104. LA TERCERA EDAD
- Pajas Bravas
- 9 oct 2014
- 4 Min. de lectura
Apoyé mi cabeza en la almohada y pensé en mi abuela una vez más. La miro y veo tantos años acumulados. La miro y siento el peso de la vida en su andar. Veo incontables lustros apilados en su piel. La miro y me canso. Pero… La tercera edad no puede ser tan mala. Se dice que cada etapa de la vida es linda, especial, única e irrepetible. Y la tercera edad no puede escapar a esta máxima. De cada etapa de las que me gradué tengo recuerdos felices y otros que hubiera preferido salirme por la tangente. Y pensando en la última de todas las etapas de la vida, tengo una idea basada en hechos fácticos y una hipótesis basada en percepción. Por un lado, la de los hechos fácticos, la veo a mi abuela dolorida y cansada. También sigo recordando la frase de cabecera de mi bisabuela: “Valy, nunca llegues a vieja”. En mi “brainstorm”, o tormenta de ideas, la tercera edad es conjunto de eras, parva de recetas médicas, montículo de medicamentos, pastilleros, andadores, prótesis dentales. La tercera edad está compuesta por los viejitos; uno roto, otro descosido, otro desgarrado y el último deshilachado, todos en fila haciendo colas eternas de abandono y desamparo. En esas colas donde las décadas se han estancado en hileras, el monopolio del tiempo en procesión, la fila de prioridad para personas mayores o con capacidades diferentes es un sarcasmo. Pero por otro lado, la tercera edad no puede ser tan mala. Analizando a los mayores de hoy, pienso en la etapa que están atravesando y me niego a llorarme un tango. Veo esa tercera edad y digo: “¡Lo hicieron!” Pudieron correr la carrera con obstáculos y llegaron. Tienen la dicha de ser viejos, porque fueron jóvenes unos cuantos abriles atrás. Se divirtieron en la niñez, se rebelaron en la juventud, se responsabilizaron en la adultez, y ahora pueden andar con digna lentitud en la vejez. Disfrutaron a sus abuelas, padecieron a sus madres, educaron a sus hijos y ahora malcrían a sus nietos. ¡Dichosos por llegar a la tercera edad! Además, tuvieron la suerte de vivir en una época que sinceramente, me hubiera encantado transitar. Bailaron y vistieron los sesentas y setenta. Las mujeres eran las más lindas de todos los tiempos. Ellas con sus pelos lacios y peinados sofisticados. Las plataformas, los vestiditos, las faldas, el maquillaje, los sombreritos y las bikinis. Los hombres, derrochaban onda. Ellos estaban para el infarto con sus pelos subversivos y los vaqueros pata de elefante. Elvis, The Beatles, The Doors, Rolling Stones, Creedence Clearwater Revival, Led Zeppelin, The Mamas & The Papas, Bob Dylan, Aretha Franklin, The Who, Bee Gees, Queen, Genesis, AC/DC, la lista es eterna y perdurable por los siglos de los siglos. Ustedes giraban con las bolas de espejos, pero brillaban aún más. Señoras, déjenme confesarles que la burda imitación que compongo en los casamientos bailando música disco no es otra cosa que mis torpes miembros envidiosos emulándolas en discordancia. En los días que corren, conocemos el significado de la palabra “paciencia” solamente porque figura en los diccionarios, pero no la ejercitamos. No se cultiva lo que no se siembra. Ustedes, abuelitos, supieron esperar. Esperaban una carta, esperaban la respuesta de un amor, esperaban que les abrieran la puerta del auto, esperaban hasta el día del parto para tejer ropita celeste o rosa, esperaban noticias de algún hijo en campo de batalla, esperaban. Sabían esperar. Nada era inmediato. Nada era instantáneo. Para mí, la paciencia, es una de las virtudes que Ustedes profesan. Ustedes, los de la tercera edad, conocen de esfuerzo. Ustedes saben de trabajo y denuedo. No se tiraba nada, todo se arreglaba. Sus manos son verdaderas herramientas de trabajo, se dan maña, y en la cocina hacen poesía. Sus hijos y nietos los ponderamos, hablamos siempre del coraje que tuvieron al emprender cualquier negocio nuevo, admiramos la voluntad y la energía que le ponían a cada nueva meta, y sepan que necesitamos de sus consejos y valoramos sus experiencias. En sus ojos, hay profundidad. Ustedes alcanzan a ver más allá de lo que vemos nosotros. Son experiencia y erudición. No experimentan más. Ustedes no son más ensayo, Ustedes ya son obra. Y finalmente creo que tienen la fortuna de comprender lo que nosotros no entendemos. Perciben el significado de lo trascendente. Nos enseñan que la vida no es compleja ni ambiciosa, sino todo lo contrario. Ustedes nos enseñan que la vida son todos aquellos simples detalles que solamente andando lento podemos apreciar. Me lo enseñan cada vez que sonríen agradecidos por el tiempo dedicado, cuando estiran sus manitos delicadas precisando contacto. En el esfuerzo al agacharse para darle un beso al bisnieto, en los ojos empapados de emoción cuando reciben un ramito de fresias, en la cortina ansiosa que se mueve cuando frenamos frente a sus casas, en la excitación por revelar el rollo de fotos y tener a toda la familia en porta retratos, en las charlas sobre el pasado, y en lo verdaderamente significativo: el picaflor, el arco iris, el pimpollo y la mariposa. Yo creo que Ustedes son eso, simples y valiosos detalles. Lo que sostengo es que Ustedes son el verdadero significado de la vida, solo hay que andar lento y contemplarlos.
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