105. EL LÍMITE DE MI CREDULIDAD
- Pajas Bravas
- 14 oct 2014
- 2 Min. de lectura

Soy de las que pecan de crédulas. Si en el libro dice que dijo tal cosa, lo creo. Pero como en todo, tengo un límite. Tres hombres, tres muertes, tres frases. El Hijo de Dios gritó “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” segundos antes de morir. Dios mismo fue el que decidió que esta frase trascendiera al permitir que sus emisarios la plasmaran en escritos que luego conformarían los evangelios. Cada cual, con su enfoque, describió lo que fue la última oración, el último pensamiento, el último grito desgarrador del Hijo del Dios viviente. ¿Lo creo? Por supuesto. No me cabe la menor duda de que Jesús expuso tamaño sufrimiento y desamparo, y no pudo evitar expresarse aún sabiendo que sería una frase controversial para cualquiera que lo leyera, en cualquier idioma, en cualquier lugar, en cualquier tiempo. Tras horas de inmensa agonía, citó la frase que ya estaba anunciada en el Antiguo Testamento. Esto era un designio de Dios. Luego está William Wallace. Hago referencia al autentico Wallace, no del inverosímil Mel Gibson. Hay muy poca evidencia de su vida. Se sabe que era el menor de todos los hijos que tuvo Malcom Wallace, con lo cual suponemos que no heredaría mucho. Esencialmente rebelde, William luchó a favor de la independencia de Escocia y en contra de Inglaterra. Se conocen muchas batallas conquistadas por este “Guardián de Escocia”, pero al final lo capturaron. Como era tradición, lo sofocaron con una horca y descolgaron antes de que se asfixiara. Luego lo emascularon (caparon), lo evisceraron y quemaron sus vísceras ante él antes de decapitarlo. Hay varios escritos, además de los hollyoodenses, que dicen que este hombre nunca se rindió y que pudo haber gritado, con lo que le quedaba de aliento: “Freedom” (libertad). ¿Lo creo? Sinceramente, lo dudo. Con la mitad de sus órganos fuera de su envoltorio original, pongo en tela de juicio que haya tenido la fuerza suficiente como para seguir desafiando a sus rivales. Finalmente, el último de mis hombres heroicos. Este es genial. Resulta que el General San Martín tuvo un inconveniente con su caballo, el cual rodó y le apresó una pierna. Cuentan las malas lenguas, que un enemigo estuvo a punto de clavarle una bayoneta en el mismo instante en que el heroico Juan B. Cabral lo cubrió con su propio cuerpo y fue herido de muerte. Aparentemente sus últimas palabras fueron: “Muero contento, hemos batido al enemigo”. ¿Lo creo? Bueno, todos tenemos un límite. Y, con Cabral me pasan cosas paradójicas. Nunca entendí con claridad si se trataba de un “soldado heroico” o de un “Sargento de Granaderos”. Sin embargo, le tengo mucha estima desde muy chiquita. Es un hombre por el que siempre sentí ternura. Divago pensado en que era un joven idealista, sin mucho para perder más que a su madre. Poseedor de la rebeldía típica de la edad. Me lo imagino generoso y hospitalario. Cabral, mi filántropo. Pero, ¿creo que dijo lo que dicen que dijo? ¡Dale! ¿De verdad tengo que creer que alguien, con una bayoneta clavada en el abdomen, dice que muere contento? ¿Contento? Claramente, este es mi límite.
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