99. MIS DOS RELLENOS PRINCIPALES
- Pajas Bravas
- 25 sept 2014
- 2 Min. de lectura

Anoche me vestí de gala. Me puse un blazer fucsia provocativo y me peiné inspirada en Brigitte Bardot. Lenta y felina, me subí al auto. Giré el empeine del pie que aún acariciaba el asfalto para provocar en la pierna esa quebrada que se forma entre el gemelo y el tibial anterior tan sensual y femenino. Nada en el mundo estropearía mi noche de Broadway. Llegamos al teatro. Todo era tal cual lo imaginaba. Los brillos y los flashes iluminaban la noche. Con los asientos numerados, atravesamos el gentío. Llevé la cámara de fotos con la intención de plasmar cada una de las imágenes, que de todas maneras sabía, recordaría en mi mente para el resto de mis días. Y así, con el corazón bombeando con taquicardia, se abrió el telón. Los actores principales descocieron el escenario con talento y aptitud. Bailaron y cantaron como nacidos en cunas de AADI CAPIF. Realmente eran un compendio de Gene Kelly. Y de mis hijos, ni noticias. Hasta lo que podía recopilar sabía que, al teatro habían llegado a salvo e iban disfrazados con el propósito de actuar, pero no había ni rastros de ellos. Con la cámara preparada y el ceño fruncido, busqué primero al más grande que tenía mayor participación. Mientras tanto, los principales seguían dibujando las escenas con maestría. De golpe, una estampida. Apareció el relleno. Setecientos chicos en escena. Me costó, pero pude distinguir al fondo un puñado de rulos que me erizó la piel. Era mi hijo mayor. - ¿Cuál? - El de allá. - ¿Cuál, el de bordeaux? - No, el de atrás… bueno, ahora no se ve porque lo tapa la escalera. Me olvidé completamente del guión, el argumento de la obra pasó a segundo plano. Ahora todo mi esfuerzo estaba puesto en volver a ver a mi hijo y retratarlo para la posteridad. No fue posible. Siempre tuve dos o tres hombros que danzaban delante de él. Luego, partieron todos hacia la derecha como desagote de bañadera. Quedaron los principales que seguían brillando. Otro estallido y millones de pies irrumpieron sobre las tarimas. Eran de porte más pequeño, deduje con razón, que mi hijo de nueve años sería un canillita más de los miles que bailaban entre boinas y tiradores. Uno se esos, era el mío. Pero, ¿cuál? Finalmente, porque me iluminaron desde el techo, lo vi y lo fotografié. Para ser absolutamente franca, es una imagen borrosa, de varios chicos clonados, todos con ojos colorados; una foto que deja bastante que desear. Pero el que tiene la cara cubierta al 65% por la boina, ese es mi hijo. Antes del final, tuve la oportunidad de volver a distinguir al más grande entre doscientos sesenta mil chicos que bailaban con gracia, o me daba gracia verlos bailar, no sé. Lo ametrallé a flashes, lo dejé aturdido un rato, creo que con síntomas de radiación. La tarea de anoche fue difícil. Me sentía una corresponsal de guerra. Sinceramente, en ninguna foto se los distingue muy bien. Tampoco estaría en condiciones de asegurar que se trataría de mis hijos. Pero atesoro las fotos de mis actores principales, los dos rellenitos del fondo, en la primera plana de mi corazón.
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