua con conocidos, o va y se compra un libro de razas, o investiga en Internet, o levanta uno de la calle. También puede pedirle asesoramiento al veterinario de la zona. Lo que más o menos tenemos en claro, es que queremos un perro. Hay quienes los prefieren chiquitos y falderos. Otros los quieren grandes y peludos. Algunos buscan los exóticos y otros los desamparados. Más familiar o menos inofensivo. Pero sea como sea, todos los que nos embarcamos en este deseo de tener una mascota, no comprendemos de primera las dimensiones de esta adopción. -¿Grande o chico? -Nooo, grande. Me encantan grandes. -¿Guardián o más bien familiar? -Yyyyy, a verrrr, quiero que sea bueno con los chicos. Quiero que cualquiera de mis hijos pueda robarle el plato de comida mientras come sin que se enoje. Tenemos un bebito, me gustaría que pudiera treparse y que lo use de caballito sin tener que estar atenta. ¿Me entendés? -Sí claro. Vos querés una especie de perro faldero… -Noooo, antes muerta. Esos que viven a upa, ¡no! Quiero un perro bonachón pero independiente. Y ante todo, quiero que nos cuide. Me gustaría que amedrente a cualquiera que quiera entrar a casa. Me encantaría dormir en paz sabiendo que da la vida por nosotros. -Ok, dejame pensar… -Otra cosita… Es fundamental que sea inteligente. Me gustan los perros que aprenden rápido. Con astucia en la mirada. Me gusta que tengan límites. Quiero poder comer un asado y que no ande mendigando comida. -Sí, sí, claro. Más o menos me voy dando una idea de lo que buscas. -Si tuviera aspecto de lobo, mejor. Me enloquecen los lobos de pelo largo. Sé que hay perros que conservan el instinto de manada con la familia, ¡eso quiero! ¿Me seguís? Y así, elegimos a nuestra perra, como quien elige un auto. Llegó a casa siendo solamente una cachorrita Pastor Blanco Suizo a quien adoptamos con naturalidad. De can se transformó en mascota. Y de la mascota se convirtió en amiga y parte de la familia. ¿Cómo? No tengo idea. Yo quería un perro, no quería otro pariente. A Dana tuvimos que educarla con más firmeza que a Wallace, mi otro perro pariente. Ella fue siempre más rebelde y desobediente. Estaba en constante sublevación. Podríamos estar en condiciones de afirmar que nunca jamás disfrutó ni una de las exquisiteces osteológicas que le ofrecíamos habitualmente. Ella simplemente se los devoraba con rabia para comerse también lo que el refinado de Wallace merendaba con delicadeza. Celosa, muy celosa, creo que ese era su defecto más grande. Si le hacías un mimo en la cabeza, te tiraba la pata; si le agarrabas la pata, se levantaba para lamerte la cara. No conocía lo que era un límite. Siempre feliz, siempre agradecida. Cada fibra de su cuerpo estaba hecha de intensidad y mimo. Fue hija, hermana, tocaya y abuela; todo demasiado aprisa, todo demasiado breve. Anoche la miré y supe que su cáncer había ganado la batalla. Por primera vez, después de dos operaciones feas, detecté sufrimiento en su mirada. Era tiempo de despedirnos. Y no estoy logrando poner en palabras lo duro que fue. Nuestros hijos aún no están al tanto, no sabemos qué decirles. Yo prefiero explicarles que se perdió, pero mi marido es más partidario de andar por la vereda de la verdad. En definitiva, esta mañana desayunamos en silencio, entre mates de difícil deglución y miradas de absoluta condolencia. Anoche le tome la patita y las dos sabíamos… “Hasta pronto, reinita. Gracias por todo”.

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