118. INTRÍNGULIS
- Pajas Bravas
- 26 nov 2014
- 2 Min. de lectura

Nunca he ganado nada en mi vida. Ni una sola rifa, ni un solo sorteo. Jamás gané una apuesta. Una sola vez, hace dos años, sentí que podía dar vuelta mi indiscutible mala racha. Era una tómbola solidaria colmada de premios tentadores. Botellas de vino, cremas, planchitas para el pelo y miles de manjares. Cualquiera de esos premios me sentaba de maravilla. Pero el numerito que elegí fue el 17, número que consideraba “mi número de la suerte”, y me favoreció con los únicos tres repuestos para una prestobarba que había. En ¿cara o seca? o, ¿piedra, papel o tijera?, mi antidestreza es infalible. Cada año, en la cena de diciembre en el trabajo se sortean seiscientos cincuenta mil millones de premios. Hace dieciséis años que trabajo ahí. No es necesario que siga… ¿Marco? Polo. ¿Tierra? Una. (YO) Durante toda la primaria tuve una contrincante de otro colegio que logró que jamás, en toda mi infancia competitiva y ambiciosa, pudiera ganar una carrera de 100 mts en el torneo de ADE de atletismo. Nunca. Llegaba al campo de deportes habiendo rezado la noche anterior pidiendo que se produjera el milagro: que Dominique C. no se presentara. Gracias a ella, en mi vida pude subirme al podio del primer puesto. Hace dos inviernos le dije a mi marido “¿Sabés una cosa? Toda mi vida me la pasé mirando las sierras a lo lejos con la esperanza de ver alguna vez un puma suelto. No me gustaría morirme sin ver uno”. Ese mismo invierno, ¡¡ESE MISMO INVIERNO!!, andando por un camino de ripio, mi cuñado pega un alarido al ver tremenda bestia al costado del camino. Seis de las siete personas que estábamos dentro de la camioneta me apuntaban con los dedos señalando la dirección del felinazo que, por efecto de esta fuerza o desgraciado intríngulis que me cohíbe, nunca pude ver. La semana pasada me subí por primera vez a un toro mecánico con mi marido. Veinte segundos de maestría me valieron una costilla fisurada. En fin, podría parecer que soy una persona sin suerte. Una conglomeración de desafortunado infortunio. Pero a decir verdad, soy todo lo contrario. Gané la carrera más importante de mi vida. Era un único sorteo. Doscientos cincuenta millones de posibilidades, un solo premio, y lo obtuve yo. Se trataba de la única posibilidad de formarme yo y no otra persona. Y ese día corrí rápido, más rápido que el resto. No me detuve ni titubee. Tomé las decisiones correctas, fui precisa y decidida. No hubo ninguna Dominique C. que me despojara de mi podio. En el cara o seca, o la trompa de la derecha o izquierda, le atiné. Mi número salió sorteado, yo vi a la bestia antes que el resto, yo monté el toro y, cuando preguntaron ¿Marco?, fui la única que contestó: Polo. ¡Vos también! Te felicito.
Comments