109. CREO EN LA VIDA
- Pajas Bravas
- 24 oct 2014
- 2 Min. de lectura

Creo en la profundidad de la vida, no tanto en lo ancho. El ancho es circunstancial, independiente de nuestra voluntad. Por razones dispuestas por Dios y de oculto conocimiento, una hermosa vida se gesta por escasas veinte semanas, nace, y muere dejando incertidumbre, frustración, ausencia, y sobre todo, tristeza. Esa vida que latió por tan sólo unos minutos, habla de un ancho efímero pero no escaso. En otro extremo del mundo, en la República Federal de Somalia, nacen miles de niños que esquivan el hambre y la muerte. Los que tienen menos gambeta, también tienen latidos frágiles que se detienen fugazmente. Y en estos casos, la vida que presupone un ancho para nada vasto, es un ancho que basta para llamarla por su nombre: vida. La profundidad es otra cosa. Ahí depende de nosotros hablar de vidas penetrantes e intensas. Vidas que dejan huella, que marcan las vidas de otros. De nosotros depende vivir en primavera, ser ejemplo, dar, escuchar, sentir, amar, ¡vivir! No esperaría “ser feliz” como condición, más bien es una aspiración. Pero como dice Salomón en Eclesiastés 7:3 “mejor es la tristeza que la risa” (y yo lo tomo con pinzas, pero lo tomo); ya que la madre que vio latir a su bebito de veinte semanas, y sintió la incertidumbre, la frustración, la bronca, el enojo, la ausencia y la tristeza, también sintió la pasión y el amor, se descubrió protectora, leona, valiente, interpretó a fuerza de palizas en el alma algunos de los misterios que no nos son develados, logró ordenar las prioridades, comprendió el valor de lo minúsculo, del dedito, del segundo. Comprender todo esto fue regalo de la vida penetrante e intensa de su bebé, que en su breve anchura de vida, la hizo abismal y profunda.
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