115. ENSAYO Y CONCLUSIONES DEL COMPORTAMIENTO MASCULINO
- Pajas Bravas
- 17 nov 2014
- 3 Min. de lectura

Son dignos de mi admiración. Nadan ágiles entre las góndolas, felices en su ambiente disfrutando de su independencia, libres de todo estorbo, radiantes maniobrando sus changuitos doble cabina con acoplado, llenándolos de manera diligente y dinámica. Hago referencia a los hombres encerrados en hipermercados Easy.
Es un laboratorio gigante montado para cualquier observador que tenga en mente una tesis acerca del comportamiento masculino. Y yo, una mujer cualquiera, que prefiere depilarse el bozo antes de recorrer ese lugar tan atestado de arandelas, tuve la desgracia de ir dos veces el pasado domingo. Por la mañana solita yo y mi alma, y otra vez por la tarde con mi hijo. La reincidencia se debió a que mi primera visita no habría colmado las expectativas de mi marido, un perito en las secciones de ferretería, plomería, electricidad y carpintería, no así en pinturería. Por tal motivo, en ambas rondas deambulé entre los potes de pintura, diluyentes y selladores al agua rogando que algún experto en la materia me asesorara.
Pero aproveché mi desgracia para escribir un ensayo acerca de los hombres en su apropiado medio ambiente. Noté una enorme diferencia entre las dos colonias de hombres que pude observar ayer. Era claro que ambas muestras estaban siendo sometidas a dos condiciones diferentes en el mismo medio ambiental. En los rostros de la primera muestra, los del turno matutino, pude percibir relajación en su andar. El tiempo de navegación por los pasillos era lento y pausado. En sus fisonomías se desprendían claros signos de gozo y bienestar, había complacencia entre ellos cuando cruzaban miradas, y un marcado deleite en el amable roce de changos con algún compadre que comparte su dicha. He visto a un hombre, parado por más de cuarenta y ocho minutos observando el Taladro Atornillador Percutor Inalámbrico 20v que venía con una caja de herramientas de regalo, con claros signos de taquicardia. Quise sacarlo de aquella hipnosis y decirle: “Es solamente un taladro”, pero temí las consecuencia de interrumpir el trance. En la misma muestra, observé mucho orgullo y presunción en el brillo de los ojos de quienes llevaban el chango rebosando, y estoy casi segura de haber llegado a percibir, lo que en la jerga habitual denominamos vanidad, en un caso de un ejemplar que trasportaba una caja de dimensiones caprichosas. Comprobé que mi marido no es el único que va con la aparente única intención de traer un cepillo de alambre, y vuelve con una Hidrolavadora Naftera a Explosión… A mamá mono con bananas verdes, ¡no!
En el segundo grupo que tuve la fortuna de estudiar, la colonia vespertina de hombres, lo observable era una película de Almodovar. En este caso, los hombres venían acompañados de sus mujeres, y en algunos casos enloquecedores, puede advertir la presencia de hijos. El andar no manifestaba agilidad, no hubo tiempos de espera superiores a tres minutos por herramienta, no distinguí ningún ejemplar en trance, no había signos de vanidad ni presunción y, de la complacencia de las miradas matutinas no quedaban rastros, eran todos semblantes de compasión y conmiseración. A los changuitos, además de lo elemental que eran las bombitas de luz, el metro y medio de cable bipolar, los taruguitos Fisher y el enduido, se le sumaban dos velitas fragancia mango, un difusor aromático y doce pelotas decorativas para el árbol de navidad.
Sería presumido de mi parte llamar experimento a este ensayo de observación de muestras masculinas, sin embargo puedo arrojar algunas conclusiones precoces. En primer lugar, la tranquilidad del segmento matutino de haberse escapado de sus hogares, y tener este momento y espacio para ellos, tan masculino, tan de esta especie, los volvía palpablemente felices. En segundo lugar, la muestra vespertina se sentía cohibida y reprime su esencia en presencia del examen exhaustivo de la consorte. Y por último, logrando un marco adecuado, con la luz, la temperatura y la humedad apropiadas, con la soledad y el tiempo necesario, el hombre es un comprador tan compulsivo, o peor, que cualquier mujer.
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